Cápitulo 2

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Al día siguiente quería hablar con Nathan, pero no asistió a clases. Por suerte mi estancia en la escuela paso muy rápido, y saliendo me fui directo al parque "Tres Muelles", aunque en realidad no se llamaba así. Se había ganado el nombre por ser el lugar donde ocurrió uno de los crímenes más escandalosos de la zona. Paso cuando yo tenía más o menos cuatro años y medio. Al parecer, había una señora que se apellidaba Muelles, tenía tres hijos, el mayor se llamaba Eddie o Freddie (No lo recuerdo), el de en medio Carlos y el menor Adán, el mayor estaba en una especie de problemas con drogas y una madrugada salió al parque y sus dos hermanos lo siguieron, nadie había visto nada por lo que se supuso que tuvieron una pelea y Eddie había matado a sus hermanos con largos y delgados cortes abriendo sus estómagos por completo, acompañándolos con puñaladas en la espalda y después él se había atracado de cocaína hasta conseguir una sobredosis, al día siguiente encontraron los tres cuerpos. Mi padre me conto esta historia cuando creyó que tenía la suficiente edad, además de que yo no paraba de preguntar porque lo llamaban así. Estaba sentada bajo un árbol que me daba sombra, mirando las nubes, sin dejar de pensar en Nathan, estaba preocupada por él. Observe a las personas que pasaban a mis costados; una chica corriendo, un señor gritándole a su teléfono con un maletín en la mano, un niño y una niña patinando y, una chica sentada en un banco, creo que está en mi clase de gastronomía, su cara esta roja e hinchada, parece que ha estado llorando un buen rato. Si no mal recuerdo, su nombre es Violeta. Siempre me ha llamado la atención, su cabello está lleno de mechas de colores y casi siempre usa ropa negra, me agrada que sea diferente a lo común. Cuando recién se lo había pintado muchas chicas en la escuela se burlaban o hacían comentarios sarcásticos, pero a ella parecía no importarle. Ese tipo de personas me parecen geniales.

Mi celular comenzó a vibrar, lo saque de mi mochila y mire la pantalla, era Andrea. Contesté, y como siempre ella hablo primero.

- Hola. ¿Dónde estás? ¿Quieres salir a algún lado?

- Hola, en el parque Tres Muelles, claro ¿A dónde?

- ¡Ese lugar es precioso! ¿Qué tal si en vez de ir a algún lugar, nos vemos allá y hacemos un picnic?

- Claro, es una excelente idea. Cuando llegues llámame.

Y colgó el teléfono, como siempre lo hace. Guarde mi celular en mi pantalón y me recosté en el césped. Volví a mirar hacia el cielo, recordé una vez, cuando era niña y mi padre me llevo a una piscina gigante (y yo recién había aprendido a no ahogarme). Ese día el sol brillaba como nunca, de un momento a otro sentí la necesidad de lanzarme desde una plataforma que estaba a un lado de la piscina. Mi padre estaba charlando con unos amigos y ni siquiera noto que me fui. Me había dado permiso de ir a nadar ahí dentro, pero estaba segura que no me dejaría saltar, así que me separe de él, y fui a ponerme el bañador. Al salir de los cambiadores me di cuenta que él no había notado mi ausencia, así que llegue hasta las escaleras de la plataforma y comencé a subir. En vez de asustarme más por cada escalón que subía y me temblaran las piernas, me emocionaba, era excitante la idea de hacerlo, sin pensar mucho en los riesgos, en las probabilidades de golpearme con el agua, de caer y no salir. Sentí que de algún modo mi vida cambiaria, que dejaba a mi persona atrás. Al llegar arriba me quede paralizada por un instante, diciéndome una y otra vez; "Tienes que hacerlo, no seas cobarde". Así que, me acerque a la orilla, tome un gran bocado de aire, me tape la nariz y me lance. Mientras estaba en el aire mil emociones recorrían mi cuerpo; Libertad, alegría, miedo, arrepentimiento y más que nada euforia, todo fue increíble, hasta el momento en que caí al agua.

Poco a poco cerré los ojos y me sumergí cada vez más en ese recuerdo. Amaba como se sentía el contacto del pasto contra mi piel, la forma en que mi cabello se desparramaba a mí alrededor y podía estirar todas mis extremidades sin ningún problema de espacio, pocas veces lograba tener tanta calma, cuando algo que no esperaba pasó: sentí la presión de unos labios contra los míos.

Todos están dementesWhere stories live. Discover now