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Algunos son expertos en ciertas cosas y otros andan por la vida cayéndose de culo... Como Jude, por ejemplo.


Cuando nos montamos de nuevo en la camioneta, podía escuchar que Aegan soltaba aire por la nariz como si fueran ollares. Solo faltaba que la piel se le pusiera roja y le saliera humo por los oídos para parecer personaje de una caricatura.

—¿Cómo no se te salen las hemorroides de tanto que te cabreas? —le pregunté mientras me colocaba el cinturón.

—¿Qué? ¿Así es como hablan en las escuelas públicas? —rebatió él mientras encendía el auto.

Había una nota ácida y altanera en su voz. Todavía estaba furioso y era probable que si seguía hablándole descargara esa furia en mí. Pero ese era el chiste, ¿no?

—Ajá, vengo de una escuela pública, no soy millonaria, soy becada y todo eso —expresé con indiferencia—. Burlarse de la posición social es tan de novela de Telemundo.

—¿Tele qué? —soltó él con extrañeza.

—Nada. —Sacudí la cabeza—. ¿Qué pasó allá dentro?

Aegan frunció el ceño y me miró como si quisiera arrancarme la cabeza.

—¿No leíste la lista o qué mierda? —reclamó.

—La leí y me acuerdo de ella tanto como me importa tu buena salud —confesé y le regalé una linda sonrisa.

—Pues vuélvela a leer y sabrás que no tienes que estar haciendo preguntas —zanjó y se dedicó a conducir.

Giré los ojos y busqué la lista en mi mochila porque ya me picaba la curiosidd. Estaba tan arrugada que tuve que estirarla mucho para poder entender lo que decía.

Terminé por admitir que cada vez que la leía quedaba más enfadada que antes.

—Durante los noventa días, la chica en cuestión deberá evitar en todo momento intentar saber más de lo que debe o Aegan quiere revelar. Estará prohibido: hacer preguntas personales o inmiscuirse en los asuntos privados de la segunda parte. —repetí tal cual estaba escrito en la hoja. Después lo observé, perpleja—. ¿Es coña? Tiene que serlo porque esto es lo más estúpido que he leído en mi vida. No, no, seguramente leeré algo aún más estúpido luego, pero este supera todo hasta ahora.

—Nada de lo que dice la lista es coña —aseguró él en un tono indiscutible.

Durante todo el camino me concentré tanto en insultar a Aegan mentalmente que ni siquiera me molesté en averiguar a donde íbamos. Cuando él aparcó me arrepentí de no haber preguntado, porque me pintó mal que estuviéramos en nada más ni nada menos que un club de equitación.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté de golpe, mirando por la ventana como una de esas palomas inquietas.

La fachada del lugar se veía bastante increíble, rodeada de árboles y cosas que solían ponerle a sitios caros y exclusivos.

—¿Cómo que qué? —inquirió él. En cuanto volteé a verlo, una sonrisa maliciosa apareció en su rostro—. Vamos a cabalgar.

Aegan se bajó del auto y yo quedé como una estúpida en el asiento.

Cabalgar.

Dios santo.

¡Yo no sabía cabalgar! ¡Apenas y sabía mantenerme parada!

—¡Mueve el culo, Jude! —soltó Aegan, dando un golpe al capó del auto que me provocó un sobresalto.

El interior del club era de algún tipo de madera hermosa y acogedora. Los empleados usaban pantalones blancos, chalecos y botas, y estaban tan limpios y rectos que me hicieron sentir sucia y encorvada. Aegan se detuvo en el recibidor y le explicó al encargado que yo era su nueva novia y que necesitaba un carnet de miembro mientras eso durara.

Perfectos Mentirosos © [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora