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× EL PRIMER CASTIGO ×

Estaba siendo arrastrado por los pasillos desiertos de la tercera planta mientras se resistía a toda costa aunque no lograra nada con eso. Se removía, giraba y trataba de enganchar sus pies al suelo pero nada rindió efecto. El otro, con simples tirones lo hacía tropezar o trastabillar a su favor. Ren escuchaba despiadadas risas a sus espaldas que no hacían más que potenciar su miedo.

La mano que se ceñía en su antebrazo era tan fuerte que las venas se marcaban a la perfección en ella, y le apretaba la piel sin importarle hacerle daño. De hecho, eso era lo que menos le importaba; más bien era su principal cometido.

Pensó en un momento sujetarse de una baranda o de las paredes, pero le pareció demasiado patético. Tal vez debió hacerlo.

El que lo arrestraba atestó una patada en la puerta del baño abriéndola y lo empujó dentro sin siquiera esforzarse demasiado.

—Asegúrense de que nadie venga —ordenó Ian a quienes los seguían antes de entrar al baño con el tembloroso chico que balbuceaba súplicas de piedad.

—Prometo que no diré nada, lo prometo Ian —sus palabras salían atropelladamente mientras retrocedía para alejarse lo más posible de Lansberger preso por el temor.

Ian mostró una de sus bellas sonrisas burlescas, al fin y al cabo súplicas tan inútiles y patéticas eran razón de mofa. Nada de lo que dijera, ni aunque se arrodillara implorando a sus pies lo haría cambiar de opinión, y eso ya debería saberlo. De un momento a otro ya se encontraba acorralándolo contra una pared, mientras apretaba cuello ageno con su mano izquierda, tensando todos los bien trabajados músculos de su brazo. Le enterraba los dedos mientras Ren retorcía sus pies e intentaba quitarse aquella presión de la garganta.

—Eso es lo que menos me importa Forden —aclaró acercando su rostro al de Ren de forma amenazante—; pero debo enseñarte muy bien las consecuencias de meterse en donde no se debe.

Soltó su cuello y se alejó unos pasos mientras remangaba la camisa celeste del uniforme para protegerla de cualquier mancha. No le dio tiempo a Ren que tosía buscando poder respirar con normalidad lograr reponerse cuando ya lo estaba golpeando con brutalidad en el estómago, tanta era la fuerza que ocupaba que sentía cómo punzadas atravesaban sus nudillos. Con cada golpe lo empujaba hacia atrás, haciéndolo retroceder hacia las puertas de los cubículos. Terminó por rematarlo con un puñetazo en la mejilla, dejándolo tendido en el suelo apenas con las fuerzas suficientes como para retorcerse. 

—Qué asco, límpiate —se quejó al ver la sangre que salió por la boca de Ren cuando tosió, un hilo de ella bajaba desde el corte en su labio. Le dio unos segundos para que se recompusiera un poco, y cuando comenzó a levantarse le dio una patada en el costado haciéndolo caer de nuevo—. ¿Problemas para levantarte? —se burló. Volvió a propinarle otra patada en el abdomen con más fuerza que la anterior esta vez sin esperar a que se moviera. De la boca de Ren salieron bruscos quejidos—. ¿Necesitas que te ayude un poco?

Ren sentía que su cuello reventaría por la fuerza que hacía para recuperar la respiración que perdía con cada desalmado golpe. Dentro de su boca le molestaba el sabor oxidado de su sangre, que no dejaba de brotar de una ardiente herida ubicada en la parte interna de su mejilla.

El corazón de Ian saltaba eufórico, el sentimiento de superioridad, tener el control y ser temido eran sus cosas favoritas. Después se encontraban comprar autos y salir a pescar. Pero primero lo primero era hacer daño sabiendo que lo recordarían luego.

El menor se sentía impotente y asustado. ¿Qué podía hacer un chico de quince años contra uno de diecisiete? Si bien Ren era deportista, eso no superaba a una bestia de poco más de setenta kilos hecha de fibra y músculo, sin contar los notables quince centímetros de diferencia de altura entre ambos.

Sí, SeñorWhere stories live. Discover now