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La primera excursión a Hogsmeade se acercaba a pasos agigantados y con ello el primer intento de matar a Dumbledore, un plan que les garantizaba más el fallo que la victoria, pero aun así podría funcionar y eso les ayudaría mucho.
La mañana de la excursión Draco y Ania se encontraron a primera hora en la sala común de Slytherin para repasar de nuevo el plan.
—Le lanzas el hechizo a Rosmerta y... —estaba explicando Draco, pero ella siguió.
—Le entrego el collar, hago que espere en el baño de mujeres a quien quiera que entre —dijo recitando las palabras que ella misma había dado vuelta en su cabeza miles de veces —, también le echamos la maldición imperius y le entregamos el collar. Pan comido, Malfoy.
—No lo vayas a tocar por nada del mundo —ella rodó los ojos.
—Ya lo sé, pedazo de idiota.
—¿Estás segura que Filch no te revisará? —el rubio le preguntó por centésima vez.
—Solo revisan lo que entra, no lo que sale —Ania le guiñó un ojo. Guardó el paquete en una bolsa que también llenó con algunas otras cosas que cualquier chica llevaría. Quería creer que era así, pues ella no sabía si la revisarían.
Ambos salieron de la sala común para ir al Gran Comedor, hablaban con normalidad, como si no fueran a llevar a cabo un plan que terminaría matando a una persona. Sinceramente, a Ania le daba igual la vida del anciano, lo que le importaba era ella, y la furia del Señor Tenebroso cuando se enterara de que habían fallado.
"Es el anciano o nosotros" se repitió cuando traspasó la verja de los terrenos del castillo junto a Draco, ambos se daban miradas un tanto nerviosas. Ania confiaba en sus habilidades, pero aquel plan tenía demasiados errores.
Sin embargo, Ania se olvidó de todos esos errores cuando vio que el plan iba de maravilla, habían logrado hechizar a Rosmerta, y esta había logrado entregarle el paquete a una alumna de Gryffindor, el resto era historia. Falla tras falla, podía escuchar todos aquellos gritos que alguna vez presenció ahora dirigidos a ella, podía sentir la tan conocida, para ella, maldición cruciatus acercarse amenazadoramente.
Draco simplemente estaba devastado por casi matar a la chica de Gryffindor, Ania solo daba vueltas tratando de calmarse y pensar en algo que les sirviera.
—¿Y si muere? —le preguntó Draco más asustado que nunca.
—¡Deja de ser un cobarde, maldita sea! —gritó Ania, frustrada y fastidiada por el fallo olímpico del plan —. ¡Si muere, pues murió y ya!, si tanto miedo tienes de matar ve y dile al Señor Tenebroso que no puedes, y problema acabado.
Draco no volvió a decir nada y Ania se puso a trabajar en el armario que cada vez le parecía más imposible creer que en algún día funcionaría, después de un rato Draco se le unió, ambos pasaron toda la noche encerrados en esa sala logrando un mejoramiento mínimo.