IX

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—Me encanta mirar el cielo, las nubes se mueven tan, pero tan despacio. Muchas personas son como las nubes, acumulan tanto sin decirlo y al final explotan en una tormenta —platicó Antoni melancólico.

Era la hora del receso en el colegio, Antoni yacía en mi regazo, mirando las nubes mientras comía pequeñas zanahorias. Él solía tomarse muchas confianzas e invadir mi espacio personal, pero así era, muy franco en lo que quería hacer. Pocas cosas le producían vergüenza. No me desagrada su manera de ser, al contrario, estaba muy cómodo a su lado. Pensé muchas veces decirle lo bien que lo pasaba con él. Al final, me reservaba mi sentir para no sentirme dependiente de su amistad. Él no era como los demás, era un chico dulce, gentil, amable y poseía una sonrisa linda que me trasmitía confianza y ternura.

Descansábamos en el jardín, debajo del mismo árbol de flores lilas. Ya no quedaba nada de las flores, solo unas pocas hojas secas adornaban las ramas del árbol.

—Tú estás lejos de eso, casi siempre dices todo, hay días que no te pausas —comenté risueño.

Bajé la mirada y observé el cabello extendido como abanico de Antoni, su pelo rubio y ondulado cubría parte de mi uniforme oscuro. Me pareció que era el estereotipo de un príncipe etéreo. No entendía por qué algunos compañeros lo rechazaban y se burlaban de él, si era alguien hermoso de contemplar. Estaba seguro de que el alma bondadosa de Antoni se reflejaba en su físico, por eso era precioso.

—Es que no me quiero guardar nada, tengo tanto que decir que a veces me atasco, mis ideas se obstruyen unas con las otras. Samuel, tú eres muy callado, ¿te pasó algo malo en tu pasado? —cuestionó.

—De todo, así es la vida —respondí a secas.

—Aún no me tienes confianza, somos amigos de meses y no eres capaz de hablar mucho de ti. —Antoni frunció el ceño y cruzó sus brazos.

—Vale, tienes razón. Hay tanta confianza que hasta te echas encima de mí —dije y suspiré—. Soy huérfano, trabajo en una antigua mansión y los dueños me dejan estudiar en este colegio.

—¡Eso es terrible! —Antoni se incorporó de golpe, sujetó mis hombros y me clavó la mirada.

—Es mejor que estar en un orfanato. Me tratan bien, casi como miembro de la familia.

Mi mirada no pudo encontrar la de Antoni, la desvié, era demasiada pesada y cargada de energía.

—¡Sam! —Antoni en ese momento se abrazó fuerte a mí—. Yo te ayudaré en todo lo que me pidas y necesites. Si te llegan a tratar mal, puedes venir a vivir conmigo. —Apretó sus brazos, sentí su mejilla con la mía, también pude oler su escandaloso perfume—. Antoni quiere mucho a Samuel, jamás lo va a dejar solo —dijo con un tono de voz mimado.

—Exageras. —Lo alejé de mi cuerpo.

Antoni de verdad era muy expresivo, demasiado sentimental y cursi. Sin embargo, eso no me desagradaba, me hacía sentirme como en una casa cálida.

—Un poco, más contigo. ¿Vendrás a mi cumpleaños? La fiesta será el viernes en la noche, quiero que lleves tu violín y toques. Te puedes quedar a dormir. Di que sí, vamos. Mi madre invita a muchas personas, pero no a mis amistades, porque tú eres el único —pidió y sonrió—. Dime que sí, anda, Sam —insistió con una dulcificada voz.

—Sí, en la noche, pero dudo poder quedarme, los fines de semana los tengo muy ocupados. —Pensé en Dana y Diana jalándome de un lugar a otro, pidiéndome que les ayude con tareas y más.

Mi amistad con Antoni era un tanto extraña, me agradaba demasiado para admitirlo, me confundían sus acciones, no sabía bien qué pensar sobre él. Antoni hablaba de manera delicada, sus ademanes y forma de ser eran similares a los de una chica. Sin embargo, aquello no me molestaba en lo absoluto, me parecía que él era muy auténtico en su manera de ser y no se contenía. Exteriorizaba su interior fácilmente.

Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora