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× EN LOS VIEJOS TIEMPOS ×

Ren se quitó la camisa lentamente, mirando a la nada en el absoluto silencio de su hogar. Hizo una pequeña mueca por el dolor sobre sus costillas amoratadas y dejó la prenda sobre su cama.

Debía quitarse los zapatos, quería hacerlo, pero se quedó ahí, encorvado, mirando al suelo inexpresivo de no ser por sus ojos caídos poseídos por la tristeza.

Sentía miedo. Aunque no podía responderse a qué exactamente. Podía sentir en carne viva el desconsuelo de cuando vio a su padre gritarle a la cara que no tenía a un engendro de hijo. Ese odio en los ojos de quien confiaba. La repulsión con la que lo trataba y lo obligaba a mentir. Aunque habían pasado años, Ren seguía sintiéndose repulsivo.

No toleraría que lo volvieran a mirar de esa forma. No soportaría ver a su madre, a Alan o Marco mirarlo así. Sus manos temblaban de solo pensar en cómo reaccionarían si les decía la verdad. Le aterrorizaba que dejaran de quererlo por ser lo que era. Por haber hecho lo que hizo.

Ren no entendía que no hizo nada malo. Que no tuvo la cupa de nada.

Decir la verdad con respecto al sacerdote era para él arriesgarse a ser rechazado. Era perder lo único que tenía por no decir a todo. Y no podía darse el lujo de alejar a más personas que amaba.

Y con respecto a Ian...

No iba a permitir que él lastimara a su familia. No por un error suyo. No por haber querido ayudar a ese hombre que gritaba bajo la lluvia en ese callejón. Ese hombre que tenía el rostro lleno de sangre, que suplicaba para que lo dejaran ir.

Ren no toleraría que cualquiera fuera lastimado por su culpa. Simplemente no lo podría soportar.

Finalmente se inclinó y se quitó los zapatos con movimientos cansinos. Los pateó a un lado y se dejó caer de espaldas en la cama, mirando hacia el techo sin dejar de escuchar esos cuchicheos que no parecían decir nada en concreto, que a veces disminuían su volumen y otras veces eran palabras claras que lo hacían frotarse el cabello esperando que eso las callara.

Su estómago rugió adolorido y él se limitó a ignorarlo. La comida seguía siendo poco atractiva. Lo único que quería era descansar un poco, y lo hizo. Cerró los ojos y rápidamente se quedó dormido.

No despertó hasta que su madre le tocó el brazo. Incluso así no despertó por completo, solo giró un poco cuando entendió que le decía que se tapara o pescaría un resfriado. Ya no entraba luz por la ventana, había anochecido. Se subió por completo a la cama y se quedó quieto sobre las frazadas dejando que su madre lo tapara porque estaba demasiado cansado para eso también. Era tanto el cansancio que no quiso darle importancia a la forma en que su madre lo miró, su expresión al verle la piel lastimada y Ren supo que había notado su pérdida de peso. Pero estaba demasiado cansado como para lidiar con eso. La escuchó irse y no se demoró en volver a dormirse.

Estaba tan cansado que probablemente no habría despertado hasta el fin de semana. No eran solo las pesadillas las que le complicaban descansar, sino también esa permanente angustia y preocupación que le cargaban el pecho.

Sin embargo para Ren nada era tan fácil.

Abrió un poco los ojos por las voces ahogadas. Un grito de frustración se le atascó en la garganta. ¿Acaso esas malditas voces tampoco lo dejarían dormir tranquilo? Giró y apegó la cara a la almohada listo para ponerse a gritar cuando volvió escuchar voces.

Pero no eran sus voces. Las que estaba escuchando provenían del piso de abajo.

Separó la cara de la almohada con el entrecejo arrugado. Todo en su habitación estaba oscuro a excepción de la luz del pasillo que entraba por su puerta entreabierta.

Sí, SeñorWhere stories live. Discover now