XIII

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Después de pasar con el oculista regresé a la mansión. Se sentía sola sin la presencia de Clara. Mientras caminaba a mi cuarto, en mi mente reviví el beso con Antoni. No hablamos más del tema cuando salimos juntos, no después de que justificó lo sucedido como parte de un plan que me pareció ser un juego. Fue como si no hubiera pasado. Sin embargo, en mi mente estaba marcado su dulce y tímido beso.

Abrí la puerta de mi habitación, prendí la luz y me quité el saco del uniforme, lo dejé en la silla del escritorio. Me tiré en la cama. No sabía en qué pensar, qué sentir, cómo actuar. No me entendí ni a mí mismo. Afrodita jugaba conmigo, liberó nuevas emociones y sensaciones en mí. En mis pensamientos Antoni se manifestó de manera terca, eran pensamientos que me avergonzaba aceptar. Pensé en cómo sería tener una relación con un chico siendo yo uno también. Nunca tuve deseos... hasta aquel día.

De un momento a otro la puerta de mi habitación se abrió de golpe, entró Diana y puso seguro. Me levanté deprisa de la cama. La observé. Tenía los ojos rojizos, como si hubiera llorado mucho. Me preocupé al verla así.

—Samuel —susurró mi nombre con cierta malicia—. Descubrí tu secreto, tienes un romance con un hombre. Eres gay.

—¿Qué quieres, Diana? —pregunté irritado, la preocupación que sentía ya no estaba presente.

—Ahora entiendo, estabas de altanero porque odias y te crees muy bueno para las mujeres. Por eso me hablaste así en el hospital. —Sonrió maliciosa—. Te voy a poner en tu lugar, te haré el favor. Gracias a ti adquirí gusto por la música y soy muy buena... es lo mejor que hago en la vida, tocar la guitarra. —Diana llevó la mano a su blusa blanca del uniforme y desabrochó algunos botones.

—No necesito ningún favor, tampoco que me pongas en mi lugar. Lárgate de mi cuarto —ordené enojado.

—No lo haré. —Se encogió de hombros—. Sam, tú me perteneces y me necesitas, date cuenta de tu lugar. No te permito que andes de novio con un afeminado como Antoni. Ya no quiero que vayas a su casa y se den besitos. Tú aún eres demasiado inocente, supones que te gustan los chicos porque no has estado con una mujer.

Diana se detuvo frente a mí, decidida. Intenté ignorar su mirada ámbar lasciva, la que estaba enmarcada por unas mejillas sonrojadas y pecosas que les robaban protagonismo a sus rojizos labios. Caminé hacia la puerta, quité el seguro y la abrí.

—Salte, Diana. No eres mi dueña y no sabes nada —aseguré furioso.

Caminó lento mientras me clavaba los ojos. En su rostro se delineaba una sutil sonrisa burlona. Cerró la puerta con fuerza y volvió a poner seguro. Mi corazón dio un vuelco, no sabía qué pensar, ella solía ser violenta.

—Soy tu dueña y te callas. Samuel, eres mío. He visto cómo me miras, he sentido tu penetrante mirada de deseo hacia mí. No me engañas. —Tomó mi corbata y la jaló.

—¿Estás drogada? Dices incoherencias. —La alejé con mis manos.

 Llevar una corbata era mala idea, puesto que era una herramienta fácil para que los estudiantes problemáticos sometieran a sus víctimas. No dudé en que Diana la utilizaría para asfixiarme y así eliminarme de su vida. Para mi sorpresa, ella me acercó a la fuerza a su rostro, en un intento de besarme. Recordé lo que me dijo Clara en el hospital, su voz hizo eco en mi cabeza. Tuve que ser brusco para quitarme a Diana de encima, la tomé de los brazos y la aparté antes de que nuestros labios se tocaran.

—Samuel, veo tu interior, siento el latir de tu corazón. Quieres esto más que nada —dijo en voz baja, con un tono envolvente y cálido.

—¡No! Yo le dije a tu mamá... —intenté contarle el deseo de Clara, el de adoptarme y que cuidara de sus hijas como si fueran mis propias hermanas de sangre.

—No hables —me interrumpió—. Haz lo que te digo si no quieres que te arruine. Les diré a todos que intentaste tomarme a la fuerza, que querías aprovecharte de mí. Obvio, me van a creer más y será tu palabra contra la mía. Te correrán de la mansión, te sacarán del colegio y terminarás en un orfanato, donde compartirás cama con ratas —amenazó.

—Eso es perverso, Diana. No hagas y digas cosas de las que te puedes arrepentir. —Clavé mi sorprendida mirada en ella.

—No me importa. —Me dirigió una mirada llena de seguridad. Sus ojos eran un faro que encandilaban mi mente—. Sam, no te mientas más, me necesitas y yo te necesito más que Antoni. Sabes que mi padre no está conmigo y a mi madre no le importo. Además, tú eres mío, el propósito de que estés aquí es para que me complazcas en todo. No me voy a arrepentir de tomar lo que me corresponde —dijo y esbozó una maliciosa sonrisa.

 Llevó su mano a mi rostro, me hizo mirarla, acarició mi mejilla y sonrió plenamente. Al ver su sonrisa olvidé la amenaza. Ella sabía lo que hacía, era tan experimentada y yo tan temeroso, sin saber qué hacer.

Pensé en huir, pero solo quedó en eso, mi razonamiento fue el que huyó ante las caricias de Diana. Llevó sus labios a los míos, era un beso de perdición.  Sabía que si continuaba y obedecía a los instintos que florecían en mí, no habría vuelta atrás y me sentiría comprometido con Diana. Para mí, acostarme con alguien era un acto tan sublime e íntimo que únicamente lo podía compartir con la persona que amara y con quien estuviera dispuesto a estar el resto de mi vida.

Entonces... tocaron a la puerta.

—¿Samuel, has visto a Diana? —preguntó Dana desde el otro lado—. ¿Estás despierto? Estoy preocupada. Diana ha estado rara, dejó el celular en su habitación y ya no va a funcionar por segunda vez buscarla en el hotel.

—Dile algo —susurró Diana en mi oído.

—No la he visto —respondí con la voz quebrada.

—¿Estás bien? ¿Puedo entrar? Quiero enseñarte mi escrito, lo que llevo hecho. Ya casi lo termino. Deseo que me des tu opinión —habló con una dulce entonación.

—Sí que le gustas a la zorrita de mi hermana —susurró Diana con una voz burlona—. Córrela —ordenó.

—Mañana será. Lo siento, Dana, estoy muy cansado —mentí y se me escapó un suspiró, imaginé que tal vez era mi alma saliendo del cuerpo.

—Está bien. Otro día será, descansa —se despidió Dana con un triste tono de voz.

No le tomé importancia a la tristeza de Dana. Sentí que algo me poseyó, me cegó y me convirtió en algo que desconocía.. La verdad salió a flote, mi verdad: el deseo que le tenía a Diana. No pude detenerme, ignoré a mi otro yo, el que quería huir, y lo ignoré tanto, que ya no quiso huir y se unió a mí al momento. Quise dejar de sentir que estaba en un sueño. En consecuencia, manifesté mis deseos más profundos, los que rechazaba. Poseía terribles celos del profesor, celos de cuando él se encontraba cerca de Diana. Seguido que los miraba juntos pensaba que un hombre tan ordinario y corrompido como él no era digno de tocar algo tan hermoso. 

Pasó lo que tuvo que pasar. No me detuve, no la detuve: nos consumimos mutuamente.

Cuando desperté, en mi soledad, pensé que todo había sido un sueño. Sin embargo, no era así. En mi cabeza hizo eco lo último que me dijo, después de que se alejó y dejamos de ser uno:

—Ahora eres mío, para siempre. Te he marcado. —Esbozó una sonrisa pícara—. Anunciaremos nuestro compromiso cuando nos graudemos, por el momento no hables sobre esto con nadie. —Llevó su dedo índice a sus labios sonrientes—. Y deja de estar jugando con tu amiguito, yo dejaré de jugar con el profesor. Samuel, tú y yo, seremos una familia real.

No podía creer aquello, me pareció demasiado fácil que ella dejara a la persona con la que se involucró desde los primeros días que entró al colegio. Y sobre todo, éramos demasiado jóvenes para hablar de compromiso. Sin embargo, me gustó la idea de encontrar un hogar en el corazón de Diana. Consideré que con el tiempo ambos maduraríamos y seríamos la mejor versión de nosotros mismos. Eso quise creer, pero la verdad era que me mentí para soportar la culpa que sentía en ese momento.

Había roto una promesa, la que le hice a Clara. Y las malas noticias llegaron, como un mal augurio. Clara no pudo continuar consu embarazo de alto riesgo, el bebé prematuro murió en la incubadora. 

Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora