Día 3. Sensory Deprivation

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Keith estaba ya desnudo cuando Shiro le vendó los ojos con un antifaz. Lo primero que pensó al sentir cómo se posaba sobre sus párpados bajados fue que era muy suave, tanto que incluso le gustó su tacto. Lo siguiente que notó fue a Shiro situándole los brazos por encima de su cabeza y atárselos al cabecero de la cama. Cuando el mayor le comentó esa idea creyó que emplearía algún tipo de cuerda para ello, así que se sorprendió al experimentar el gratificante tacto de unas esposas de peluche rodearle las muñecas. Se removió un poco, como haciendo un puchero, al sentir las yemas de los dedos del japonés recorrerle con delicadeza el brazo, extendido y vulnerable.

-¿Incómodo?

-No, pero no hagas eso -respondió Keith-. Si lo vuelves a hacer, me enfadaré, no me gusta, me hace cosquillas.

-Está bien. -El de cabellos canos besó sus labios con ternura y acarició su rostro-. Voy a ponerte las orejeras, ¿recuerdas la palabra de seguridad?

-León.

-¿Preparado? -El menor asintió-. En cuanto te las ponga dejarás de oírme, así que si en algún momento hago algo que no te gusta o quieres que paremos, dila.

-Ya lo sé, Shiro, joder, pónmelas de una maldita vez.

-De acuerdo, de acuerdo, solo quería dejarlo lo más claro posible.

El antiguo paladín negro le puso las orejeras a su amante y acarició su cuerpo desde las muñecas hasta los dedos de los pies muy despacio con ambas manos. Después, se coló entre sus piernas y, posicionando las manos a ambos lados de su cadera, deslizó la lengua dentro de su ombligo, jugando con ella. Poco a poco la fue subiendo, dejando tras de sí un rastro de saliva, y al mismo tiempo sus manos fueron ascendiendo por su figura, depositando suaves arañazos a su paso. Su siguiente parada fueron los pezones endurecidos de Keith. Uno lo ocupó con su propia boca, lamiéndolo y mordiéndolo con cuidado pero con cierta fuerza, mientras que con el otro utilizó su mano, la suya, no la robótica, pellizcándolo y jugueteando con él a placer. Al cabo de un rato decidió centrarse en el cuello del muchacho, recorriéndolo una y otra vez con su lengua y succionándolo en zonas diferentes hasta que quedaron varias marcas enrojecidas perfectamente visibles. Todo el tiempo los gemidos del moreno habían estado presentes, aumentando cada vez más y más. Shiro no podía negar que le encantaba tener a su pareja tan sensible a su tacto y verlo respirar con pesadez aunque apenas estuvieran comenzando.

-Ojalá pudieras oírte -murmuró el japonés para sí mismo-, hoy suenas mejor que nunca.

Con una tierna sonrisa esbozada en su rostro, acunó la cara ruborizada del paladín rojo y fue depositando en ella besos. Empezó por la barbilla, continuó por las mejillas y los labios, y siguió con la nariz y la frente. Para concluir, acarició su labio inferior con el pulgar, llegando a introducirlo en su interior para que abriese la boca. La verdad era que Shiro se moría por besarlo. Sin embargo, todavía quería jugar un poco con los sentidos de Keith. Lamió muy despacio tanto un labio como otro, y mordió el de abajo hasta dejarlo colorado e hinchado. Solo entonces se permitió devorar aquella temblorosa boca que no hacía más que suspirar con desesperación. Mientras lo besaba, no pudo evitar acariciar su cuerpo con la mano falsa, despertando en el medio galra una sensación extraña que lo hizo removerse un poco bajo el japonés pero sin resistirse al contacto.

Una vez el mayor se sintió satisfecho con los besos, cogió un bol que había preparado con cubitos de hielo y tomó uno. Ya se había empezado a derretir, por lo que no tardó en gotear agua helada en el estómago de Keith, quien gimió con una mezcla de sorpresa y extrañeza al notar el cubo introducirse en su ombligo. El recorrido fue similar al que antes realizó la lengua del de cabello cano, y fue dejando un rastro de frío líquido por el abdomen del chico hasta que llegó a sus pezones. Shiro ahogó una carcajada cuando el moreno dejó escapar un agudo quejido en el momento en que uno de ellos entró en contacto con el bloque congelado. No se cansaba de escucharle gemir de esa manera, así que maltrató aquellas diminutas zonas hasta que comenzaron a amoratarse, y prefirió no ponerlas en peligro. Llevó lo que quedaba del cubito, que tampoco era mucho, a la zona íntima del paladín rojo, quién respondió alzando la cadera. Al principio se sorprendió cuando el frío invadió ese lugar, no obstante, se acabó acostumbrando más rápido de que el antiguo paladín negro pensó. Por ello, al ver que ese método ya no generaba sensaciones extrañas en Keith, optó por pasar al siguiente. Secó su cuerpo húmedo a causa del hielo derretido con un paño y se hizo con una larga vela que ya mostraba signos de uso. La encendió, y no fue necesario aguardar mucho para que las primeras gotas de cera cayeran sobre el abdomen del moreno, que se estremeció y comenzó a temblar.

-León...

Pero no habló lo bastante alto para que Shiro fuese capaz de escucharle, y nuevas gotas de cera se estrellaron en su estómago.

-¡León! -exclamó alterado-. ¡Takashi, joder! ¡León!

El japonés apagó la vela y la apartó antes de que pudiese caer más cera caliente en el cuerpo del menor. Le limpió con el paño los resquicios que habían quedado, y le libró de todas sus ataduras. En cuanto lo hubo hecho, el mitad alienígena se abalanzó sobre él y se hizo un ovillo en su pecho. Sin saber qué estaba sucediendo, él solo atinó a rodearle con los brazos. Nada más notar el suave agarre, el muchacho empezó a sollozar.

-Keith, lo siento -se disculpó el mayor, enterrando los dedos entre las hebras de su oscuro cabello-, no te oí.

-No pasa nada, pero no quiero que vuelvas a hacer eso nunca más.

-Perdóname, pequeño, te prometo que no lo haré.

Los dos permanecieron de esa manera durante un rato, hasta que el moreno posó las manos en el pecho del asiático y lo alejó un poco. Tenía una expresión triste en el rostro, y a Shiro se le partió el corazón al darse cuenta de que él había provocado aquello.

-No me gusta el fuego -aclaró-. Mi padre murió en un incendio. Aún me afecta un poco.

El de pelo blanco se sintió un estúpido. ¿Cómo había podido obviar algo tan importante? Claro que a Keith no le gustaba el fuego, al fin y al cabo, fue lo que le arrebató a su figura paterna. Aunque, todo sea dicho, resultaba un poco irónico que fuese justo el León Rojo, el representante de las llamas, el que primero conectase con él, y el capitán del Atlas no pudo evitar tener ese pensamiento.

-Perdón -se disculpó-, no lo tuve en cuenta.

-Shiro...

-Antes me llamaste Takashi. -Frente al gesto avergonzado del chico, el antiguo paladín negro prosiguió-: Me gustaría que siguieses haciéndolo.

Keith bajó la mirada y volvió a enterrarse en el pecho de su amante. No entendía la capacidad de ese hombre para hacerle sentir así, tan vergonzoso, tan tímido, tan... diferente a como era él en realidad. Sonrió con cierta melancolía. Le habría gustado presentarle a Shiro a su padre.

-La próxima vez -dijo con voz muy baja, casi inaudible-, nada de velas, fuego ni cosas de esas raras... Takashi...

Kinktober [Sheith]Where stories live. Discover now