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Harto.
Estaba harto.
No podía conciliar el sueño desde ya hace un par de semanas. Al principio creyó que solo era estrés pero luego lo pensó con cuidado y se dio cuenta de que era por "eso" pues ya estaban en fechas. Para manejarlo miraba la televisión; los aburridos comerciales de la teletienda lograban hacerlo dormir. Sólo que ahora ya no funcionaba, pasaba noches en vela intentando dormir o con lápiz y papel en la mano resolvía los retos en los programas de concurso "llama y gana".
Por ello, decidió que salir a caminar era lo mejor. El frío de la madrugada pareció saludarlo en cuanto salió del conjunto de departamentos en el que vivía. Caminó sin destino, esperaba que con la caminata se cansara y cuando volviera a casa durmiera un par de horas. Paso frente a una biblioteca, pero hubo algo que le llamó la atención; El embriagante calor y olor a café recién hecho. Se tocó los bolsillos y para su mala suerte, se había olvidado de sacar dinero. A pesar de eso, entro y de inmediato la calidez del recinto le dio la bienvenida al igual que el sonido de una pequeña campana. Pasó frente al mostrador y reparó en el hombre de ascendencia asiática que estaba dormitando, lo ignoró y comenzó a pasear por los solitarios corredores llenos de libros. Tomo uno y se sentó en una de las tantas mesas. Al pasar los minutos no pudo evitar bostezar haciendo que sus ojos comenzaron a arder y después a lagrimear, algunas gotas quedaron impresas en las hojas amarillentas. Estiró las mangas de su sudadera y se limpio los ojos y como de costumbre sorbió su nariz. Se levantó y devolvió el libro que había tomado y se dirigió a la salida.
A punto de llegar se percató de la fuerte lluvia, suspiro frustrado y volvió a sentarse, solo que esta vez sin un libro y recostado en la mesa. El característico sonido de algo chocando contra la superficie de madera lo sobresaltó, subió la vista y se topó con una taza blanca, alzó más la vista y se encontró con el hombre del mostrador, que lo miraba con una sonrisa.
―Ah...― El hombre mayor se puso nervioso al ver la cara que había puesto, pero a pesar de eso carraspeo y siguió hablando.― ¿Acaso no te gusta el café negro? Lo puedo arreglar.― Se arremango la camisa y acerco una mano a un lado de su rostro, hizo un ademan y un diminuto bote de crema para café apareció.― Estoy seguro de que pronto dejara de llover.
