Capítulo 7.

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Eran las 2 de la tarde y Raoul había llamado a Agoney unas cuantas veces. Seis para ser exactos. Tampoco quería parecer muy pesado. Estaba a punto de volver a pulsar el botón de llamar cuando las tripas le volvieron a rugir, Porque sí, se había metido entre pecho y espalda un desayuno con dos huevos fritos, un café, un zumo de naranja, beicon y dos piezas de frutas hacía tan solo dos horas. Pues eso, que se le iluminó la bombillita al tener hambre y pensó en ir a casa de Agoney a llevarle algo ligerillo para comer y cuidar la resaca. Porque a la resaca hay que quererla, hay que darle cariño.

Estaba nervioso cuando llegó al portal. En realidad, no sabía si eran nervios, pero se le había quitado el apetito que apenas media hora antes le había hecho saltar del sofá como un resorte para ir a comprar comida para Agoney y para él. A lo mejor era que tenía mucha hambre. Sí. Prefería pensar eso.

Llamó al telefonillo, todavía nervioso, esperando a que la voz de Agoney saliera por él. Pero no pasó. Extrañado, volvió a pulsar el botón del ático. Nada. Silencio. Tras unos segundos, empujó la puerta, descubriendo así – y haciendo que un color rojizo se adueñara de su cara – que esta estaba abierta y que dentro del portal un cartelito avisaba "Dejar la puerta abierta, no funciona el telefonillo". Raoul en verdad no sabía dónde meterse de la vergüenza, pues se había pasado unos 5 minutos esperando a que el canario le abriera la puerta. Decidió dejar vergüenzas de lado y subir las escaleras hasta el ático. Ahora que se fijaba, se dio cuenta de que el edificio era muy bonito, antiguo, probablemente fuese un palacete de la época del Madrid de los Austrias que habían remodelado para hacer un bloque de viviendas. Tenía curiosidad, pues no se explicaba como un profesor podría permitirse un piso del estilo y en pleno centro de Madrid, aunque fuese un piso pequeño.

Llegó y llamó a la puerta. Silencio otra vez. No quería llamar al timbre, ya que sabía la manía que le tenía Agoney a ese sonido y a Raoul no le extrañaba, era un sonido estridente. Esperó unos segundos, pero siguió sin obtener respuesta, por lo que volvió a llamar. Esta vez no le respondió el silencio, sino unos pesados pasos de alguien que parecía estar arrastrándose por el suelo. Cuando la puerta se abrió, Raoul observó a un demacrado Agoney, con grandes ojeras y no muy buen aspecto.

- Qué, ¿resaca? – como respuesta a su pregunta, Raoul solo recibió un bufido y que Agoney se adentrase en su piso, dejando la puerta abierta a modo de invitación. – Te he traído algo para cuidar la resaca.

- ¿Y yo qué? – dijo Agoney dándose la vuelta en el sofá y mirando a Raoul, quién debió poner una cara de no entender nada, por lo que repitió la pregunta. – ¿Sólo vienes a cuidar mi resaca? ¿Y a mí quién me cuida? – No pudo evitar que una sonrisa asomara por la comisura de su boca, pues, aunque el canario tuviera un aspecto horrible en ese mismo instante, estaba adorable. – Me duele la cabezaaa – dijo Agoney soltando un quejido lastimero.

- Normal, después de beberte anoche hasta el agua de los floreros lo raro sería que estuvieras como una rosa – una mirada de odio por parte de Agoney fue la respuesta que recibió, seguido de otro quejido por su parte. - ¿Dónde tienes los Ibuprofenos? Que te traiga uno, anda.

- En la cocina, en uno de los cajones. ¡Arráncame la cabeza, por favor! Es mi peor resaca en años.

- Jamás te arrancaría esa cabeza tan bonita tuya

- ¿Qué? No he oído lo que has dicho.

- Nada, nada. Son solo cosas mías. Ahora te traigo el Ibuprofeno. Intenta no morir durante estos minutos.

- No hay nada que me apetezca más en estos momentos.

Y dicho esto, vio a Raoul desaparecer por la puerta del salón, en busca para el remedio para su resaca. Cuidar esta resaca, chiquita mierda, que se vaya a dónde quiera. En verdad Agoney no podía recordar una resaca peor que esa. Al igual que no podía recordar absolutamente nada de lo ocurrido durante la noche anterior. Sus recuerdos acababan en el momento en el que estaba bailando con el chaval con el que se suponía que se había enrollado mientras observaba la cara de amargado de cierto rubio que ya todos conocemos.

Bastó una sonrisa | RagoneyWhere stories live. Discover now