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Mis ojos parecían estar siendo víctimas de las visiones producidas por la falta de descanso y la hambruna que me acompañaban desde hacía dos semanas. María estaba viva, estaba justo delante de mis ojos, apoyada en la fachada desconchada del hospital con los ojos cerrados, totalmente ajena del exterior y con unas ojeras profundamente marcadas. Su expresión rezumaba tristeza y sus heridas físicas ya parecían estar casi cicatrizadas.

María, mi María, una de mis mejores amigas y un gran apoyo para mí, estaba viva. Era una de las pocas supervivientes que habían superado el fatídico veinticinco de febrero y con la que podría celebrarlo al llegar a casa. Y es que nada sonaba mejor que la palabra casa en esos momentos.

-María, soy yo. Natalia. –susurré emocionada a su lado. Ella parecía estar desubicada y muy sorprendida. No pareció esperárselo para nada. Me sonrió muy abiertamente y se lanzó a mis brazos con ganas. Yo la acogí alegre mientras besaba su mejilla. Las dos estábamos bien, y eso era lo más importante.

-¡Dios mío, Natalia, dios mío! ¡Por fin tía, joder! –se separó un poco de mí sin soltar su agarre en mis brazos y me miró con lágrimas en sus ojos, algo enrojecidos. -¿Estás bien? –asentí sin dejar de sonreír. -¡Estás bien! ¡Cabrona ni un puto tsunami te mata a ti! –ambas reímos conjuntamente. Si había algo que la ola no había podido arrebatarnos había sido, sin duda, nuestro sentido del humor tan peculiar.

Por un momento, volví a aquellos bares y garitos donde María y yo solíamos pasar aquellas noches y días que no teníamos nada mejor que hacer, aquellas veces que salíamos las dos a la vez del estudio y decidíamos que la mejor forma de relajarnos era tomar unas cervezas en la terraza de algún bar. Nuestros mejores momentos se podían traducir en alcohol, chistes y anécdotas de sobremesa.

-¿¡María!?

-¡Carlos! ¡Tú también! –la rubia me soltó para encaramarse a nuestro amigo.

Nuestra falta de fuerzas y de esperanza había vuelto de repente como si estuviésemos en una montaña rusa que estaba volviendo a subir. María siempre conseguía ser un chute de esperanzas para todos y aquello solo podía traer algo bueno.

Cuando mis dos amigos se separaron, vi como la rubia me repasaba con la mirada en silencio, hasta que se detuvo en una de mis muñecas.

En la muñeca donde tenía dibujada la mariposa naranja.

Abrió mucho los ojos y me miró a los míos sin apenas poder hablar. Me asusté y me acerqué a ella pidiendo explicaciones. Carlos también pareció darse cuenta.

-¿Qué pasa, María?

-Natalia, Alba está ingresada aquí.

*****

Nunca un trayecto de unos pocos metros había sido tan eterno y escarpado. Jamás un silencio había escondido tanto significado y temor como aquel. Y es que a veces, cuando el reloj corre a toda velocidad en el sentido contrario el tiempo se vuelve loco y las nociones temporales se alteran de tal forma que la ansiedad por alcanzar el lugar al que quieres llegar se transforma en un agujero de gusano del que es imposible escapar. Ese agujero tenía nombre y apellidos y en el idioma del temor más puro se llamaba Alba Reche.

Natalia no hablaba, no pensaba y ni siquiera estaba segura de estar respirando en ese momento, puesto que todos sus órganos parecían haberse puesto de acuerdo para paralizarse en el preciso instante en el que María le había dado la noticia. Aquella que llevaba persiguiendo cerca de dos semanas y aquella de la que aún no se había mentalizado. Saber que Alba estaba justo en ese hospital, a unos metros por encima de donde ella se encontraba la hacía temblar.

Caminaba compungida, agazapada con cada paso que daba por detrás de su amiga rubia y con cada músculo de su cuerpo tensado. La presión de su pecho la ahogaba y era ahora cuando empezaba a darse cuenta de la importancia que guardaba aquel momento y las ganas de llorar empezaron a salir de su escondite.

Lost on Waves // AlbaliaWhere stories live. Discover now