Un cuento sobre el cielo.

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Cuando Yume se dio cuenta de que la muerte no era la única forma en que uno podía dejar de existir en este mundo, después de tantas muertes y casi muertes en su vida, de inmediato, en seguida, se puso a investigar un poco sobre eso. Una curiosidad para resolver esa gran incógnita que tenía, no tenía ningún plan de sobrepasar los límites que requería para tocar esas leyes que aún nadie descubría.

Hasta que formó parte del plan de la maldita serpiente.

No es que ella tuviera alguna obsesión con eso, más bien, fue para descubrir un poco sobre ella misma, que podía oler la muerte.

Muchas personas a su alrededor no lo sabían, porque nunca se atrevió a decirlo en voz alta, miedo de que sea verdad, miedo de que en cualquier momento fuera su turno. Aunque, si ella hubiera sido sincera, siempre se olía a sí misma, todos los días, y ese olor a tierra y angustias existía en su piel todo el tiempo.

Desde que tenía ocho años ella podía oler a la muerte.

Era como esa pequeña inquietud que uno tenía, en el pecho, en la cabeza, en la espalda, en los dedos, en todo el cuerpo. Cuando pasas un pasillo de algún hospital o cuando estás cerca de alguna persona moribunda. Esa sensación casi asfixiante que te ata de manos, y te dice que corras lo más lejos posible.

Ese es el olor que ella captaba después de morir tantas veces desde pequeña.

Ese es el olor que la rodeaba todo el tiempo, desde que tenía consciencia.

Se lo comentó como forma bromista y de que la dejara en paz la maldita serpiente, que la dejara salir de la guarida y que no tuviera ningún plan con el sello en su cuerpo.

Pero a la final, le resultó a la inversa, porque se interesó todavía más en ella. Alguien como él, que buscaba la vida eterna, se preocupaba tanto con una cosa tal como la muerte.

Pero no le sorprendía, después de todo, para poder progresar con su investigación algo como la repentina aparición de información que podría significar la comprensión de la muerte era importante para él.

Pero para Yume no.

No le importaba mucho eso a aquello, después de todo, sus deseos estaban estancados en poder persistir lo suficiente para que su hermano, Naruto, pudiera vivir bien y feliz.

Pero después de que se peleara con el Uchiha, pero después de que le apareciera un repentino brote de su enfermedad, en su vitalidad se iban, aceptó de buena gana un poco de la vida que que la maldita serpiente le ofrecía. Por su puesto, tenía un costo, por su puesto, tenía que haber una trampa ahí, pero no le importaba mientras su hermano estuviera bien.

Incluso en sus últimos momentos de vida lo único que le importaba era eso: Su hermano, a pesar de que pareciera lo contrario, por eso hizo una última apuesta con la serpiente.

Le contó lo último que sabía, la última información que recolectó antes de casi morir cuando Pain atacaba Konoha, ese pequeño detalle que jamás pudo pasar por alto cuando de repente su hermano le dio vida.

Hizo una apuesta.

Apostó más de lo que ella quisiera dar.

Pero a pesar de todo, ella no perdió ni ganó. Tampoco la maldita serpiente en esos casos.

Ya que, sin saberlo, después de morir, Uchiha Obito destruyó toda la apuesta entre ambos.

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Sarada se masticó la uña, un gesto inconsciente que tenía cuando pensaba de más las cosas. Mizuki mantenía una expresión seria, pero sin dejar su lado tranquilo y calmo, observando de reojo a su "sol". Boruto, en cambio, ocultaba sus ojos con el flequillo de su cabello y tenía los brazos cruzados sin decir una palabra.

PromételoWhere stories live. Discover now