Es un gusto - Parte 1

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PRINCIPIO BÁSICO PARA MANDARLO TODO A LA MIERDA 12:

a la mierda los principios básicos, ¡tú haz lo que quieras!



No hay silencio en el garaje, el ruido brusco de la lluvia no se detiene. Un frío cruel se agolpa a mi cuerpo junto a una ventisca que no tiene origen. El olor a gasolina es constante y molesto, pero es fácilmente opacado por el perfume de Hell. Mi boca sabe a fresa, mi labio inferior quema.

La expresión de Hell es de alguien pillado en pleno acto delictivo; con los ojos grandes, la piel pálida y los labios esforzándose en pronunciar alguna palabra. Retrocede un paso al caer en cuenta de mi declaración y agita su respiración que antes parecía haberse tranquilizado. El temor que muestra es un aspecto en ella que jamás creí poder ver, un hecho insólito que solo yo presencio.

—Bien —pronuncia y traga saliva con fuerza—; creo que no hay mucho que decir ya. —Hace el amago de marcharse, pero un impulso me lleva a detenerla, poniéndome en su camino hacia la puerta. El asombro vuelve a su rostro, yo intento que el mío no sea notorio. Vuelve a intentar huir y yo vuelvo a detenerla, esta vez del brazo—. Ya basta. ¿Qué quieres?

Solo ahí es cuando me percato de que no tengo la menor idea.

Su teléfono suena. Al sacarlo puedo ver su temor a que mire las notificaciones que tiene en la parte superior de la pantalla. Pero es tarde, ya he visto cuántos mensajes tiene y los nombres que le ha puesto. Entonces, por un segundo, agradezco que yo no esté ahí, entre sus contactos.

Antes de responder al móvil, me da una mirada de pocos amigos y se va hacia un rincón. Papá llama desde la sala, dice que en las noticias han recomendado no salir, que es preferible mantenerse en el interior de las casas. Hell, por otro lado, está hablando en un tono bajo.

Ser cotilla no es un rasgos al que me pueda acomodar. Hasta ahora, porque la curiosidad es seductora, aunque por ella he descubierto cosas de las que no me enorgullezco. La lista, por ejemplo.

Me dirijo hacia la sala, donde papá sigue viendo las noticias. Videos sobre la tormenta se reproducen en el noticiero, los conductores del programa hablan de los peligros que significan salir en este momento y hacen consultas a un meteorólogo. Cuando dicen que hablarán de la mejor forma de prevenir el impacto de un rayo, Hell llega a mi lado, mirando con decepción la pantalla del televisor.

—¿Y ahora qué? —pregunta en alto, aunque parece ser un cuestionamiento retórico y el clamor de respuestas divinas—. ¿Nadie puede salir?

—Dicen que es mejor no hacerlo, para evitar impactos de rayos —responde papá.

—¿Y cuándo terminará la tormenta? —Ella luce inquieta, sus palabras son pronunciadas con temblor.

—Tal vez mañana, con suerte. —Un resoplido sonoro es todo lo que es escucha. Papá se sonríe, pero parece que a Hell no le hace gracia la idea de pasar un segundo más aquí. Lo sé porque su forma de mirarme, rápida y temerosa, indica que quiere evitar lo que pasó en el garaje—. Puedes quedarte aquí, en la habitación de invitados.

—Ya los he importunado lo suficiente...

—Para nada —interrumpe papá, lejos de darse cuenta de lo incómoda que Hell se siente. O quizás lo sabe, pero su amabilidad va primero—. Le diré a Michi que te enseñe el cuarto y te preste ropa para cambiarte.

Después de escuchar el agradecimiento, papá sube las escaleras.

—Esto es jodidamente incómodo —suelta una vez nos quedamos solos, como si no pudiera aguantar más la presión—. Al menos para mí, tú luces tan calmado —se sienta en el sofá con pesadumbre y termina maldiciendo con los brazos cruzados.

FelixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora