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El dolor es un receptor muy relativo. A veces lo sientes de una forma intensa, tan intensa que parece que jamás vayas a poder recuperarte de él. Es como si se fuese a hacer eterno a través del tiempo y te fuese a acompañar durante el resto de tu vida. Este tipo de dolor es el peor. Pero no por la intensidad, si no por la sensación de permanencia que manifiesta durante su presencia. Los nociceptores se presentan de tal forma que ni siquiera los más fuertes podrían soportarlo.

Cuando te arrastra un tsunami parece que el dolor se vuelve más difuso, más distinto. Como una especie de lucha titánica protagonizada por la imposición entre el sufrimiento físico y el psicológico. La gran amalgama que compone la vida, una guerra por controlar el cuerpo y la mente al antojo caprichoso de estos. Cuando una tragedia ocurre, todo se descontrola. Pierdes muchas cosas y todo se intensifica de una forma descomunal mientras la situación se te va totalmente de las manos. Ruegas a la vida que tus seres más queridos no estén pasando por el mismo sufrimiento que estás atravesando tú. Deseas que se hayan marchado a casa y estén volviendo a su vida tal y como la dejaron. Con la única diferencia de que una pieza fundamental del puzle ya no estaría con ellos. Tú.

El dolor que Alba sentía era tan intenso que parecía no tener final. Parecía estar condenada a un sufrimiento eterno y agonizante postrada encima de aquella puerta de madera astillada que le estaba dejando nuevas heridas en la espalda. Aquel parecía ser un dolor más pequeño, relativamente, que todos los que tenía encima en aquellos momentos. Algo curioso, pues si estuviese sintiendo las afiladas astillas clavándose tortuosamente en su espalda desnuda cuando aún no había pasado una ola gigantesca por encima de su cuerpo menudo probablemente habría quejado del dolor.

Pero tenía preocupaciones más relevantes. El primero era que le dolía pensar en su pasado tal y como lo conocía. Probablemente su dolor más inmenso fuese ese. Porque la alegría que sentía en casa, rodeada de los suyos, le retorcía el corazón y le golpeaba el pecho recordándole que probablemente jamás iba a volver a oler el ambiente rebosante de felicidad que descansaba en Madrid, en Elche. O en Pamplona.

A Alba Reche había dejado de preocuparle el disco que tenía previsto lanzar el próximo año, o la gira que había dejado pendiente de comenzar para el próximo mes de marzo. Tampoco le importaban ya aquellas personas que la habían dejado tirada en algún momento de su vida, o aquellas que se habían encargado de recordarle durante toda su vida que jamás llegaría a ser nadie en la música. A Alba sólo le importaba volver a sentir felicidad, junto a los suyos. Y, desgraciadamente, con aquel panorama grabado en sus retinas, sólo sentía dolor y más dolor. Desesperanza, soledad. Todo negro. Ni siquiera podía distinguir algún matiz grisáceo.

El tsunami había arrasado con todo, incluso con la persona que ella era antes de viajar a Sri Lanka. Aquella chica adolorida y sin apenas facultades para respirar correctamente que estaba postrada en una cama hecha mierda ya no era Alba Reche. Ya no era la misma persona que viajó a Sri Lanka al lado de la que siempre había sido su segunda familia.

Sobre todo porque gran parte de esa familia había desaparecido bajo la ola.

Llevaba ya un rato con los ojos abiertos, observando cómo la gente que estaba a su alrededor lloraba, gritaba y, a veces, morían. De vez en cuando la tela que cubría la carpa donde se encontraba se abría dejando entrever la luz solar que entraba directamente quemando sus córneas ya inadaptadas a la inmensa luz del astro y visualizando como la gente andaba descalza por el asfalto gritando nombres que para ellos tenían un profundo significado sentimental y llorando la pérdida de sus familiares.

Todo era oscuridad. Y en el fondo, Alba lo sabía bien, pero tenía miedo de exteriorizarlo por si se volvía aún más real.

Y sobre todo porque parecía que aún quedaba algo de luz residual que tanto caracterizaba a la Alba que se había montado en el avión de ida a la isla del Pacífico y que ahora ya no tenía billete de vuelta.

Lost on Waves // AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora