12 | ¿Quién soy?

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Zoé

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Zoé

La conciencia y la razón llegaron hasta mí, permitiéndome abrir los ojos y percibir con claridad lo que me rodeaba. Me encontraba recostada en una camilla, dentro de una habitación demasiado iluminada. El pitido de fondo que marcaba el ritmo de mi corazón terminó por confirmarme que me encontraba en un hospital. Ya lo recordaba, Aleksander me había empujado fuertemente contra una pared. El inmenso dolor hizo que perdiera las fuerzas y el conocimiento. ¡Demonios! ¿Y si me había roto la columna y ahora no podría volver a caminar? «Oh, no...tranquila, Zoé, que no cunda el pánico, no te asustes a lo menso» me susurré, entonces intenté mover mis piernas. ¡Uff, gracias al cielo! Las sentía un poco adormecidas, pero sí tenía el control de ellas. En ese momento la puerta de la habitación se abrió, creí que se trataba de una enfermera, pero vaya sorpresa que me llevé al ver que estaba equivocada y que en realidad era la Sra. Castell, la madre de Ari.

—Hola, Zoé, ¿cómo te sientes? — preguntó mientras verificaba mis ojos con una lamparilla.

—Creo que bien, pero quiero saber... ¿me he roto los huesos?

—Te hicimos radiografías y puedo asegurarte que ningún hueso se ha dañado.

—¿Realmente está segura? —quise saber — Porque es casi imposible, escuché y sentí el concreto resquebrajarse con el impacto.

—Así es, Ariel me lo ha contado todo, pero no sé qué es más extraño, el que hayas salido ilesa, que Aleksander haya tenido tanta fuerza o que tus ojos hayan cambiado de color. —La miré con impaciencia y nerviosismo

—¿A qué se refiere?

—Recuerdo que cuando te conocí tus ojos eran de un color café oscuro, y...—sacó un espejito del bolsillo de su bata para entregármelo—justo como lo esperaba, ahora son de un gris plateado.

No daba crédito a lo que estaba viendo. La Dra. Castell tenía razón.

—¿Y esto qué significa? — apenas pude decir, porque el miedo me ahogaba —¿me voy a quedar ciega? ¿Tengo una enfermedad terminal? — no lo soporté y las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas. Odiaba mi vida, pero tenía miedo de morir.

La Dra. Castell se sentó en el borde de la cama y me acarició la frente con ternura.

—Tranquila, no pasa nada malo. Sólo significa que eres especial.

—Especial, ¿cómo?

No entendía nada.

—No puedo explicártelo ahora, Zoé, recuerda que las paredes oyen— expresó haciendo un ademán para hacerme ver que había mucha gente en el hospital. —Te lo explicaré mañana. Todos estaremos en casa, le pediré a Ari que vaya por ti a tu casa, ¿a qué hora te parece bien?

—A las 10— emití.

—Bien, le pediré a una enfermera que te ayude, puedes irte a casa.

Después de que la Dra. Castell se retirara me deshice de la bata de hospital y arreglé mis cosas para volver a casa. Me sentía un poco adolorida, pero nada que no pudiera soportar, de hecho, me sentía peor cuando mi padre me golpeaba, él si se tomaba en serio el hacerme daño. Cuando me miré al espejo fue como si estuviera viendo a una desconocida, nunca en mi vida había escuchado que a las personas les cambiarán de color de ojos. Como si no fuera suficiente con el color de mi cabello. Hasta eso lo veía más normal porque existían personas con mechones de pelo blanco, o la gente albina. Sabía que algo anormal pasaba con mi cuerpo, pero no pensé que algo como esto me sucedería.

Mirada de Dragón ©Where stories live. Discover now