Séptima lección: Adiós

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El Lunes llegó y Steve fue con un humor excelente a clases, Sharon y Peggy habían llenado su fin de semana de amor familiar.

— Buenos días Steve, oí que a alguien le pidieron matrimonio.

— Fue cosa de niños, el pequeño se me acercó y claro que no lo tomé en serio. Es un niño por Dios.

—¿Niño? ¿De qué hablas, hombre? Hablaba de Nat ¡Se nos casa!

—¿¡Qué?!

— ¡Sí!

Los dos hombres estaban emocionados, a punto de bailar en medio del pasillo de la escuela pero fueron interrumpidos por la misma mujer de la que hablaban.

— Yo soy la que me caso y ustedes son los que parecen que usarán el vestido.

— ¿Vas a usar un vestido?

— ¿Quién es el afortunado?

— Calmense, chicos. Sí voy a usar uno pero para la ceremonia y ya. Y el desgraciado es Bucky, mi mecánico.

— Felicidades, Nat.

— Felicidades, chica rusa.

— Gracias.

Los tres se fueron riendo y cada uno se despidió para dar la bienvenida a sus niños.

Steve estaba sorprendido pero muy feliz por su amiga. El casamiento es el primer paso para ser familia. Y la familia era vital.

— Buenos días Profesor Rogers.

— Oh, hola Jarvis. Hola Tony.

No quería que el pequeño se sintiera olvidado.

— Serás un buen esposo.

El niño le dijo tal cosa y se fue feliz a su silla.

— Gracias, supongo.

— Oí sobre la pedida.

El rubio ahora sí estaba seguro que hablaban sobre la pedida a él.

— Tony fue muy Tony.

— Imagino, el joven señor es decidido. Me alegra que no lo trate diferente debido a lo sucedido.

— Es un niño. Me siento honrado.

— Nos vemos, Profesor.

— Adiós, Jarvis.

La primera diferencia que Steve notó es que Tony le sonreía más. Su corazón se sintió ligero.

La segunda es que ahora el niño llevaba un collar similar al suyo salvo que el de Tony tenía una T en vez de una R. Le pareció algo lindo.

Lo más curioso fue ver el comportamiento de Tony ante Sharon, se le quedaba viendo fijamente y acaparando la atención de Steve, cosa que el rubio aceptaba con mucho gusto mientras su novia sonreía. Pero luego que Sharon y el pequeño hablaron un día en una conversación que parecía muy seria, hasta parecía que habían llegado a la tregua.

Los meses pasaron y el pequeño logró adaptarse totalmente. Aún era un adulto algunas veces, sarcástico y su mente hábil hacía que sonara que se burlaba pero todos sus amigos aprendieron a que no era así. Que Tony era un niño de hierro con relleno suavecito.

Steve amaba a su clase y amaba ser su profesor. Nat se casaría en Enero después que las clases acabaran. Él y Sharon estaban saliendo desde hace dos meses.

La vida iba bien para el rubio que lleno de felicidad preparaba un intercambio de regalo para Navidad que sería en una semana. Por una jugarreta del destino le había tocado darle algo al pequeño Tony. Desde el día que supo quién le había tocado estuvo buscando el presente perfecto, algo tan especial cómo el niño al que se lo daría. El veintidós que era Lunes preguntó al pequeño disimuladamente qué deseaba.

— Tiempo, profesor. Es el regalo más preciado que a uno pueden darle.

El rubio quedó perplejo y el niño se fue con Jarvis.

El veintitrés Steve se encontraba buscando de nuevo. La respuesta del pequeño le descolocaba pero cómo salido del cielo su mirada se topó con un hermoso reloj de mesa de tonos metálicos rojo y negro, se veía tan elegante y brillante. Decidió comprarle tiempo de una forma figurativa. Él mismo envolvió el reloj con papel donde pequeños cohetes se veían flotando en el papel rojo metálico. Su moño verde lo volvía totalmente navideño.

— Usted es cómo un niño, profesor. Pero gracias.

El rubio sonrió ante la respuesta que se formó en su cabeza. Tony diría algo como eso de seguro.

El veinticuatro llegó y Steve estuvo desde temprano terminando la decoración de su salón. Portaba un suéter de navidad y una sonrisa enorme. Golpes suaves lo sacaron de su tarea, hoy había cerrado la clase para aumentar la sorpresa de sus alumnos. Confundido porque había escrito a los padres que debían llegar dentro de media hora fue a abrir. Encontró a María vestida elegantemente con un regalo entre sus manos y una sonrisa que no llegaba a sus ojos tan expresivos cómo los de su hijo. El profesor buscó al pequeño y al no hallarlo volvió a ver a la mujer parada frente suyo.

— Él lamenta no venir, Steve. Pero manda su regalo. El destino es cruel e hizo que le tocara a mi hijo darle un regalo.

— ¿Por qué no vendrá? ¿Está enfermo?

— No, sólo triste. Ahora se encuentra con su padre.

— Oh, él dijo que su padre vendría pronto por él.

— Ese día llegó. Tony a pesar de su comportamiento es un niño aún. No comprende todo pero sigue sonriendo porque es un buen niño.

— Lo sé. Es un gran niño.

— Lo es. Tome, Steve. Feliz Navidad de parte de mi familia. Y en especial de mi hijo. Espero que nos volvamos a ver.

La mujer puso el regalo entre las manos del rubio y depositó un beso en su mejilla. Se alejó con paso grácil.

Steve reaccionó.

— ¡Espere! Yo también tengo un regalo para él, ya vuelvo.

María asintió y esperó.

— Tome, yo espero que le guste. Feliz Navidad. Dígale que espero que su vida esté llena de felicidad.

— Gracias, Steve. Eres un excelente profesor.

María se alejó. Y Steve se sintió extrañamente dejado.

La realidad lo golpeó. Nunca más vería a Tony. Él quería verlo crecer, quería verlo formar una familia y ser un verdadero adulto.

Pero ya no sería. El rubio suspiró porque no podía estar triste justo ahora. Más niños dependían de él, Sharon, Peggy y sus amigos lo esperaban hoy en la cena de Navidad.

Con eso en mente el joven profesor entró a su clase para seguir con su vida.

Fue una feliz navidad.




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