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Cada día, cada hora, cada puto segundo que pasaba en aquella casa iluminada únicamente por la luz característica de principios de marzo era una agonía eterna y dolorosa. Un enorme fantasma cuyo nombre nadie conocía irrumpía cada vez con más fuerza en cada rincón de sus vidas.

Aquellos once días sus vidas se habían paralizado por completo. Nadie era fuerte a esas alturas de la película, mucho menos Santi, quién había ido hundiéndose poco a poco en su propia marea creada única y exclusivamente para hacer más llevadera la agonizante espera.

Su hermana estaba viva, sí, ¿y qué? ¿Qué más daba eso si en el caso de que volviese a casa sin Alba estaría muerta en vida? ¿Qué importaba si Natalia estaba viva mientras que la rubia estuviese en paradero desconocido?

Sabía que Natalia no iba a ser capaz de soportar el dolor que conllevaba vivir sin Alba. Sabía que a ese piso ya no podría volver a llamarlo hogar porque realmente aquel lugar no era el verdadero hogar de su hermana. El hogar de Natalia siempre sería la rubia, su rubia; y sin ella no existiría más vida. No habría más amaneceres para su hermana. Alba Reche era su luz, su faro y si no estaba ella todo se sumergiría en una profunda oscuridad.

Tomó la decisión de levantarse del sofá y encaminarse hacia la cocina. Una vez allí encontró a Marina apoyada en la encimera con los brazos cruzados y mirando hacia un punto infinito inmersa en un universo paralelo donde probablemente estaría al lado de su hermana.

Se acercó a ella y pasó su brazo por los hombros de la pequeña de las Reche. Esta suspiró y dejó caer su cabeza sobre el hombro del muchacho. Ninguno habló. Ambos conocían los monstruos que atormentaban a cada uno y sabían que ninguna palabra sería capaz de enmendar el daño que sentían.

Sabían que con cada día que pasase disminuían las esperanzas de encontrar con vida a la ilicitana. Eran conscientes de que el teléfono podía vibrar en cualquier momento y recibir una mala noticia.

Y Santi no paraba de maldecir la injusticia que era el imaginar la lápida de Alba Reche grabada en el cementerio. Lo injusto que sería ver su nombre grabado en el frío mármol antes que en una estrella en el paseo de la fama de Los Ángeles. Sentir que, aunque había triunfado en el mundo, nunca habría sido lo suficiente porque aquella no era su hora de irse.

Porque Alba se merecía más. Mucho más de lo que había conseguido hasta ahora. Se merecía tener el universo entero besando sus pies y que su música y su voz llegasen a todos los rincones del mundo. No merecía tener ese final. Era demasiado injusto para que pudiese hacerse realidad.

-Ya le han dado el alta a Sabela, ¿sabes? –Marina rompió el silencio en el que llevaban más de diez minutos inmersos sin ni siquiera saberlo. Era muy curioso como el matiz del silencio cambiaba con la persona correcta. El mediano de los Lacunza sentía que el tiempo con la rubia se pasaba rápidamente, como una estrella fugaz a medianoche con la que ni siquiera daba tiempo a comunicar tu deseo. El chico suspiró. –Aún no sabe lo de Marta.

-Mejor que no se lo digan hasta que no esté bien del todo. –comentó el muchacho apesadumbrado.

La malagueña había vuelto junto a la gallega en un avión urgente. Sabela la había acompañado durante toda su estancia en Sri Lanka después del tsunami hasta que logró contactar con su familia y, por lo tanto con el seguro que las recogería para llevarlas de vuelta a casa. La pelinegra había conseguido llegar estable a Madrid, pero tuvieron que operarla una vez llegó al hospital. Un fallo en la cirugía hizo que la chica se quedase en coma y los médicos no sabían a qué se debía. Todos se habían quedado desolados ante la dura noticia. Todo el mundo optó por no informar a la gallega, ya que estaba bastante débil y lo último que necesitaba era recibir una mala noticia.

Lost on Waves // AlbaliaWhere stories live. Discover now