Primera lección: Maestro

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Steve amaba enseñar a las pequeñas mentes y ver sus sonrisas cuándo descubrían nuevas cosas. Y ser él el causante de ellas lo hacía todo mejor porque así se sentía útil, se sentía fuerte.

Su vocación había nacido al ver a su madre enseñarle a él, su pequeño hijo enfermo, si ella no se hubiera tomado la molestia de hacerlo Steve se hubiera atrasado en sus estudios y sentido más inútil aún pero gracias a su madre el pequeño rubio se había sentido normal. Y ahora era momento de hacer lo mismo que Sarah hizo por él por los pequeños que se cruzaban en su vida.

Esté año sería el primero en el que sería un profesor nombrado, ya no un asistente. Treinta pequeños estarían a su cargo. Eran muchos pero la escuela no podía darse el lujo de construir más salones. Era una escuela pública pero con un muy buen nivel académico gracias al esfuerzo extra de la directora María Hill y los tres profesores que se encargaban de las clases de 3,4 y 5 años. Steve había entrado para ayudar a Peggy Carter pero al ella retirarse debido a que pronto tendría a su cargo a su sobrina huérfana además que la edad estaba alcanzando a la fuerte mujer, él fue recomendado por la castaña para quedarse en su puesto. La Directora aceptó y ahí estaba, en el primer día de clases con su camisa a cuadros, un pantalón beige y unos zapatos de vestir junto a sus otros dos compañeros: Nat y Sam. La Directora estaba diciendo a la masa de estudiantes y profesores que había un nuevo profesor debido al retiro de la adorable mujer mayor. Hubo expresiones de tristeza pero sabían que María no aceptaría a alguien que no fuera cualificado así que estaban expectantes de ver al nuevo. Su nombre fue dicho y él se congeló. Cómo si estuviera dentro de un bloque de hielo. Unos golpecitos de dos direcciones lograron sacarlo de su estado.

- Sólo sonríe y todos caerán.

La rusa le sonreía para animarlo.

- Vamos, campeón.

El hombre le sonrió también.

Steve empezó a caminar y cuándo estuvo al lado de las dos mujeres fue abrazado por Peggy. Ella siempre lograba calmarlo.

- Bueno, damas y caballeros. Y pequeños. Eso es todo. Ahora conocen al nuevo maestro. Sean gentiles. Bienvenidos al nuevo año escolar.

Todos aplaudieron. Y los murmullos de padres calmando a sus hijos, pequeños lloriqueos que eran habituales y el caminar de las personas buscando la clase de sus hijos.

- Lo harás bien, Steve. Te he recomendado yo ¿No es así?

- Lo sé, Peggy. Voy a dar todo de mí.

- Sólo necesitas eso, querido. Sabes que cuentas conmigo para cualquier cosa. Es más, debes venir a mi casa para la fiesta de bienvenida de mi sobrina.

- Ahí estaré.

Con una sonrisa Peggy se fue aunque fue interceptada por un grupo de padres y sus niños que deseaban darle unos regalos por lo mucho que había hecho. Eran los que cursaban los 5 años. Steve sabía que María estaba tras eso para no incumplir su promesa de no hacer fiesta alguna pero aún así homenajear a la mujer por sus más de 20 años de entrega a la escuela.

El rubio más animado fue a su clase, suponía que en ese momento todo estaría más calmo. Cuándo llegó a la sección, a su sección de 4 años vio a un grupo de padres tomados de las manos con dos o más niños.

- Buenos días a todos.

Todos rieron ante su saludo. Hasta los niños soltaban pequeñas risitas.

Steve no sabía cómo tomar tal comportamiento.

- Disculpe, es que t-tiene una marca de labial en su mejilla, profesor.

Una de las madres explicó y aunque había parado de reír, seguía sonriendo.

- Oh, es que el amor siempre deja marca, señora.

- Eres adorable, jovencito.

El rubio tenía veinte y tres pero no diría algo.

- Gracias ¿Pasamos para que podamos conocernos un poco más?

- Por supuesto.

El profesor entró a su aula para sentarse en su escritorio. Padre tras padre ingresaron para decir los nombres de sus niños y algo que sentían que el rubio debía saber. Steve aprendió que debido a que su escuela se encontraba en un barrio pequeño las personas eran muy unidas. Los padres que no podían traer a sus hijos los encargaba a otros. Era bueno ver que aún la confianza existía.

- Buenos días, profesor Rogers, éste es el hijo de mi señora. Es Anthony.

Una voz aguda pero de tono autoritario se dejó oír.

- Es Tony. Te lo he dicho, Jarvis.

El hombre suspiró pero sonrió.

- Disculpe, es Tony profesor.

El rubio pensó que ese niño se veía demasiado aristocrático para una escuela pública de un pequeño barrio pero no dijo algo sobre eso.

- Un gusto.

El niño levantó sus grandes ojos color chocolate que al ser rodeados por unas largas pestañas le daban una mirada hermosa. Sería todo un rompe corazones cuándo creciera.

Steve le sonrió. Tony volteó la mirada.

¿Sería odiado?

- Bueno, nos vemos profesor Rogers. Yo seré el encargado de traerlo y llevarlo. Espero llevarnos bien.

- Claro, Señor Jarvis.

- Sólo Jarvis.

- Jarvis.

Y el hombre alto se fue llevando al niño a su asiento designado.

Después de eso muchos niños y padres fueron presentándose ante él pero Steve siempre volvía su mirada a un pequeño Tony que se mantenía sereno en su asiento leyendo algo y cómo si eso no fuera suficiente ¡Estaba leyendo a la edad de cuatro un libro de primer grado!

Steve presentía un año movido.





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Nueva historia que ya está terminada y cómo no puedo evitar no subirla, lo hago.

Espero disfruten los que la lean.

Buen Jueves.

'Cosa de niños.' Donde viven las historias. Descúbrelo ahora