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Diario de Johann von Schäfer

Fecha de inicio: 1/9

Primer día de clases en décimo año. ¿Qué es lo peor que podría sucederme? No hay mucha diferencia con los últimos primeros días que tuve aquí. Y sin embargo, de alguna manera extraño todo el bullicio que hacían los alumnos antes. El prestigio de la escuela es lo único que me mantiene aquí. Los profesores no pueden explicarme nada, solamente darme ejercicios escritos, y los anotan ellos, como si aparte de no poder escuchar yo no pudiera escribir.

Antes me gustaba evitar a las personas, pero de alguna manera lo extraño, y eso no me gusta. No perdí la voz, sé leer labios, incluso traigo una estúpida libreta conmigo para responder lo que me dicen, pero no entiendo por qué todo esto.

No conocer a nadie tiene sus ventajas. Tampoco sé qué es lo que dicen sobre mí, qué cuchichean todos, prefiero que me miren mal a que me tengan lástima. Y eso es lo que hace la mayoría. El profesor Lerner me mira con decepción. Él es conocido con quienes se encargan de la banda escolar. Y él sabe quién soy. Podrían tenerme en el piano.

Pero no, aquí no tienen a un pianista. Tienen a un fracasado.

A diferencia de los días de clase anteriores, hoy sí alguien se acercó. No sabría decir si es algo bueno, o algo malo, porque apenas se acercó a mí creí que se trataba de un fantasma. Viéndolo dos veces, pude comprobar que se trataba de un chico, alto, al menos comparando conmigo estando de pie, mientras yo me sentaba en mi pupitre resolviendo un problema de matemática. Lo que se puede decir resolver. Matemática nunca fue mi fuerte, y nunca lo será. El chico en cuestión tenía una tez oscura, lentes blancos, cabello castaño, y una frente muy grande. Me quedé mirándola por un rato largo, en lugar de ver su boca articulando sonidos que no llegué a reconocer. No debí haberle parecido muy amigable por el rostro que puse en ese momento, pero en lugar de imitarme, él repitió lo que había dicho antes. ¿En serio no entendía lo que pasaba? Lo repitió por tercera vez. No iba a parar hasta que yo le respondiera. Negué con la cabeza señalando a mis oídos, como si la situación no fuera así de obvia. Su piel oscura se oscureció más aún en sus mejillas, pero solo bajó la vista a mi cuaderno cuadriculado. Volvió a mirar hacia mí, y viéndolo de nuevo creo que debí haberme sentido incomodado. Realmente me sorprendió que no me frunciera el ceño, o que en lugar de quedarse parado se sentara junto a mí y tomara un lápiz para anotar algo en mi cuaderno.

"Lo siento."

Volví a mirarlo con desconcierto.

"No hace falta que te disculpes. No tengo un cartel en la frente que diga que soy sordo."

"Igualmente, lo siento. ¿Necesitas ayuda?"

"No, gracias. Puedo solo."

No sé por qué me molesté en agradecerle. Guardé el lápiz en mi cartuchera y volví a concentrarme, y él en ningún momento se fue de su lugar. Me di cuenta de lo estúpido que se veía intentar resolver un problema con nada en la mano y tomé el lápiz de nuevo, yéndome de aquél lugar extraño con una persona por alguna razón interesada en ayudar a un sordo. No faltaba mucho para la siguiente clase, y algo me hacía creer que ese chico no iba a estar en ese salón. Claramente me habría dado cuenta de alguien con una frente de ese tamaño, o de alguien tan patéticamente altruista que se acercara por verme con una calculadora al frente.

Y aquí estoy, en el silencio de mi habitación, una habitación demasiado grande para mí y para mi libreta descuidada. No recuerdo desde cuándo llevo coleccionando estos papeles, o desde cuando el terapeuta me dijo que escribir iba a mejorar mis cambios de humor. Incluso si fue tanto tiempo, no veo absolutamente ningún cambio en mi persona. Cuando oí la última voz que me gritó que tuviera cuidado, nunca hubiera creído que la sordera me iba a traer todas estas malditas complicaciones. Como si no fuera poco que ni siquiera puedo tocar el piano... Si me hubieran cortado las manos, al menos podría ver conciertos, escuchar sinfonías. Ya me llamaron a comer, no como antes que se me gritaban para que bajara corriendo al comedor, sino que mi padre entra a mi habitación y le hago un gesto de... ya. Me voy a comer. Ya me estaba viniendo el bajón.

Diario de Dean Kipling

Fecha de inicio: Primero de septiembre

Y llegó el primer día de clases que tanto esperé. No sé por qué las vacaciones se me hicieron tan largas, o por qué no supe administrar todo mi tiempo libre esos meses, pero me alivia saber que la escuela va a volver. Levantarme temprano, ponerme el uniforme, mi padre envidia a mi hermana por levantarse tarde para ir a la universidad, pero no creo que yo pudiera hacerlo de otra manera. La secundaria Blackfield no queda lejos de mi casa, y esa es una de todas las ventajas que tiene ese colegio. No hay ningún alumno en el pasillo, al menos no a la hora que yo recorrí la entrada. En el salón de profesores apenas veo a una persona, y no entiendo por qué todo esto está en tiempo presente si estoy escribiendo un diario. A pesar de ser tan amargo, las clases del profesor Bridge no son malas. Nunca me aburro que suceda lo mismo todos los días primeros de clase, incluso si siempre estoy en el mismo salón con las mismas personas y los mismos profesores. Pero es mi primer día como secretario del consejo de estudiantes.

Luego de comer con los chicos del curso, fui a la biblioteca a devolver un libro que me había llevado en el verano. A diferencia de la escuela, la biblioteca está abierta en todo momento, solamente basta con una identificación para retirar libros. Todos los estudiantes estaban en grupo, y sin embargo apenas se oían murmullos. En la biblioteca siempre vi gente estudiando en grupo, o al menos los sectores que yo alcanzo a ver. Creo que fue por eso que me sorprendió ver a un alumno, solo, agarrándose la cabeza frente a una calculadora. No sabría decir si la escena me causó risa o sentí empatía por lo mucho que parecía estar esforzándose en su tarea. Necesitaba que le dieran una mano. Siempre se me dio bien acercar mi mano.

No perdía nada con acercarme, por lo que caminé frente a su pupitre y sonreí. No se veía muy feliz de verme, pero intenté que no me afectara. Pregunté si estaba estudiando, pero no pareció oírme. A pesar de repetirlo más veces, no fue hasta que él me indicó que no podía oír que yo me di cuenta. Su cuaderno cuadriculado y las ecuaciones que tenía me hicieron creer que se trataba de álgebra, por lo que me senté junto a él y escribí en su cuaderno con lápiz. Disculpándome. Me respondió de una forma bastante arisca, incluso cuando le ofrecí mi ayuda, y ni siquiera mientras pensaba cómo responderle se quedó. Fue a sentarse a otro pupitre mientras yo seguía en el que estaba, pensando por qué se alejó con tanto ímpetu. Claramente no entendía nada de lo que estaba haciendo. Las horas de historia y geografía se me pasaron volando, y por la tarde volví a la biblioteca para llevarme algún libro antes de volver a casa. El bus no tardó en llegar, y me encontré con Deanna habiendo vuelto de la universidad. A pesar de verse ocupada con sus apuntes, se hizo un tiempo para merendar conmigo. A veces la extraño, aunque vivamos en la misma casa. Eso sí es extraño. Sigo sintiendo la casa vacía.

***
Tenía pensado publicar esto el viernes pasado, pero se me pasó la fecha y decidí publicarlo hoy. PD: Perdón por la tardanza de mi respuesta (?

Música vacía [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora