26. Cornejos floridos del hospital

4.7K 493 27
                                    

Me había acostumbrado a pasar tiempo en el hospital. Allí dentro, las horas adquirían un ritmo más lento y los sonidos se volvían murmullos sordos. Después de esperarlo por tanto tiempo, llegó el momento del sexto y último ciclo de quimioterapia, ese remedio que terminó siendo peor que la enfermedad. Se suponía que a esas alturas ya tendría que haber terminado con todo, pero todavía me quedaba un trecho por recorrer. Ahora que tenía que someterme a un trasplante, las pruebas invasivas habían regresado. La nueva biopsia que me hicieron reveló que, efectivamente, todo seguía igual. La quimioterapia había sido relativamente efectiva, pero era inútil recibir tantos ciclos por tan poco. El trasplante parecía ser la única solución. De modo que me programaron unas sesiones de radioterapia y más ciclos de quimioterapia. Querían probar con un autotrasplante. Yo no sabía que pudiese ser mi propia donante y me realizaron unos análisis para comprobar si era la mejor opción.

Estábamos esperando los resultados de las pruebas, cuando James decidió reaparecer. Entró en mi habitación del hospital con el aspecto de quien regresa a casa, arrepentido. Lo miré en silencio, sorprendida. No había vuelto a saber de él desde que vino a mi casa, hacía ya un mes. Pensé que se había molestado por algo. En ese momento, yo estaba sola. El curso escolar ya había empezado y mis hermanos habían tenido que regresar. Yo no había tenido esa oportunidad. James se acercó a la camilla. Me sorprendí más aún. No tenía ni heridas ni moretones.

—¿Dónde has estado? —quise saber levantándome.

Echó los hombros hacia detrás, extrañado.

—Hola —dijo formal. Caminamos en silencio hasta la ventana. Miré los cornejos floridos del hospital. Quería chillarle. ¿Cómo se le ocurría desaparecer así? —, creo que deberíamos hablar.

Di unos golpecitos al cristal.

—¿A qué te refieres? —pregunté más tranquila, aunque ya lo sabía.

—No me di un golpe en el hombro —murmuró. Levanté la cabeza. Tenía la vista fija en algún punto del cielo. Se había bloqueado.
—¿Qué pasó? —lo tenía claro, pero necesitaba que él lo dijera.

Se retorció las manos huesudas, delicadas para alguien tan grande como él.

—James, nunca me has hablado de tu familia. 

Me miró con una mueca en la cara. Necesitaba un empujón y yo acababa de dárselo. Volvió a mirar por la ventana, para evitar verme mientras hablaba. Me contó que su madre salía con un hombre al que no le importaba echar mano de los castigos físicos. Siempre había sido así, cuando era niño. Ahora las palizas se repetían, casi sin motivo. No quiso entrar en detalles. Sonaba complicado y era importante para mí que hubiese venido a contármelo. A medida que hablaba, comencé a marearme. Lo había sospechado todo, pero no había hecho nada por él y eso me convertía en una persona terrible. Él me ayudó a regresar a la camilla, como si todas las cosas que decía me hubiesen ocurrido a mí y ahora necesitase ayudarme. Me tapó con las mantas antes de que se lo pidiese y se sentó a mi lado, mirándome con esos ojos claros que tanto había aborrecido la primera vez que los vi.

—Lo siento tanto... —traté de decir, pero comprendí que él no quería escuchar nada de eso—. ¿Robert lo...? 

James asintió con suavidad. Había apoyado una de sus manos sobre mis costillas, en un gesto involuntario. No me molestaba. Me hacía sentir protegida, como si en ese momento no pudiese ocurrir nada malo. Me dijo que el Día de la Independencia mi hermano lo había sacado de su casa en medio de una pelea. Habían pasado la noche anterior juntos. De hecho, por la mañana Robert no estaba en casa. Se había enfrentado al padrastro de James y se lo había quitado de encima antes de que fuese a más. No me lo esperaba de mi hermano, siempre tan callado y retraído. De Richard sí, pero de Robert no. Cerré los ojos un momento. Sintiendo cómo se tensaba su mano sobre mi tripa.

—Robert es mucho más que mi mejor amigo —admitió, poniéndose un poco colorado. Era casi imperceptible—. ¿Comprendes lo que te digo? 

Lo miré durante un instante. Parecía otro.

—Lo entiendo.

Él bajó la mirada, sin dejar de sonreír. Se quedó toda la tarde conmigo y se marchó antes de que llegasen mis hermanos. Mi padre llegó antes que ellos, con unos papeles en la mano. Parecía que hubiese corrido por el pasillo. Eran los resultados de las pruebas. Quiso abrazarme, pero con tanto cable le fue imposible, de modo que se limitó a apretarme la mano. Noté la emoción en sus dedos temblorosos.

—Los resultados son positivos —exclamó—. Vamos a hacerte ese trasplante y va a funcionar.

La estrella que más brillaWhere stories live. Discover now