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El recuerdo de la primera vez de algo por primera vez era muy difícil de olvidar. Por ejemplo recordaba la primera vez que toqué el agua del mar, con mi hermana Marina. Recordé la primera vez que canté una canción delante de mi familia en Navidades. También recordé la primera vez que probé la lasaña o la primera vez que probé los gruesos labios de Natalia. Eran sensaciones, olores y destellos parpadeantes de recuerdos que jamás olvidaría.

Abrí los ojos y recobré la consciencia cuando sentí el pecho arderme y las vías respiratorias totalmente selladas. Abrí la boca desesperadamente para intentar conseguir algo de aire y busqué, por puro instinto, alguna vía de escape, pero solo conseguí que el agua sucia entrase en mi interior. Mientras sentía como la corriente me arrastraba violentamente intenté seguir luchando para salir a la superficie de alguna manera, pero los golpes que me azotaban en diferentes zonas de mi cuerpo no ayudaban para nada. Ni siquiera sentía dolor, solo el balanceo de la muerte acunándome con fuerza. Sólo una sensación de sufrimiento infernal en mis pulmones y en mi garganta. Chillé de rabia dentro del agua. En el momento en el que vislumbré una claridad no lo dudé ni un segundo y me moví hasta alcanzarla.

Lo primero que hice cuando salí a la superficie fue gritar. Chillar del dolor que me azotó de golpe y de desesperación mientras tosía con fuerza y el agua embravecida continuaba golpeándome y manejándome a su antojo como si de un muñeco me tratase.

Lo siguiente que se me vino a la cabeza fue una sola palabra. Un solo nombre.

Natalia.

El primer recuerdo que tuve de ella fue al bajar el autobús del casting. Ese día en que se acercó a mí preguntando por mi nombre y en el que desde entonces no nos separamos ni un segundo. El último recuerdo que tuve de la morena fueron sus ojos asustados tratando de transmitirme la tranquilidad que ni siquiera ella misma tenía.

Desgarré mis cuerdas vocales dando vida a su nombre con la esperanza de que pudiese escucharme, pero me ahogaba constantemente bajo el ir y venir de la marea. La corriente tiraba de mí hacia abajo como un monstruo furioso y la confusión empezó a dolerme en lo más profundo de mi pecho. No sabía dónde estaba Natalia y tenía que encontrarla aunque fuese lo último que hiciese.

Mi espalda chocó dolorosamente contra el tronco de una palmera y me aferré a él como si fuese mi salvavidas. Pero en el momento en que pegué mi torso a este, una intensa sensación de ardor apareció de repente en mi pecho izquierdo y grité de puro dolor. Bajé mi vista hacia el foco, pero el agua lo tapaba por completo. Me asustaba ver como el simple roce del tronco contra este hacía que las lágrimas se me saltasen del dolor y, a juzgar por cómo el agua se teñía de color rojo a mi alrededor, aquello no podía ser muy bueno.

-¡Natalia! –volví a gritar repetidamente mirando a mi alrededor y empezando a sollozar. No entendía nada, pero tampoco tenía tiempo para pensar en nada. Solo quería volver a ver a la morena. –Natalia...

No cesé mis gritos y balbuceos hasta que una cabellera que reconocería hasta en el fin del mundo apareció a unos metros de mí, siendo arrastrada por la corriente. De un impulso, me lancé hacia ella.

Me ahogué en incontables ocasiones, tantas que llegó un punto en que la respiración se me cortaba. Un objeto punzante cortó mi muslo y lloré. Un cable se enredó en mi brazo, prácticamente cortándome la circulación de este, pero no me importó. Mis necesidades pasaban a segundo plano cuando se trataba de la vida de Natalia.

Unos muebles amontonados en una palmera la detuvieron. Intenté nadar con todas mis fuerzas hacia ella. Estaba boca abajo. Ver aquello me dolió más que cualquier herida física que pudiese tener en aquel momento.

La agarré del brazo y, sin quererlo, la volví a arrastrar conmigo por la corriente. Pero esta vez yo la tenía entre mis brazos. Otra vez. Acuné su cara entre mis manos e intenté que reaccionara. Tenía los ojos cerrados, una herida profunda y sangrante en su ceja derecha y el mismo ojo amoratado. Varios cortes superficiales adornaban su rostro también. Choqué con un hierro desprendido y me aferré a él con la mano que no sujetaba a la morena, rajándome la palma.

Lost on Waves // AlbaliaWhere stories live. Discover now