4. Geranios

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La primera prueba médica que me hicieron, tras las radiografías, fue una biopsia. Mi padre me explicó que me sacarían un pedacito de "lesión" para examinarla. Sonaba a operación de médico loco. Todos los pacientes a los que Mary administraba radioterapia habían pasado por una biopsia. Trató de quitarle hierro al asunto, preparándome mentalmente los días anteriores.

-Sólo tienes que estar muy tranquila -me dijo, como si aquello fuese fácil-. Va a ser rápido, ni siquiera te vas a dar cuenta.

Pensé que sus monólogos infinitos sobre biopsias habían sido efectivos en mí, pero el día de la intervención estaba tan asustada que, tumbada sobre la mesa del quirófano, sólo escuchaba un zumbido, mientras que un sudor frío y pegajoso me bañaba el cuerpo. El médico me hablaba, pero no lograba comprenderle. Al cabo de un rato, una de las enfermeras me indicó que tenía que levantar los brazos. Ella misma me ayudó a hacerlo, puesto que temblaba de pies a cabeza. Me quedé muy quieta, aguantando la respiración. Sentía que no tenía el control sobre mi cuerpo.

Cerré los ojos, esperando a que hiciese efecto la anestesia. Me puse a tararear una canción de Bing Crosby, de esas que Mary no dejaba de poner a todas horas. No estaba allí en realidad. Noté que comenzaba a adormecerme y no pude resistirme. Mientras que a mi cuerpo le practicaban una biopsia, mi alma salió del quirófano, sin dejar de cantar ni un solo segundo. Corrió por el pasillo blanco, donde unos enfermeros hablaban, y bajó los peldaños de las escaleras de dos en dos. Vio a mis hermanos entrando en el hospital. Robert llevaba una maceta de geranios que había comprado en el supermercado, antes de venir. Dijeron algo que no se quedó a escuchar, porque salió al aparcamiento, llena de energía. Gritó la letra de la canción al cielo azul. Bailó entre los coches, saltó sobre el césped y luego tuvo que volver. Supo que, con ese cuerpo enfermo en el que le había tocado vivir, nunca podría hacer lo que acababa de hacer. Se desanimó profundamente.

Me subieron a planta en cuanto recuperé la consciencia. Me dejaron acostada en una camilla, descompuesta. En mi misma habitación había una niña que dormía. A su lado una mujer joven, leía. Debía de ser su madre. Mi padre vino con mis hermanos. Vi los geranios y sonreí. Intenté sentarme.

-No te levantes -dijo mi padre tocándome la cabeza-. Si quieres moverte, dímelo.

-¿Cómo estás? -me preguntó Richard desde lejos. Robert me saludó con la mano, tenía los geranios pegados al pecho y trataba de ocultar su emoción. Las flores rojas me parecieron maravillosas. Sólo mis hermanos podían haberme comprado un regalo como aquel.

-Creo que bien -respondí mirando al techo.
Mi padre me apretó el brazo con suavidad. Creía que lo peor ya había pasado. Nunca antes me habían operado y, aunque no había sido tan malo como creía, lo cierto era que no quería volver a pasar por el quirófano.

-No ha habido problemas -explicó-. Esperaremos los resultados, pero creo que no tenemos que preocuparnos.

Mary llegó unos minutos después, con el uniforme puesto. Regañó a mis hermanos por haber comprado esa planta tan fea, que ni siquiera tenía un olor agradable. Podían haberme llevado un ramo de flores, de esos que vendían en el quiosco del mismo hospital. Me pareció mal y le dije que me gustaba el geranio, que era muy bonito. Además, duraría más que unas margaritas cortadas.

Esa noche la pasé en el hospital, por primera vez en mi vida. Había pasado muchas horas en urgencias, de niña, con un hueso roto o una herida sangrante que no podía dejar de toquetear, pero nunca había llegado a los extremos de tener que dormir allí. Me acompañó mi padre. No tardó nada en dormirse, tristemente, estaba acostumbrado a pegar cabezaditas en una silla incómoda. Su respiración se relajó en cuanto apagó las luces. La niña que compartía el cuarto conmigo apenas se hacía notar. Por la tarde su padre le llevó unas muñecas y por la noche no se la escuchaba. Su madre seguía con ella. Me di la vuelta, aunque mi padre me hubiese pedido que no lo hiciera. Lo último que vi antes de dormirme, fueron los geranios rojos que mis hermanos habían comprado para mí.

La estrella que más brillaWhere stories live. Discover now