𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑎𝑚𝑎𝑟𝑡𝑒, 𝑠𝑜𝑙𝑜 𝑡𝑒 𝑛𝑒𝑐𝑒𝑠𝑖𝑡𝑜 𝑎 𝑡𝑖

143 35 31
                                    

20 de Marzo de 1987.

Hola, El, ¿qué tal todo? No importa si estas cartas no te llegan, no importa si le escribo al vacío, la gente dice que la intención es lo que cuenta y seguiré haciendo esto con la esperanza de verte otra vez.

¿Te ha gustado la caja? La hice azul, de tu color favorito.

Me acuerdo de cuando me dijiste que era tu color favorito, me pareció raro.

No sabía que conocías los colores, no tenía idea. Pensaba que los veías como algo normal pero no sabía sus nombres, pero convenientemente, sabías el nombre de este.

Pensé que serías de las que te gustaría el rosado, o algún otro color femenino como el morado o el fucsia, pero resultó ser que odiabas ese tipo de colores. Me dijiste que ni siquiera te gustaba usarlo en la ropa y que no eras compatible con ese tipo de colores.

Recuerdo que Nancy te dijo que ese tipo de colores eran "delicados, perfectos para una dama", y tú solo te encogiste de hombros diciendo que tú eras una niña, no una dama.

Razón número 79 para amar a Eleven Hopper.

Después llegaste diciendo que te gustaba muchísimo el azul y tu color favorito para vestirte era el negro. De nuevo, Nancy intervino diciendo que "eran colores muy varoniles". Tú te encogiste de hombros, diciendo que te daba igual.

Es que es imposible no amarte.

Recuerdo mucho que siempre que salíamos luego de nuestras citas, te ayudaba a escoger la ropa. Te sugería algunas cosas que eran un poco claras que te había comprado Joyce y tú eras No, Ese no, Ese tampoco, Muy claro, Es aburrido.

Al final, terminabas entrando tú al armario y eligiéndolo tú, escogiendo algo mucho más oscuro, totalmente diferente a lo que yo pensaba que elegirías.

Recuerdo y me río por tu dulzura. Eras imposible.

Después de un tiempo, llegué a acostumbrarme a tus gustos, sabiendo qué ibas a elegir. Recuerdo que cuando elegía bien tu vestimenta, me sonreías de una manera hermosa y ponías tus manos alrededor de mi cara, en mis mejillas, mientras me besabas la nariz.

Decías que yo era el mejor novio del mundo e ibas a cambiarte y a arreglarte rápido. Y luego nos dimos cuenta que teníamos gustos muy parecidos.

Cuando me buscabas para salir tú, tú elegías la ropa rápido y yo siempre quedaba satisfecho. Yo sí me arreglaba rápido y salíamos tomados de la mano a cualquier lugar.

Lo único que nunca cambiaste fue que tenías una obsesión terrible con las pulseras. Siempre cargabas una en cada muñeca y te sentías rara cuando a una muñeca le faltaba su pulsera. Tenías muchísimas y todas te combinaban con la ropa, casi nunca las cambiabas. También cargabas un bolso pequeño en donde ponías el dinero y alguna que otra cosa, y nunca te gustó el maquillaje.

Recuerdo que una vez fui a tu casa en la tarde y ahí estaba Joyce intentando convencerte de que te dejases maquillar, pero tú no querías. He de admitirlo, aunque normal te ves hermosa, me hubiese encantado verte maquillada con fundamento, seguro serías una obra de arte reconocida.

Aunque normalmente seas una obra de arte.

En vista de que no querías acceder a ser maquillada, dije que tú te dejarías maquillar si yo me dejaba maquillar primero.

Qué horror.

Lo peor fue que sucedió. Tú sonreíste pícara y me dijiste que aceptabas, así que empezaron ustedes con mi tortura.

Cuando terminaron, yo parecía una mujer, literalmente, y tú no aguantabas la risa. Te reíste en mi cara y yo ponía una cara seria, haciendo como si estuviese molesto.

Recuerdo que Joyce se fue un momento y tú me hablabas, pero yo solo te ignoraba porque no parabas de reírte. Luego me preguntaste que de qué manera me podías contestar y yo me puse serio y te miré. Te contesté que me contentaría si me quitabas el labial a besos y tú achicaste los ojos acusándome. Bien dijiste, y me hiciste caso.

Te esmeraste en tu misión y terminamos besándonos por mucho rato, hasta que tocaron la puerta. Tú rodaste los ojos con fastidio y me diste un último beso, mientras yo entraba al cuarto tuyo para que nadie me viera como estaba.

Resultó ser Will. Tus mejillas tomaron color, lo noté desde mi escondite. Tú entraste a tu cuarto rápido y no le dejaste acceso a Will, cerrándole la puerta prácticamente en la cara. Tomaste de mi chaqueta y me acorralaste para darme otro beso. Luego me dijiste que tenías que quitarme todo el maquillaje y me llevaste al cuarto de tu mamá para hacerlo. Efectivamente, lo hiciste, y cuando vimos mis labios, no tenía ni rastro de labial. Te dije que habías hecho bien tu trabajo y tú reíste mientras tomabas de mi chaqueta de nuevo para darme un último beso, yo me mordí el labio cuando nos separamos.

Estuvimos viendo películas toda la tarde, como la mayoría del tiempo. Hopper llegó cuando ya anochecía y se puso entre los dos, quitando mi brazo de tus hombros. Recuerdo que para enojarlo, tú le pasaste por el lado y te sentaste en mis piernas, mientras recostabas tu cabeza en mi cuello y la escondías ahí. Hopper me miró mal. Yo solo me encogí de hombros, sonreí y te di un beso en la cabeza. Cuando Joyce llegó (porque se había ido) sonrió con ternura ante la escena y se llevó a Hopper.

Fue lindo cenar esa noche contigo. Entrelazamos nuestras manos por encima de la mesa, intentando comer con una sola, riendo porque no podíamos.

Me fui muy tarde y Hopper nos veía. Tú me diste un beso de despedida y Hopper me fulminó con la mirada, mientras yo te abrazaba y te daba un beso en la cabeza. Te dije un Nos vemos mañana y me fui con Joyce, quien me llevó.

Recuerdo que mamá me regañó por haber llegado tarde, pero había valido la pena.

La verdad es que nunca me importó que fueses diferente, que tuvieses gustos diferentes, pues a mí me gustaba como eras y no quería que cambiases.

No importa los colores, gustos u opiniones, te amo así y nada lo cambiará.

Atentamente,

Mike.

𝐂𝐚𝐣𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐑𝐞𝐜𝐮𝐞𝐫𝐝𝐨𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora