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Decir que le dolía todo era poco

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Decir que le dolía todo era poco.

Bakugō nunca había sido alguien de mal dormir. Es más, siempre le fue fácil hacerlo, y más aún si estaba cansado tras una agotadora semana como lo fue aquella. Sin embargo, tras lo ocurrido la tarde del día anterior sus intenciones de dormir se fueron a la borda.

Pasó toda la noche moviéndose de un lado a otro intentando buscar alguna posición cómoda, pero lo único que logró fue dolor en el cuello y en la espalda además de una contractura muscular seguramente. Al final, y por su propio bien, optó por quedarse quieto de lado, su vista posada en la única pared que lo separaba de él, de Kirishima.

Tras oír a Kaminari contar todo lo que ocurrió a espaldas del pelirrojo esa semana se sentía... extraño, sí. No sabía cómo explicarlo, pero quería ver al chico, y más aún tras escuchar el estruendo de cosas cayendo al suelo en la habitación de al lado. La preocupación no era algo común por parte de él, y en verdad nunca se preocupaba mucho por alguien como Kirishima; sabía que era fuerte, y que su quirk le permitía aguantar muchas cosas.

Pero eso era solo físicamente.

Eijirō podía aguantar golpes, escombros, hasta explosiones —cortesía de Katsuki mismo—, pero... ¿cuánto era capaz de aguantar emocionalmente?

Nunca se había preguntado eso hasta esa misma noche, en la que juró haber oído sollozos al otro lado de la pared. Jamás pensó en llegar a escuchar al pelirrojo llorar, y le molestaba, porque odiaba que la gente llorara, pero él no sabía cómo lidiar con situaciones así, era un completo idiota en lo emocional. Si él mismo era malo lidiando con sus propias emociones, ¿cómo podría ayudar a Eijirō? Seguramente al no saber qué decir, terminaría ordenándole que dejase de llorar de esa forma tan tosca como solía hablarle a todo el mundo. Y aunque para él esa era su forma de decirle "oye, ¿por qué te preocupas de lo que piensen los demás? No seas tonto", seguramente el pelirrojo no lo entendería así. Y es que era obvio que en esta situación se necesitaba un poco más de tacto y sensibilidad, cosa que en Bakugō escaseaba.

De cualquier modo, daba igual. Después de todo, Kirishima no dio señales de vida ese día domingo.

No puso pie en ningún lugar de la residencia que no fuese su habitación. ¡Nadie lo vio en todo el día! Y el rubio tampoco escuchó la puerta abrirse o cerrarse, y menos algún movimiento. Le gustaba el silencio, pero no en situaciones como esas. Le ponía de los nervios imaginar a Eijirō, que usualmente era escandaloso y muy eufórico, tan callado.

Ese no era él, ese no era Kirishima.

Incluso a veces salió de su habitación con la excusa —sí, él se daba excusas a sí mismo— de que quería estirar las piernas o ir por una bebida, y en una de esas ocasiones se encontró a Kaminari sentado en el suelo junto a la habitación de Kirishima, como si estuviera esperando que la puerta se abriera. El más bajo alzó su mirada para ver a Bakugō, y se encogió de hombros, como diciéndole que aún nada interesante pasaba. Y en verdad, no sucedió nada en todo el día.

¡Sí, soy gay! 🌈kiribaku/bakushimaWhere stories live. Discover now