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× VERDADERO AMIGO ×

Gabriela se acercó procurando no hacer demasiado ruido a Ren. No estaba segura de que estuviera despierto. Ya había oscurecido hacía un rato, y él seguía sentado en el sofá frente a la televisión, aunque sería más adecuado decir echado sobre él, como si su cuerpo estuviera completamente adormecido.

Estuvo así todo el fin de semana. Somnoliento y distraído, vagando por ahí casi como una translúcida figura espectral para luego volver a encerrarse en su habitación o hundirse en el sofá. Gabriela se estaría mintiendo a sí misma si pensara que solo había estado así el fin de semana, porque sabía que la única verdad era que Ren llevaba semanas de ese modo. Quiso engañarse, y tuvo el impulso de pensar que solo quería descansar de tanto entrenamiento ahora que había conseguido su por meses ansiada victoria. Pero se obligó a sí misma a dejar de enceguecerse ante la realidad y de aplazar lo que ya sabía que debía hacer.

Le dolía, quería que las cosas siguieran bien, quería ser egoísta y fingir que nada andaba mal pero lo cierto era que Gabriela amaba demasiado a Ren como para no hacer nada para ayudarlo. Para que saliera de ese hoyo en el que parecía estar más hundido cada día. Para ella era una angustia voraz no poder ver el brillo de la esperanzada juventud en sus ojos. No notar la alegría en su voz ni la despreocupada frescura en su respiración.

Por eso comenzó a afrontar lo que había aplazado desde que Ren le preguntó si todo había sido su culpa, y la noche del viernes luego de la carrera junto con la mañana del sábado se dedicó enteramente a hacer llamadas para pedir referencias de psicólogos, psicoterapeutas e incluso psiquiatras fuera de la ciudad. No tenía idea de cómo iba a decirle a Ren que debían viajar para ver a un psiquiatra el próximo viernes. Y mucho menos cómo explicarle sin parecer una desconsiderada que ya había notificado a ese psiquiatra de los problemas pasados y de sus comportamientos actuales.

Tal vez Ren se enojaría. Tal vez rompería a llorar. O tal vez aceptaría la ayuda de buena gana. Independientemente de cual fuera su respuesta, Gabriela lo llevaría en busca de ayuda de cualquier forma, porque estaba dispuesta a ganarse el odio de su hijo en lugar de permitirle ahogarse en su dolor sin haber hecho todo lo que le fuera posible por salvarlo.

—¿Mamá? —Ren volteó luego de escuchar uno de sus pasos. Mantenía unas tenues ojeras bajo sus ojos, siendo más acentuadas de un color morado bajo los lagrimales dándole un aspecto sumamente cansado, y su piel lucía pálida, más de lo que lo había estado la semana pasada.

Gabriela tomó aire sopesando si debía informarle en ese momento que había tomado la decisión de llevarlo con un especialista, pero verlo así, tan falto de vida, le hizo imposible querer arriesgarse a que reaccionara de alguna forma poco optimista.

—¿Por qué no vas a la cama? Luces cansado, mañana hay escuela.

No le pasó desapercibida su reacción al escuchar la palabra «escuela». Ren desvió la mirada, casi pareció hacer un puchero con los labios antes de girar la cabeza y levantarse del sofá. 

—Claro. Buenas noches —musitó pasando por su lado, sin mirarla.

Gabriela le tomó el brazo y él volteó a verla, con su mirada apagada.

—Ren, sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿verdad? Lo que sea, yo siempre te apoyaré, pase lo que pase. —Le acunó el rostro con sus manos suavemente, como si pudiera llegar a romperlo. Ren pareció encogerse, como si sus palabras de alguna forma lo debilitaran—. Yo siempre estaré de tu lado, no importa qué.

Pasaron unos segundos en los que Gabriela esperaba una reacción. Una sonrisa, una lágrima, algo. No consiguió nada.

Ren apretó los labios en un fracasado intento de sonrisa, aplacada por las intensas ganas de llorar que intentaba ocultar a toda costa.

Sí, SeñorWhere stories live. Discover now