La puerta principal

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Entras, aun sabiendo que entrar puede significar salir por la puerta de atrás, pero, ¿qué cosas no harías tú por amor? Es eso lo que te mueve, lo que hace que a pesar del pánico que te causa entrar, lo hagas con una sonrisa en tus labios. Volteas antes de terminar de cruzar la puerta, las ves, están nerviosas, bastante nerviosas; lo notas en la forma en la que escudriñan tu cuerpo a distancia, como queriendo grabar en su mente cada detalle de ti. Te arreglas los lentes de sol, y les regalas la sonrisa más grande que puedes lograr, pero al voltear no puedes evitar pensar que quizás esta sea la última vez que las veas.

¿Qué se siente morir? ¿Será igual que quedarse dormido? ¿Dolerá? ¿Recordarás algo cuando salgas de este mundo? Hay cosas que sabes no puedes contestar, pero esas interrogantes no dejan de asediar tu cabeza. Y es en esos momentos cuando empiezas a pensar, Lexa, en qué hiciste, en qué te llevó al lugar en el que te encuentras justo ahora, luchando una batalla que en el fondo tú consideras perdida; una batalla en la cual deseas darte por vencida, levantar tu bandera de paz y dejar que la delicada chica de traje negro y guadaña se proclame vencedora.

Te recuestas en la silla y te conectan a esa máquina que poco a poco te va chupando la vida, a la que le regalas un pedacito de tu alma por un día más. Porque sí, al purificar tu sangre esa máquina va menguando poco a poco tus fuerzas, hasta las ganas de hablar desaparecen. Ya no puedes cantar, Lexa, ¿recuerdas lo bonito que cantabas? Ya tu cuerpo no puede hacer ni lo que considerabas más sencillo, ¿cuándo se te hubiese ocurrido que cantar iba a resultarte complicado? En este momento, permites que las pocas lágrimas que pugnaban por salir, desde el momento en que llegaste a este centro médico, sean libres.

Levantas la vista, luego de unos minutos y notas cómo Leandro voltea rápidamente la cara. Sonríes, internamente... Sonríes intentando animarlo. A diferencia de ti, que tienes una vibrante fístula en tu brazo, él está conectado a su máquina por un catéter cerca del lado izquierdo de su cuello, lo que significa que quizás su tratamiento no sea a largo plazo. Ese pensamiento, desde el momento en el que lo conociste, hace apenas una semana, hace que te relajes en tu silla; sería triste que un pequeño de apenas ocho años también tuviera una falla renal crónica.

—Psss... psss...

Intentas llamar la atención del muchachito con camisa de Spiderman sentado delante de ti. Desde el primer día en que vino lo has pillado viéndote unas cuantas veces. Y siempre hace lo mismo cuando te das cuenta de que te mira: voltea su cabeza como queriendo enterrarla en su hombro. Le hablas:

— ¡Hey, pequeño búho!—. Hace ademán de mirarte y, en el momento en que sus ojos se conectan con los tuyos, le sacas la lengua de forma divertida. Leandro intenta ocultar su cabeza nuevamente y ahora por más señas que hagas, no consigues que vuelva a mirarte. Lo observas, mientras se acurruca y empieza a quedarse dormido. Tú también empiezas a sentir sueño y poco a poco dejas que el cansancio te venza; y mientras empiezas a dormirte, vuelves a la pregunta que te haces a toda hora: ¿será morir como dormir?

Nos merecemos algo mejorWhere stories live. Discover now