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Los desayunos de los hoteles siempre me habían parecido una exquisitez, pero el de aquel lugar lo fue aún más. Aquel se trataba de un buffet libre al aire libre y con todo tipo de dulces, frutas y pasteles de diferentes clases. Lo que más me llamaba la atención era el hecho de que siempre había arroz para comer. Para desayunar también lo había y el plato principal de la noche anterior había sido un plato con distintos tipos de arroz condimentados con alguna salsa típica de allí. Llegó incluso a darme miedo el hecho de pasar allí toda una semana, ya que cuando volviese iba a pesar, como mínimo, cinco kilos más seguramente.

-Dios mío Natalia, tienes que probar esto, está de muerte. –dijo Marta que se sentó a mi lado mientras me miraba con una cara de placer indescriptible y señalaba unas magdalenas rellenas de alguna crema que a bote pronto no sabría identificar. –Es que te juro que estoy viviendo mi mejor vida aquí.

-Yo si no fuera por los mosquitos también, la verdad. Esta noche me han frito y a Alba también y mira que nos echamos repelente las dos.

-Son un coñazo pero al final esto compensa. –añadió Julia que traía una bandeja de comida más grande que ella misma. Me sorprendió volver a comprobar lo mucho que comía la gaditana, parecía no tener fondo.

-Hay cosas que nunca cambian, eh Julita. –Alba saludó a la castaña con un beso en la mejilla que la otra correspondió gustosamente.

-Hombre, la resacosa. Pensaba que te habías quedado planchando la oreja muerta del asco.

-El Ibuprofeno, que a veces hace milagros.

-Buenos días, madrugadores. –Amir se acercó hacia nosotros sonriente y nos saludó con un gesto. -¿Estáis preparados para bucear por el Océano Índico?

*****

En menos de una hora, ya estábamos todos en la orilla del mar cristalino que se extendía sin fin por el horizonte. La arena eran tan blanca y virgen que casi daba reparo pisarla. Habíamos venido por un camino tropical en el que tan solo se veían palmeras, por lo que nuestra espaldas estaban totalmente cubiertas por vida vegetal y si te girabas podrías descubrir varios complejos hoteleros camuflados entre la espesura verde.

Cuando acabé de colocarme las aletas y el neopreno negro que nos habían dado para poder subir al barco me di cuenta de que Alba estaba en una zona apartada luchando contra sus aletas para poder ponérselas sin que se le escapasen. Reí y me acerqué hacia ella.

-¿Necesita ayuda, bella dama? –me burlé poniendo una mano en su hombro.

-Eres gilipollas. –respondió seca. -¡Joder si es que esto es imposible! No me cabe.

-Trae anda, quejica. –me golpeó en el pecho suavemente y se sentó en la arena para dejar que le colocase las aletas en los pies.

-¿Ves como no era tan difícil? Si es que tienes muy poca paciencia, rubita.

-Oye tú estás muy guapa con ese mono puesto, ¿no? –apuntó pegando su vientre al mío y enroscando sus brazos en mi cuello. La imité y con mis dedos acaricié su nuca recién rapada.

-¿Sólo con este mono? –pregunté siguiéndole el rollo.

-Y con ese bikini rojo que te has puesto aún más. –susurró haciendo que el aire chocase contra mis labios entreabiertos. Una punzada me sacudió el bajo vientre.

-A mi me encanta el culito que te hace, que lo sepas. –contraataqué bajando mi boca a su cuello mientras agarraba sus nalgas y dejé un mordisquito que la hizo suspirar profundamente.

-¡Afri deja de buscar! ¡Qué están aquí a punto de follar en la arena! –gritó María a medida que se acercaba a nosotras. –Oye ya os vale, dejad eso para esta noche, par de guarras, que se va a ir el barco sin vosotras.

Lost on Waves // AlbaliaWhere stories live. Discover now