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× TÉ HELADO ×

—¿Me puedo retractar? —preguntó, haciendo una mueca de preocupación. Su corazón latía fuerte. Le retumbaba en los oídos.

Ian no pareció siquiera molestarse por su comentario. Adams seguía sonriendo.

—¿Ya no quieres que me vaya a la mierda? —preguntó divertido Lansberger saliendo del estacionamiento, levantando una ceja.

Ren se recostó en el asiento atrás suyo suspirando con aire agotado.

—Sí quiero que te vayas a la mierda, pero no quiero que me lancen al río —espetó. Adams no pudo contenerse y rió suavemente con su voz profunda agitando sus hombros.

Ninguno dijo nada más. Ren volvió a suspirar mirando por la ventana a su lado mientras se mordía la mejilla interior, estaba muy nervioso, subía y bajaba la rodilla una y otra vez rápidamente. Y además tenía unas ganas bestiales de insultarlos a todos; pero al mismo tiempo sabía que si lo hacía terminaría hundido en el fondo del río con piedras amarradas en los tobillos siendo devorado por un montón de peces.

Lo alivió darse cuenta de que no se dirigían al bosque. Al contrario, parecían encaminarse al centro comercial. Pero no podía saberlo, Ian podría girar en cualquier momento hacia otro lado. Miró la puerta y pensó que no iban muy rápido. Si saltaba, tan solo se llevaría a casa unos raspones y tal vez un hombro dislocado. Nada peor que ser alimento de renacuajos.

Cuidadosamente puso su mano en la manilla y tiró de ella. Sonó un chasquido que lo delató, pero no se abrió. Volvió a tirar tres veces más, pero solo hacía el sonido.

Adams giró a mirarlo, Blas volteó e Ian lo observó desde el espejo retrovisor.

—Ir sin seguro puede ser muy peligroso —dijo Ren arrugando la frente.

Blas se volvió de nuevo al frente con una graciosa expresión de confusión. Adams volvió a su posición anterior y cruzó miradas con Ian, quien se encogió de hombros como diciendo que tampoco tenía idea de qué bicho le había picado a Ren.

Sin embargo Lansberger se dio cuenta de que aunque no lo demostraba, en los ojos de Ren se escondía el miedo.

Como se lo imaginó, se detuvieron en el aparcamiento del centro comercial. Pensó en que podría aprovechar de buscar alguna gitana como le recomendó Ahgson, pero descartó la idea al ver las duras expresiones de ellos. Todos bajaron, incluso Forden lo hizo por su propia cuenta y miró a Ian esperando una indicación.

Ian lo miró con algo de diversión, dándose cuenta de que Ren no estaba siendo rebelde o tratando de verse despreocupado. Llegó a la satisfactoria conclusión de que estaba que se meaba del miedo.

—Iremos por un café —dijo sencillamente, guardando las llaves en uno de sus bolsillos.

Ren frunció el ceño ladeando un poco la cabeza.

—Pero no hace frío.

Los otros dos muchachos que ya habían llegado a su lado lo miraron con estupefacción. El hecho de que estuviera llevando la contraria y soltando cualquier idiotez era entre irritante y divertido. Más bien desconcertante, porque aunque decía lo primero que se le aparecía en la mente, seguía obedeciéndolos con resignada sumisión.

—Pues te tomas un puñetero té helado y cierras la maldita boca —escupió Ian comenzando a caminar.

Ren miró a un lado. Habían bastantes autos, si corría se les haría difícil atraparlo. Tendrían que subir al auto para alcanzarlo y él podría meterse en algún basurero o escalar algún árbol de la acera; luego podría correr a la casa de Alan porque si se iba a la suya estaba seguro de que llegarían y la quemarían con él dentro. Aunque no parecían mentir con lo del café, tampoco podía fiarse de ellos por obvias razones.

Sí, SeñorWhere stories live. Discover now