XX

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Pasaron unas semanas y dejé de ir a la escuela. Aparte de que me sentía enfermo, estaba desanimado, consumido en depresión. No tenía ganas de nada, ni de levantarme. Me dolía el cuerpo de tanto estar dormido y sin hacer mucho más que llorar. Antoni me llamaba con frecuencia. Pero no respondí a todas sus llamadas. Tampoco mensajes. Quería sentirme solo de verdad. El tiempo para mí había pasado tan rápido y a la vez tan lento. Me pregunté por qué vivía, por qué lo hacía. Los años pasaban y solo un hueco crecía dentro de mí, no más. Lo que me ilusionaba había desaparecido.

Dejé la cama y fui a tomar un baño de horas. El agua fría que recorría mi cuerpo me hacía sentir vivo. Cuando salí de la regadera me miré en el espejo, no pude reconocerme a causa de estar consumido en una tristeza cegadora. Ya no era el niño inocente que fue el acompañante de dos gemelas precoces. El tiempo había pasado de verdad y se había llevado muchas cosas de mi vida que amaba. Suspiré y dejé el espejo para después. Entendí que debía estar solo si no quería padecer más pérdidas. Después de vestirme, por aburrimiento, tomé el violín que fue de mi madre. Busqué las partituras de Valse sentimentale y me puse a practicar por horas. Lo único que no moría y estaba conmigo era la música.

Después de practicar me quedé dormido con el violín en brazos. Soñé con mi madre y Dana, ambas estaban en una especie de jardín sacado de un paraíso. Era una llanura tapizada por flores, había incontables plantas de lirios blancos floreciendo, alfombraban la tierra fértil y negra. El sol no estaba presente en forma física, solo sus amables y tímidos rayos iluminaban de manera tierna el lugar. Mi madre tocaba su violín en la distancia, dentro de un quiosco, mientras Dana se encontraba recargada en un pilar blanco, escribía en un largo papiro amarillento. Ambas sonreían de manera despreocupada y se entregaban a lo que más amaban. Intenté acercarme, quería hablarles. Sin embargo, la escena se hizo lejana para mí, todo fue cubierto por una espesa niebla y los lirios se tornaron carmesí.

Cuando desperté comprendí el significado del sueño y entendí que el paraíso se alcanzaba realizando lo que producía pasión e ilusión. No pude evitar llorar, el sueño me hizo sacar toda la tristeza que tenía contenida. Cuando me cansé de llorar seguí practicando. Era ahí cuando me sentía cerca de las personas que amaba. Podía recordar los momentos felices y, al hacerlo, mi corazón crecía hasta tapar el hueco que estaba alojado en lo más profundo de mi ser.

Mientras practicaba, el timbre sonó de manera insistente, con mucha desesperación. Dejé mi violín y abrí la puerta, se trataba de Antoni. Tenía una expresión preocupada en su rostro y los ojos vidriosos.

—¡Samuel, me estaba muriendo de la preocupación! —Dio a saber alterado—. No contestas tu teléfono, tampoco vas a clases. —Entró y me abrazó con fuerza.

—Lo siento, no quería preocuparte, en serio. No estaba pensando con claridad, necesitaba estar solo algunos días. —Correspondí el amoroso abrazo de Antoni, su presencia me trajo por completo a la realidad que me negaba.

—No me dijiste cuál era el departamento donde vives. Es un edificio enorme. Te busqué puerta por puerta. ¿Sabes los horrores que vi? —Calló por un momento y me abrazó con la mayor fuerza posible—. En un departamento me recibió un señor en ropa interior de mujer, llevaba una serpiente viva enroscada en su cuello —contó con mucho pesar.

—Lo siento, eso debió ser muy perturbador de mirar. Qué extraña gente vive por aquí —respondí incómodo al imaginarme lo dicho por Antoni.

—Lo fue. Me guiñó el ojo y me invitó a pasar. Salí corriendo. Ni te cuento de la señora que me predico por más de media hora, te aburrirás igual que yo. —contó y soltó un suspiró pequeño—. En fin, vámonos, hay que salir a comer juntos. Ya casi no convivimos. —Antoni detuvo el abrazo para mostrarse con un puchero.

Salí del departamento de la mano de Antoni.

Gracias al sueño que tuve, ya no me sentía tan depresivo. Entendí que la muerte era normal y que los muertos solo viven en los recuerdos. Decidí que recordaría a Dana con cariño, que ella siempre tendría un lugar en mi corazón. También, comprendí que era momento de ponerle fin a mi historia con Burgos, Clara y Diana. Debía dejarlos ir de mi mente. Era momento de ver más allá y alejarme del pasado.

Para distraerme, fui a los lugares que le gustaba ir a Antoni: el planetario, zoológico, jardín botánico, a un rio a las afueras de la ciudad y muchas veces al cine. Me dejé llevar por él, me envolví y contagié de su alegre ser. Antoni me hacía tanto bien que me dolía no haberle correspondido en su momento. Me la pasé platicando con él como lo hacíamos en el pasado, cuando nos sentábamos debajo del enorme árbol de flores lilas y nada nos atormentaba en el corazón. Hablamos, reímos y bromeamos.

Aún le seguía gustando a Antoni, pero él decidió respetar mi espacio y darme tiempo para sanar. Tiempo que pasó conmigo animándome cada vez que tenía la oportunidad. Sin Antoni, mi vida no hubiera sido tan agradable, él siempre me buscaba y con su presencia alejaba por completo la sensación de soledad que a veces me carcomía. No quería depender de él para ser feliz, no quería utilizarlo, sin embargo, él se convirtió en un sol y yo, por voluntad propia, giraba a su alrededor. 

Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora