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Uno es peor que el otro


Pasaron dos días extraños.

No coincidí con ninguno de los Cash, pero los silencios densos e incómodos que se hacían cuando entraba en alguna sala del instituto, eran molestos.

La gente ni siquiera se molestaba en disimular. Me veían como si fuera el único ser humano que había evolucionado del Homo Sapiens a una especie nueva y tóxica.

Nadie cruzaba palabra conmigo.

Nadie me prestaba un sacapuntas.

Nadie quería tenerme en su grupo de actividades.

Y todo por haber desafiado a Aegan.

Me parecía injusto todo aquello. Lo único que lograba era alimentar mi desprecio hacia los hermanos. Ya no tenía edad para hacer una rabieta solo porque todos me hacían la ley del hielo, pero en verdad que me ponía de mal humor.

Durante el tiempo libre antes de mi clase de literatura, me senté en el comedor junto a Artie.

Abrí mi botella de agua saborizada y bebí de mala gana.

—Es una mierda —me quejé, colocando con fuerza la botella sobre la mesa.

—Por supuesto, no se puede hacer un buen debate sobre política si tu contrincante piensa que Trump es el ideal de líder republicano —objetó ella, comiendo una papa frita y mirando unos apuntes al mismo tiempo.

—Eso no —aclaré, fruncí el ceño y sacudí la cabeza—. Bueno, eso sí, pero también esto. —Miré a mi alrededor—. Parece que tuviera lepra.

—Ah, pero pensé que no te importaba nada más que estudiar —comentó Artie, un poco confundida.

Tomé el kétchup y comencé a echar un montón sobre las papas, con salvajismo.

—Sí, pero me da rabia que se salga con la suya. Que tenga tanto poder sobre los demás. Es como si todos los cerebros tuvieran un microchip controlado por los Cash.

—Pues el mío no —rio ella—. Kiana, Dash y yo te hablamos y creemos que hiciste algo genial. No estás tan sola.

Bueno, eso fue reconfortante.

Dos días en Tagus compartiendo habitación con Artie me habían permitido darme cuenta de que era una chica dulce. Podía parecer una muchacha metida de cabeza en los libros con una exagerada preferencia por los chalecos de lana, pero era divertida y su humor a veces era negro, justo como me gustaba.

Sí, sí bastaba con ellos.

Cogí una papa frita y en cuanto alcé la vista quedé con la papa a medio camino de mi boca.

Si lo que estaba viendo era cierto, ese imbécil no podía ser más descarado.

Aegan Cash avanzaba por el espacio entre las mesas del comedor en dirección a donde estábamos.

De inmediato perdí el apetito y fue sustituido por una explosión de enfado y desagrado. El mismo sentimiento se acentuó porque no fui capaz de negarme a mí misma que tenía demasiado estilo el muy idiota.

Llevaba una chaqueta marrón con una camisa blanca debajo, unos jeans y unas botas trenzadas. Un reloj adornaba su muñeca derecha y el cabello se le desordenaba de manera impecable.

¿De dónde coño había sacado ese outift? ¿De Pinterest?

Algunos lo miraron pasar, pero otros no interrumpieron sus conversaciones.

Finalmente llegó hasta la mesa, y allí sentada lo vi más grande e imponente que nunca.

Solo cuando tomó asiento junto a Artie para quedar frente a mí, ella notó su presencia.

Perfectos Mentirosos © [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora