¿Quién necesita una pistola cuando tiene una escoba? - Parte 1

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PRINCIPIO BÁSICO PARA MANDARLO TODO A LA MIERDA 6: 

sé honesto contigo.




—Los servicios con los que contamos han ayudado en gran parte. En estos dos años, empresas nos aportan en el confort de los niños y también en la importancia de sus estudios. Tenemos, además, un convenio con el ministerio de familia para acoger niños con problemas intrafamiliares o con padres en presidio.

Empresas, niños, aporte. En mi pequeña libreta anoto todo lo importante que Ruth me dice.

Mejor dicho, todo lo que puedo retener cuando no soy distraída por su constante ofrecimiento de caramelos que tiene sobre la mesa o con pensamientos recriminatorios que juegan con el límite de mi cordura.

—Fue hace unos meses en que adoptamos la idea de recibir personas que ejercen el servicio comunitario y los sancionados por juicios —continúa hablando—. Procuramos estrictamente recibir la ayuda de quienes tienen un perfil adecuado para rodearse de niños. También así con los visitantes, o personas que quieren hacer alguna actividad en el hogar, como tú y el reportaje.

Pues deberían procurar con más ganas si me tienen aquí.

Me pregunto cómo reaccionaría Ruth de saber todo lo que estoy pensando. Qué pensaría ella si supiera que todo el tiempo que llevo distraída al otro lado de su escritorio, declinando sus caramelos, anotando cualquier payasada y que su información es opacada por el reiterativo cuestionamiento de lo ocurrido hace unos minutos.

La expresión de decepción de Felix en cuanto le dije mi nombre es algo que no me gustaría ver nuevamente, pero al mismo tiempo siento una chispa culpable por haberme alegrado de que me reconociera.

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHRG, maldito orgullo de mierda. Si tan solo hubiera podido decirle a voz alzada que sí, que Hell soy yo, que soy la chica que alguna vez ayudó en el paradero cercano a la iglesia... Si tan solo tuviera las agallas, yo...

—¿Estás bien?

Parpadeo volviendo a la oficina.

Ruth está mirándome con un dejo de preocupación y continúa reteniendo el contacto visual hasta que baja a la mesa. Le sigo yo descubriendo que en mi libreta he pasado de escribir por inercia a formar una línea escabrosa que continúa en la mesa.

Me horrorizo.

—Lo siento tanto —vocifero echándome hacia atrás y cubriendo las siguientes disculpas con mis manos en la boca.

—Es un rayón con lapicera, no es como si no pudiera salir.

Bah, es cierto.

—Pero mi pregunta sigue corriendo. —La sonrisa de Ruth se me hace extraña. O puede ser su pregunta la que me sienta mal—. ¿Estás bien? —vuelve a preguntarme y yo solo asiento.

—Estoy un poco cansada.

La sonrisa de la ayudante del hogar permanece unos instantes y luego desaparece.

—¿Sabes?, el Padre Lucas me habló de ti en una llamada que me hizo para informarme. Dijo que asistías a las reuniones del sótano para ver a tu papá.

Sin meditarlo demasiado me pongo de pie, lo que parece asustarla.

—El señor con el que alguna vez compartí apellido está muerto, y alguien muerto no lo iba a encontrar en una reunión de angustiados sociales. Los motivos por lo que asistí a un grupo de tal calaña no lo sabe ni el Padre Lucas ni usted, por lo que le sugiero que, en caso de darse una nueva instancia para hablar, no saque a la palestra temas faltos de su conocimiento.

FelixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora