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× SOPLÓN ×

Ren tenía frente suyo una manzana y una taza de café barato humeante. Probablemente ni siquiera fuera café, sino el más económico sucedáneo. O incluso trigo tostado sin un mínimo porcentaje de café puro. Pero olía a café y con cuatro cucharaditas de azúcar se podía engañar al cerebro con que sí era café. 

El punto es que tenía frente suyo un café humeante y una manzana color verde intacta sobre la mesa blanca, mientras Marco mascaba su sándwich devorándolo con furia y Alan lo miraba casi espantado, incluso avergonzado de estar sentado a su lado en medio de la cafetería.

Tratando de dejar pasar los malos modales de Marco, Alan miró a Ren al otro lado de la mesa rectangular. Como se le estaba haciendo costumbre, se preguntó qué estaba ocurriendo en su cabeza. Lo vio observar la manzana y luego volver la vista al interior de su taza para dar otro casto sorbo. Tenía los labios demasiado rojos por lo caliente de su bebida, y de vez en cuando miraba al rededor como si buscara algo.

Se le pasó por la cabeza que miraba como si alguien lo hubiese llamado por su nombre. Pero desechó la idea. Sonaba absurdo, nadie lo había llamado.

—¿Podrías hacer menos ruido, por favor? —suspiro Duboi volteando a Marco, hastiado.

El susodicho tragó forzosamente el gran trozo que tenía en la boca antes de hablar.

—¿Y tú podrías cerrar la boca y dejarme en paz? Cielos, siempre me criticas —se quejó antes de dar otra gran mascada.

Ren levantó la cabeza para mirarlos aún algo distraído, pero aliviado de que lo sacaran levemente de su abrasador y para nada agradable pantano de pensamientos.

—No seas hipócrita, tú estás todo el tiempo molestándome. ¡Ayer quisiste meterme una asquerosa venda en la boca!

—Y por tú culpa a mí me duele la espalda, estúpido. Y si tanto te molesta, mira —señaló vagamente una mesa alejada donde estaba la mayor parte de los jugadores de fútbol, baloncesto, y en general atletas—, te iría bien allá. Podrías tener muchos amigos tan populares como tú e igual de imbéciles en lugar de estar con perdedores como nosotros.

Ren meneó la cabeza sopesando los datos. Era extraño que a Alan aún no se le hubieran subido los humos y aires de grandeza a la cabeza.

—En realidad entre nosotros tú eres el único perdedor, Ren es el mejor corredor del equipo —comentó Alan y Marco asintió con resignación.

—Bueno, tienes razón.

Ren tomó en una de sus manos la manzana, casi acariciando su sedosa textura, y luego la devolvió a la mesa sin encontrar las ganas de comerla.

—No podríamos hacer nada sin tus habilidades telepáticas Marco —dijo Ren bromeando, y Marco enseguida le dio la razón.

—Tienes razón, ustedes no podrían vivir sin mí. Sus vidas serían grises e insignificantes sin mi luz —recitó cantarín, y Alan contorneó los ojos.

—Aún sueño con esos días de paz —suspiró con fingida ensoñación Duboi y Marco chasqueó la lengua.

—No te hagas, querido —dijo y le dio un toque suave con su dedo índice a la nariz de Alan, quien enseguida arrugó la cara y se inclinó hacia atrás—. Tú te agarraste a Ian Lansberger solo por mí.

Alan estaba a punto de soltar alguna broma vaga, pero el estrépito de algo rompiéndose contra al suelo lo sobresaltó tanto a él y a Marco como a las mesas cercanas. Todos giraron a ver a Ren que repentinamente había palidecido. Los dedos temblorosos de su mano izquierda aún formaban la forma cilíndrica de la taza, como si simplemente se hubiese deslizado por su mano para dar al suelo. 

Sí, SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora