21 - Primera parte

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Seis pueden guardar un secreto si dos de ellos están muertos


Día: sábado.

Hora: perfecta para sufrir.

Mi teléfono sonaba y yo estaba en el kiosco comprando otra cubeta de helado, una caja de twinkies, un pack de colas y una bolsa extra grande de doritos. Cabía destacar que iba vestida con leggins y una camisa más grande que mi desánimo, remendada en algunas partes y manchada de pintura en otras. Tenía el cabello recogido en un patético y desastroso intento de cebolla, y parecía una vieja dejada por cinco maridos.

Cuando me harté del sonidito de las notificaciones, chequeé el teléfono. ¿Cómo no lo imaginé? Solo había una persona capaz de joder tanto. Su nombre empezaba por A y terminaba en Egan. Me había estado llamando. Como no respondí había dejado unas diez veces el mismo mensaje:

Creo que estoy resfriado. Pasas por la farmacia y me traes algo? Estoy en el apto. Mueve ese culo de tabla.

Consideré no hacerlo. Si fuera por mí lo habría dejado morir hasta de pulmonía, pero en papel yo era la novia enamorada, y una novia nunca abandonaba a su novio en tiempos de enfermedad, ¿no? ¿NO?

Una sonrisa igual a la de la famosa escena del Grinch se desplegó en mis labios al mismo tiempo que la idea llegaba a mi mente:

A menos que esa novia enamorada se equivocara en la farmacia...

Solté una risita y caminé hacia la farmacia del campus. Entré, la puerta tintineó y me detuve frente al mostrador. La farmacéutica era una muchacha con tan solo un par de años más que yo, con un aspecto nervioso como el de un cachorrito de esos que solo saben temblar y ladrar.

—¿Tienes laxantes en píldoras? —le pregunté con suma naturalidad.

—Sí —respondió, aunque algo dudosa.

Le dediqué una sonrisa amplia, alegre, feliz como la de un niño a punto de hacer su travesura más épica.

—Perfecto, me das eso y una caja de antigripal, por favor —le pedí.

Después de que pagué todo me senté en uno de los bancos de una de las aceras e hice el cambio: metí las tabletas de laxantes en la cajita de los antigripales. Estaba muy segura de que Aegan ni siquiera se molestaría en ver el nombre impreso detrás de la tableta, así que mi plan no fallaría. Ya me satisfacía el solo pensar en la diarrea olímpica que tendría más tarde.

Guardé todo en la bolsita y me fui tarareando y casi que dando tumbos hacia su bloque de edificios. Al llegar subí en el ascensor. Apenas se abrieron las puertas, una figura venía a toda velocidad. Era Owen.

—¡Hola, Owen! —le saludé con mucho ánimo.

—Jude —pronunció y entró en el ascensor con apuro.

Lo miré con algo de extrañeza. No parecía tranquilo como siempre, de hecho, tenía un tinte preocupado, serio, y por la forma en que presionó los botones, también mucha prisa por irse. Su cabello rubio poseía un aire desprolijo. Por alguna razón lo asocié a Aleixandre. Unas semanas atrás, durante las clases, también lo había visto evasivo y tenso.

Debía de ser por el Sak. Si hacía un resumen de lo que había descubierto hasta ahora, los Cash y su combo tenían que resolver un gran problema antes de sesenta días y vender esa droga en forma de diamantes que habían introducido en Tagus. Pero había algo más. Llevaba noches dándole vueltas en mi cabeza. Había algo con menos tamaño pero mayor alcance, algo entre los tres hermanos, Regan e incluso Layla y la muerte de la prima Melanny. Solo que no estaba segura de qué era con exactitud... Las pruebas del tráfico de drogas seguían en mis manos, pero aun no las utilizaría. Todavía me quedaban cosas por hacer.

Perfectos Mentirosos © [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora