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Diez días después del tsunami

Si me hubiesen preguntado qué se me pasaba por la cabeza en aquellos instantes, no hubiese sabido qué contestarles. Me sentía con más fuerzas, el constante ánimo que el hindú me brindaba a cada poco rato era tan tenue pero a la vez tan fuerte como para hacer que volviese a recuperar la esperanza que solía perder a cada pocos minutos.

Después de dos días bajando de la furgoneta únicamente para hacer nuestras necesidades y reponer algo de líquidos, ambos estábamos bastante cansados. En mí no lo notaba apenas porque tenía cosas más importantes en las que pensar que en mi propia persona; pero el rostro de Nimai lo decía todo. Estábamos recorriendo un camino muy oscuro y por el que intentábamos aferrarnos a través de un poco de luz que se dejaba entrever al fondo. Una luz casi inexistente, pero que podía distinguirse en mitad de una gran negrura.

Estaba anocheciendo y el típico ruido de los gritos de la gente, a los que ya me había acostumbrado después de todo, empezaba a acentuarse a medida que la furgoneta avanzaba por la carretera sin asfaltar. Estaba muy pensativa, aquel día tenía demasiadas cosas en mi mente como para concentrarme en aquella tarde de marzo, cosa muy extraña en mí, pues desde que salí de la ola siempre había intentado mantener mi cabeza bien fría para poder afrontar las situaciones de la mejor manera posible y evitar hundirme fácilmente por cualquier razón. Y eso no era fácil teniendo tal panorama delante de mis ojos día sí y día también, sin ningún descanso de tanta crueldad.

Pero aquella tarde era diferente, el día había amanecido nublado y el aire corría más que nunca por la zona. Era una sensación extraña, muy raramente parecida al día del tsunami. Recordaba el sentimiento con el que desperté esa mañana, al lado de Alba; abrazándola reconfortantemente sobre mi pecho y acunándola como siempre hacía. Ese día supe que algo iba a pasar y no me equivoqué. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo con el simple hecho de recordarlo. Fue el último día que vi a Alba. El último día en el que lo primero que vi fueron sus largas pestañas pegadas formando un arrullo en el que se entrometía su flequillo rubio, jugando al pilla-pilla graciosamente cada vez que la pequeña respiraba. Y cabía la triste posibilidad de que aquella hubiese sido la definitiva.

Nimai me miró sonriente desde el asiento del conductor. –Hay pensamientos que se escuchan en voz alta, amiga. –señaló. –No debes rendirte ahora. Si hemos llegado hasta aquí es por algo. Todo merecerá la pena, créeme.

Asentí de forma agradecida y ladeé mi cabeza hacia el lado de la ventanilla inexistente. Ni siquiera había cristal; el día que se rompiese la camioneta nos habríamos quedado sin medio de transporte y aquello podría ser más grave de lo que ambos pensábamos.

Vi un grupo de niños jugar con una pelota en mitad de la carretera y el hindú asomó la cabeza. Comenzó a decirles frases que para mí no tenían ningún sentido, pues eran en otro idioma, probablemente tailandés. Los chicos sonrieron y se acercaron hacia él chocándole la mano amistosamente mientras se apartaban del camino. Algunos de los niños, que no llegarían ni a los doce años, tenían vendas y apósitos pegados en distintas zonas de sus pequeños cuerpos, pero no dejaban de jugar y reír.

-Esos chicos deben ser de la zona de perdidos. –comentó el muchacho buscando un lugar donde dejar la camioneta para poder bajarnos de ella.

-¿Zona de perdidos? –pregunté confusa.

-Sí. Son chicos que han perdido a su familia en la ola y que no tienen dónde ir. Algunos hospitales abren carpas para darles refugio y esperar por si aparece su familia a buscarlos. Se hizo lo mismo en el tsunami de 2004. –explicó él deteniendo el vehículo.

Volví a mirar a los niños. Jugaban muy felices, parecía no importarles nada de lo que había pasado mientras tuviesen algún juego del que disfrutar en compañía. Sonreí y deseé tener su misma mentalidad y fortaleza, así todo esto sería mucho más fácil de sobrellevar.

Lost on Waves // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora