»Día 65«

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Viernes, 8:05 pm.
Comedor, casa de Dessmond.

La cena avanzaba con tranquilidad. Los padres y el hijo conversaban amenamente de su día mientras comían el guiso preparado.

El padre de la familia estaba finalmente de vuelta, luego de casi tres meses a cargo de un caso fuera de la ciudad. Su trabajo como abogado le permitía a todos llevar una vida con bastantes comodidades, pero el precio era alto.

Cada cierto tiempo recibía una llamada al celular exclusivo de la compañía y todos sabían lo que significaba.

Era difícil, en especial por el lazo tan fuerte que los tres sostenían. Se amaban más que a nada en el mundo. Habían pasado por momentos duros, felices y conflictos como toda familia. Pero era eso lo que, en efecto, los volvía cada vez más unidos.

La paz fue perturbada por el timbre. Se miraron entre ellos. Ninguno había invitado a nadie.

–Yo abro –se levantó el menor.

–Ten cuidado, no se sabe quién puede andar rondando a estas horas –advirtió el hombre.

Caminó por el pasillo y llegó a la puerta de entrada. No quitó la cadena, debía ser precavido.

Sus ojos se encontraron con los llorosos del otro lado. Su tan querida mirada azabache estaba triste. Quedó pasmado en su lugar por unos segundos, antes de lograr reaccionar y abrir por completo, haciendo entrar al chico y sujetándolo por los brazos.

–Max, ¿qué haces aquí? ¿Caminaste con esta lluvia?

–P-perdón, no sabía a dónde ir.

Empezó a sollozar, escondiéndose en el pecho del contrario. Éste lo abrazó, intentando encontrar una razón para su inesperada visita. Estaba empapado, mojando levemente su propia ropa, sin importarle un poco.

–¿Dessie? –escuchó venir de la cocina.

–¡Voy! Hey, mírame –le levantó la cabeza, quedando en una posición desde la cual el más alto de los dos lucía como el más bajo–. Sube a mi cuarto y cámbiate con algo mío. Hay un buzo que podría quedarte. Te espero para cenar, ¿sí? Le explicaré a mis padres.

–Pero...

–No te preocupes –le dio una sonrisa–, luego hablamos.

En cuanto el chico fue rumbo al segundo piso, regresó a la cocina, encontrándose con las miradas curiosas de sus padres.

–¿Quién era?

–Max. Le hice ir a cambiarse.

–¿Vino con este tiempo? ¿Ahora?

–¿Quién es Max? –preguntó el padre.

–El novio de Dessie.

–No es mi novio –rodó los ojos–. Estará aquí en un minuto. No sé qué pasó, pero déjenme hacer yo más tarde el interrogatorio.

–Por supuesto.

Guardaron silencio, todos compartiendo la misma preocupación, hasta que el sonido de pasos bajando la escalera les hizo girar la cabeza.

El castaño se quedó de pie, avergonzado por la atención que recibía, cuando su amigo lo tomó de la mano, dirigiéndolo al asiento vacío junto a él.

Lo había tomado de la mano.

–Hola, cariño, qué gusto volver a verte –saludó Olive con ternura en la voz.

–Siento mucho interrumpir, señora Adams –intentó sonreír. Había logrado detener las lágrimas, pero el rojo de sus ojos seguía intacto.

–Max, ¿verdad? –se sumó el padre.

Hola, JirafaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora