XXII

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Cuando salí de la bañera con Antoni, fuimos a mi habitación para cambiarnos de ropa. Sin embargo, en el proceso se nos dio por darnos más cariño. Temí hacerle daño con mis bruscas caricias. Él parecía hecho de la porcelana más delicada del mundo.

Fue irreal el momento. El sentir la fría y húmeda piel de Antoni, su respiración agitada, sus delicados labios envueltos con los míos. Estaba poseído por los celos que me negaba a mí mismo, celos que me llevaban a actuar.

Mientras me reconfortaba en sus caricias y besos, en mi mente se manifestó el fantasma de un recuerdo: Diana. De alguna manera ella me había marcado, su presencia, sus palabras y promesas. Aún no había sanado mi corazón del todo. Esa herida seguía abierta y un tanto podrida. Quise parar. No tenía ánimos de continuar si ella se apoderaba de mi mente. Quería pensar en Antoni, en lo que él me hacía sentir, no en lo que sentí junto a Diana. Pero en mi mente los comparaba constantemente. Odié la idea de pensar que lo haría con Antoni mientras fantaseaba con los recuerdos del pasado. Pero lo que más odie, fue darme cuenta de que estaba haciendo lo mismo que Diana me hizo a mí. No era correcto acostarme con Antoni por celos, para hacerlo mío y alejarlo de otras personas, usando el sexo para comprometerlo. Había una verdad que me negaba. Cuando me acosté por primera vez con Diana, fue porque ella me obligó con chantajes. Al principio me resistí y al final cedí a mis podridos instintos, a mi necesidad de pertenecer y el deseo de llenar la ausencia femenina que dejó mi madre al morir. Después de eso, no quise estar con nadie más, me sentí comprometido con ella.

Me di asco al aceptar la verdad.

—Esperé tanto por este momento —susurró Antoni en un ebrio hilo de voz.

Aquellas palabras hicieron eco en mí y me enojé de manera repentina, consideré que era mentira. Él había estado con Diana, tenía una historia con ella que no me había contado. No sospeché en el momento que ellos se hablaban por teléfono, cuando Diana le pasaba fotos de mías. Cuanto más pensaba, más me serené en mis acciones. Por un momento sentí que Antoni y Diana jugaban conmigo. Tejí telarañas mentales que me alejaron del momento. Abracé a Antoni con todas mis fuerzas, parando así sus acciones. Fue difícil detenerme, su piel, la que se volvió cálida con mis caricias, se pegaba con la mía, su corazón latía al unísono del mío y no podía ignorar del toda su excitación al tenerme cerca. Físicamente era un hombre, podía sentir eso que no le gustaba en su máxima expresión, era delicado como él. Antoni seguía con rastros de ebriedad, así que realmente no se daba cuenta de lo sucedido. No tardó en rendirse ante mi abrazo que lo retenía y en quedarse dormido.

Tiempo después, y de tanto pensar, me entregué al sueño y la calidez que me trasmitía su presencia.

Los rayos de un sol frío y lejano se filtraron por la ventana, las cortinas blancas de la habitación los dejaron pasar a sus anchas. Abrí los ojos y volví en mí mismo. En mis brazos se encontraba Antoni, nuestras manos estaban entrelazadas mientras él dormía plácidamente. Sentí su suave piel y percibí el escandaloso perfume que siempre utilizaba. Podía sentirlo desde lejos con solo oler aquella fragancia.

Era la primera vez que lo miraba desnudo, su cuerpo era precioso, sin rastros de ningún pecado, como la gula o pereza. Me pareció una escultura tallada con mucha pasión. En su rostro se marcaba una sonrisa discreta, estaba feliz. Acaricié su mejilla mientras me preguntaba qué estaría soñando para lograr sonreír así.

Me lo quité de encima sin despertarlo y luego hui de la cama. Lo deseaba y no me iba a poder contener más. Busqué tranquilizarme con la fría agua de la regadera, pero no pude lograr calmarme hasta que me toqué pensando en él, en sus besos y caricias. No era la primera vez lo hacía y era lo mejor que podía hacer en ese momento para no usarlo en complacer mis instintos más lascivos.

Cómo los gatos hacen antes de morir |Disponible en papel|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora