Capítulo 39.

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P.O.V. _____'s.

—¿Que yo qué? —preguntó sorprendido, sin poder creerlo—. ¿De verdad?

—¿Por qué preguntas eso, maldita sea? —pregunté, confundida. Así es señoras y señores, _____ se había enojado de la nada, qué inusual—. ¿Qué demonios ganaría yo mintiéndote? —me levanté de la silla, enojada, poniendo mis manos en mi cintura.

—Divertirte conmigo —habló enojado y también levantándose de su silla.

—¿Divertirme contigo? —pregunté confundida y sarcástica—. ¿De qué demonios estás hablando, Biersack?

—¿Y ahora te haces la que no sabes? —habló burlón y acercándose a mí.

—¿Me hago la que no sé? —pregunté indignada, haciéndome para atrás y finalicé con una risa sarcástica.

—¿Piensas seguir evadiendo mis preguntas? —ironizó él, retrocediendo.

—¿Piensas responder las mías con más preguntas?

—¿Yo?

—¡Al demonio! —grité, bajando mis manos y tomando mi mochila—. ¡Me largo de aquí! —colgué mi mochila en mi hombro y me encaminé a la puerta del salón.

Vi cómo sus ojos se abrieron como platos y salió corriendo detrás de mí. Me tomó de la mochila y me giró, me vio a los ojos y habló:

—Oh no. Tú no te irás a ningún maldito lado —me cargó en su hombro como costal de papas y se encaminó a la puerta, yo no había podido reaccionar—. No te irás de aquí sin ecplicarme nada —cerró la puerta del salón y regresó a nuestros asientos.

—¡Oye, idiota! —grité pataleando—. ¡No soy un maldito saco de papas! ¡Ponme en el maldito suelo! —le pegué en la espalda—. ¿¡Qué estas esperando, imbécil!?

—¡Oye, duele! —se quejó encorvando su espalda—, maldita loca. ¡Espera! —me bajó con delicadeza cerca de nuestros asientos y se giró para caminar al suyo (su asiento)—. Y si intentas escapar —giró a verme amenazadoramente—, te cargaré como "Costal de papas" por toda la escuela, mañana en un descanso entre clases.

Me puse pálida del susto. No sería bueno para mi reputación, es decir, lo odio con mi ser entro, ¿qué pensarían de mí los demás? ¿que caí fácilmente en sus redes, como todas las demás? No puedo dejar que pase.

—¿De verdad te preocupa qué demonios piensen los demás? —preguntó serio, aún parado

—¿De qué estupidez hablas, Biersack? —pregunté mirándolo a los ojos, confundida.

—"No sería bueno para mi reputación, es decir, lo odio con mi ser entro, ¿qué pensarían de mí los demás? ¿que caí fácilmente en sus redes, como todas las demás? No puedo dejar que pase" —dijo con voz aguda, tratando de imitar la mía—. ¿Eso crees? —me vio a los ojos.

Sus hermosos ojos azul me miraban esperando una respuesta, con un cierto ápice de dolor, como si yo hubiera dicho algo que lo lastimara.

—¡Maldita sea! —hablé sorprendida—Pensé en voz alta.

—No me digas —ironizó—. Si tanto te preocupa que te vean conmigo, no importa —agarró su mochila y caminó hacia la puerta, dándome la espalda—, porque me largo de aquí. ¡No te preocupes! —se giró a verme y abrió la puesta, con su vista fija en una cosa: Yo—. Porque jamás en mi vida volveré a hablarte, tú tranquila —comenzó a tartamudear—, porque jamás volverás a escuchar una sola palabra de mi boca, no cruzaré mirada contigo, no te volveré a ver. Haré como que no existes. ¿Eso es lo que querías, no?, mantener tu reputación de la única chica en la escuela que no está a los pies de Andrew Biersack. ¡Pues ahí lo tienes!, no mancharé tu reputación.

—Oye, yo —comencé a hablar, tartamudeando.

—¡No! —me interrumpió bruscamente— ¡Eso es lo que querías, ¿No?, ¡Ya lo tienes!, felicitaciones, el maldito Andy Biersack no estará más detrás de ti.

Eso era cierto.

—Tus deseos son ordenes —finalizó con énfasis.

Su voz se volvía más seca conforme decía una letra más, sus ojos llorosos penetraban los míos, su nariz roja, su voz fría y temblorosa, sus manos hechas puño de un color blanquecino por la falta de sangre, su tez blanca, tornada roja por la furia en el rostro.

Cada palabra hirió mi corazón como si fueran mil pequeñas dagas por palabra en mi corazón, haciéndolo sentir muerto.

Una lágrima corrió por su mejilla, soltó un sollozo. Mi corazón se partió.

Me quedé calla, sin una sola palabra para decirle, ¿cómo podría explicarle lo confundida que me sentía, lo mucho que he pasado pensando en esos malditos besos, lo intrigada que me dejó cuando me dijo que no se iba a quedar así? ¿¡Cómo demonios le explicaba que quería que lo hiciera de nuevo!?

Se limpió la lágrima con el antebrazo, con una brusquedad que hasta a mí me dolió.

—No vale la pena llorar por una estupidez —dijo, serio—, no vale la pena si quiera hablarte.

Mi corazón se oprimió. Él salió del salón.
—¡Andy! —grité con todas las fuerzas que tenía y salí corriendo detrás de él, iba caminando rápido.

»¿Por qué me dejé engañar?, no te dejé de amar ni un solo segundo. Me mentí yo misma, creyendo que te superé, cinco años de mi vida en una mentira«

¡Hola!
Gracias por leer, sólo quería decirles que las cartas se irán al demonio, ya no serán necesarias a esta altura de la historia.

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El chico de las cartas. •[Andy Biersack]•Where stories live. Discover now