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× SUSURROS SILENCIOSOS ×

Las hojas secas volaban impulsadas a su alrededor por las brisas frías y tibias. Aquel era el otoño más cálido que la ciudad había sentido en años. Se trataba de una ciudad no muy grande, bastante corriente. No tenía un gran atractivo turístico, ni grandes edificios modernos. Tampoco poseía mayor delincuencia. Pero sí era una clase de intermediaria entre otras ciudades más grandes, por lo que distintos negocios se llevaban a cabo allí.

Como toda ciudad, esa casi le pertenecía a alguien, y ese alguien era Anton Lansberger. La mayoría de los comercios él junto con sus acaudalados socios los administraban; dándole gran poder a él, y gran arrogancia a Ian.

Al fin era viernes, pero eso no logró tranquilizar a Ren. Se levantó más temprano de lo habitual, incluso cuando aún el sol no iluminaba por completo con tal de no encontrarse con Ian de camino a la escuela. Todavía no eran las siete de la mañana y él ya caminaba por las desoladas calles silenciosas mirando el suelo, procurando como pasatiempo pisar todas las líneas que se encontraba.

Los autos eran contados a esas horas, uno que otro pasaba sin respetar ninguna señalización, al fin y al cabo no había casi ningún peatón ni vehículo cerca. Ren saltaba ligeramente en la acera pisando las líneas tranquilo, pero cuando escuchó tan característico rugido se detuvo y giró para correr y esconderse atrás de unos basureros deseando con todo su ser que Ian no lo haya visto. No podía confundir el sonido de ese motor, y maldijo apretando los labios su suerte. Con sumo cuidado miró por sobre ellos la reluciente camioneta que para su mala fortuna se encontraba detenida en el cruce peatonal que tenía en frente, esperando que un parsimonioso anciano cruzara.

Cuando la puerta del acompañante se abrió y Adams salió por ella con una inusual radiante sonrisa, Ren volvió a agacharse casi abrazando el gran bote que lo cubría y se asomó observando lo que hacía por un costado, procurando no hacer ningún ruido.

Adams fue trotando suavemente, casi bailando meneando sus brazos hasta el anciano y, en vez de ayudarlo a cruzar, con su pie le golpeó el bastón cuando pasó por su lado mandándolo lejos, de modo que el hombre mayor perdió el equilibrio y cayó torpemente frente a la gran camioneta.

Ren se removió y miró afligido al abuelo que se sujetaba la cadera quejumbroso, lo único que quería era acercarse y ayudarlo, pero no pudo hacerlo hasta que Ian se marchó con sus amigos. Desde el exterior y por sobre el ruidoso motor se podían escuchar las escandalosas carcajadas del grupo.

Apenas doblaron y desaparecieron se levantó de un salto y corrió con su mochila golpeándole la espalda por sus pasos, no se detuvo hasta estar junto al hombre de cabellos completamente blancos.

—¿Se hizo mucho daño? —preguntó mientras ayudaba al caballero a levantarse sujetándolo del brazo.

—No, joven. Estoy bien —respondió acomodando sus anteojos en el puente de su nariz—. Al menos aún quedan buenos muchachos.

Con una pequeña mueca Ren se separó para buscar el bastón y entregárselo. El anciano le agradeció amorosamente dándole un apretón en el hombro luego de que lo ayudara también a llegar a la acera.

Ren no podía quitarse una enigmática pregunta de la cabeza: ¿Cómo ellos lograban sentir algún tipo de trastornada satisfacción haciendo daño a otras personas? Esa pregunta lo invadió mientras miraba la esquina por la que el hombre dobló con sus pasos lentos. Pronto recordó que en cualquier momento Ian podía volver y trotó a la escuela para que no lo pillara solo. No era como que estuviera más seguro allá, pero al menos podía esconderse en la oficina del director, no despegarse del lado de Flabio o meterse en algún casillero hasta que Alan llegara. Al arribar tan temprano, aprovechó de guardar sus cosas rápidamente en el suyo.

Sí, SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora