5 | Choques eléctricos

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Zoé

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Zoé

Abrí los ojos lentamente, distinguiendo a dos personas flanqueándome. Tenían la cabeza doblada hacia abajo para poder verme.

—Hola, Bella durmiente. — dijo una de ellas, sonriendo de hito en hito. Su cabeza parecía a ver sido atacada por un plato de fideos rojizos. La otra persona desapareció por una pequeña puerta durante unos segundos, para luego volver con una enfermera, quien me checó los signos vitales.

— ¿Cómo te sientes? — interrogó la señorita con gentileza. Debía tener alrededor de veintiocho años.

Francamente, no me sentía para nada bien por dos razones. La primera era porque aún seguía aturdida por lo que pasó con el profesor de física; de la nada el pecho comenzó a dolerme, impidiéndome respirar, además no sé si fue una alucinación mía o fue realidad, pero podría jurar que antes de que me desmayara sus ojos se habían tornado violetas, y no solo eso, sino que sus pupilas también se habían alargado como las de un reptil. Y segundo, mi cuerpo me pedía a gritos que necesitaba algo para el dolor, era más que evidente que el efecto de las pastillas, que mi padre me ofreció esta mañana, había pasado.

— ¿Podría darme algo para el dolor? Me duele todo el cuerpo. — expresé.

— ¡¿Por qué?!¿Tienes fiebre? Déjame ver...— expresó la joven con inquietud.

—No, no. No es eso. — le interrumpí. — es que ayer me caí y me golpeé fuertemente. — mentí, aunque realmente ni yo sabía lo que me pasó para tener tremendo dolor, pudo a ver sido mi padre, pero eso solo era una suposición.

—Oh, entiendo. — declaró. Se alejó por la misma puerta y volvió con una cápsula y un vaso de agua que posteriormente me ofreció. Me senté sobre la cama y me tragué la pastilla. Ninguno de los chicos que estaban allí hablaron.

—Gracias. — dije mientras me ponía de pie. — Ahora debo irme.

—Oh, no. No puedo dejar que te vayas sola a casa después de haber sufrido un desmayo. — manifestó la enfermera.

—No se preocupe por ella, nosotros la llevaremos a casa. — declaró sonriendo el pelirrojo de corte afro, mientras su amigo, tomaba mi mochila de la silla que estaba frente a la cama.

—No es necesario, estoy bien. Puedo irme sola. — objeté, acercándome al castaño que no me quitaba la mirada de encima. Pensé en quitarle mis cosas de la mano pero, en cuanto mi mano hizo contacto con la suya recibí una descarga eléctrica que me hizo retirarla con rapidez. Él también debió sentirla porque soltó un quejido y dejó caer mis pertenencias.

— ¿Qué pasa? — interrogó el pelirrojo.

—Me dio un toque. — se quejó el castaño.

—Lo siento. — dije, sobándome la mano.

—No es que los corra, pero se hace tarde y tengo algunos pendientes que hacer. — intervino la enfermera. — les encargo mucho a su amiga.

—Quédese tranquila, está en buenas manos. — aseguró el de pelo rizado. — por cierto...Zoe ¿verdad? — inquirió hacia mí. Asentí. — Lamento que las situaciones nos hayan hecho actuar tan descortés. Soy Ariel, y este es mi amigo Noah, es un placer conocerte.

—Mucho gusto. — dijo el supuesto Noah.

—Bien, ahora que ya no somos unos desconocidos podemos ir tranquilos a casa...— expuso Ariel.

—No quiero causarles molestias...

—De no irte con ellos creo que debería llamar a tus padres. — interrumpió la enfermera.

¡Ay, no! Eso no. Mi padre seguramente se molestaría muchísimos conmigo si le causo molestias, y mi madre tampoco podría venir por mí. Ya casi es la hora en que mi papá va a comer a la casa, y si no encuentra allí a mi madre le dará la rabia. No me quedaba de otra más que aceptar.

—Está bien. Iré con ellos. — indiqué. El pelirrojo sonrió triunfal.

Los tres caminamos hasta el estacionamiento de la escuela. Ariel insistió en llevar mis cosas. Cuando llegamos sacó las llaves del bolso de su abrigo, nos condujo hasta un lindo coche blanco y dejó mi mochila en el asiento trasero.

— ¿Te molestaría irte atrás, Noah?

—Para nada. — contestó él con firmeza.

Ariel me condujo hasta la puerta del copiloto, la cual abrió, e hizo un ademán para que subiera.

—Oh no, me daría mucha pena, de verdad que puedo viajar atrás. — expresé avergonzada.

—Tú serás quien me indique el camino ¿recuerdas?

Era verdad, así que me subí. Me desconcertaba mucho la forma de actuar de estos dos tipos, el castaño de miraba como si yo fuera un bicho raro, y el otro se portaba extremadamente amable conmigo, aunque le debía una.

—Gracias por ayudarme con el cuestionario de física. — expuse cuando ya nos habíamos puesto en marcha.

—No tienes que agradecer, para eso estamos los amigos. — respondió con gentileza.

¿Amigos? Como porqué me consideraba su amiga. Este sujeto si que era raro, no obstante no quise refutarle nada para no ser grosera, si de verdad querían ser mis amigos era genial porque tenía muy pocos, pero me extrañaba que chicos guapos como ellos quisieran brindarle amistad a una persona como yo ¿de verdad sería eso posible?

Durante el trayecto no hable más que para indicarle a Ariel el camino a mí casa. Dijo que ellos vivían cerca de allí, eso me sorprendió pues nunca les había visto, aunque era normal porque ellos parecían ser de alta alcurnia, nada comparado conmigo. Cuando estuvimos lo suficientemente cerca de casa le pedí al pelirrojo que me bajara ya que, si mi padre se daba cuenta de que estaba volviendo a casa con dos chicos, no solo me rebanaría a mí, sino también a ellos. No quería causarles problemas, ni mucho menos ahuyentarlos de mi vida.

—No te preocupes, aquí está bien, Ariel. — dije una vez que ya estaba abajo.

—Ari, llámame Ari.

—De acuerdo, Ari. Gracias, nos vemos mañana.

Cerré la puerta y esperé a que se marcharan de allí para caminar a mi casa.

Este día sí que había sido raro.


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Mirada de Dragón ©Where stories live. Discover now