Día 15: Mujer.

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Mis manos temblaban, mi garganta estaba seca y todo mi cuerpo sudaba en frío.

La profesora de ballet siempre había dado terror a todos en la escuela, pero quienes sufríamos más eramos sus alumnos. Los que teníamos la desdicha de pasar por sus garras y aquella fusta que dejaba tantas marcas, una más dolorosa que la otra.

Ella marcaba los pasos, el perfeccionismo era su religión. No algo hacías mal, te ganabas un latigazo en la extremidad que tuvieras mal posicionada o más floja. El latigazo resonaba en todo el salón, y cada uno de nosotros se estremecía del miedo al oírlo.
Sus pasos silenciosos y su mirada digna de un demonio rondaban sobre nosotros. Caminaba alrededor nuestro como un león escondiéndose entre los matorrales, esperando que una ilusa gacela se muestre indefensa y así atacar.

Otro latigazo más.

Una lágrima más.

Y otra vez a repetir absolutamente todo. Gracias a esto, solo los que de verdad amaban esto se quedaban.

"Los mejores quedan, los más fuertes. Los débiles se van"

Es siempre lo que ella dice.

Yo hubiera renunciado hace tiempo a todo esto. Pero el ballet siempre se me inculcó, desde muy pequeño. Además, si renuncio, la profesora me mataría.

Porque esa mujer es mi madre.

Fictober [2018]Onde histórias criam vida. Descubra agora