Capítulo 5.

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Raoul apartó ese tema de la conversación, pues ni conocía ni tenía la confianza suficiente con el canario para que este le contara su vida en verso y Agoney parecía estar bastante incómodo con el rumbo que había tomado la charla. De repente, se acordó del por qué de su visita ese mismo mediodía a la casa de Agoney.

- Oye, antes de que se me olvide. ¿Es verdad lo que dijo anoche Nerea? Me refiero a lo de bailar – aclaró al ver que Agoney se ponía pálido al escuchar esa pregunta.

- Ah, bueno, sin más -. Al pobre Agoney casi le da un infarto al escuchar la pregunta convencido de que Nerea ya se había ido de la lengua. Otra vez. – Pero no como para dar clases. A ver, me defiendo, pero sin más.

- Porfa, porfa, pooooorfaaaaaaa -. Raoul le estaba poniendo tal cara de corderito que se le hacía muy difícil el resistirse a la petición del rubio. A lo que estaba seguro de que no iba a poder resistirse era a comerse al rubio con la mirada si al final acaba aceptando darle clases. Aunque bueno, eso de comérselo con la mirada ya lo había hecho. Bastantes veces en un intervalo de menos de 24 horas.

- Arrrgg, está bien. ¡Pero! – se apresuró a decir Agoney viendo las intenciones de Raoul de comenzar a celebrarlo por todo lo alto. – Será cuando yo te diga. Con el trabajo y no es que me quede mucho tiempo libre al día, así que probablemente quedaremos los fines de semana aquí.

- Buah, ¡mil gracias Agoney! – Raoul le dio un gran y efusivo abrazo, pues no quería perder su nuevo puesto de trabajo. Agoney le preguntó la razón por la que trabajaba allí, y es que Raoul había renunciado al trabajo de camarero, pues estaba mal pagado y él estaba hasta las narices de la música y la gente. Aunque bueno, para Agoney este trabajo venía a ser lo mismo a diferencia de que ahora bailaba y antes servía veneno.

- Bueno, creo que es hora de que me vaya -. El tiempo se les había pasado volando, eran cerca de las doce de la noche y la tormenta había pasado hacía rato.

- ¡Ala, qué tarde es! Y yo todavía no he preparado las cosas de mañana. Bueno, habrá que improvisar sobre la marcha.

Los días pasaron lentos. Muy lentos. Y, cuando por fin el viernes Agoney llegó a su casa, se tiró en el sofá, agotado, queriendo quedarse así durante todo el fin de semana. Pero el sonido de su móvil se lo impidió, al menos de momento. Aunque tuviera ganas de tirar el móvil por la ventana, cogió la llamada entrante. Era Ricky.

- ¿Qué pasa, Ricky?

- Qué, ¿salimos esta noche?

- Ni de coña. Voy a hibernar durante todo el fin de semana y nadie me lo va a impedir. Ni siquiera tú, Ricky Merino.

- ¿Día duro en la oficina?

- Semana, mes y trimestre duro en la oficina. Necesito vacaciones cuanto antes – en verdad Agoney no podía más. Solo tenía ganas de dormir y comer durante todo el fin de semana. Nada más.

- Pues prepárate, porque Sam me ha dicho que Raoul iba a ir esta tarde a tu piso a no sé qué de baile. ¿Al final aceptaste a darle clases?

- En qué momento lo haría. Estábamos hablando y una cosa llevó a la otra y le dije que sí sin pensarlo. Llevo arrepintiéndome toda la semana.

Una voz, más bien un grito, se escuchó de fondo. Era Sam. – ¡Más te vale que me cuides al primo, Agoney!

- ¿Qué grita esa loca ahora?

- Qué no le hagas cosas de mayores a su primo pequeño, básicamente

- ¡Ricky! Era una pregunta retórica, no sé si lo pillas, pero no tenías que contestar, que he escuchado perfectamente a Sam. Además, no sé de dónde sacas esas ideas.

Bastó una sonrisa | RagoneyWhere stories live. Discover now