Capítulo 4: El Consejo Daeces

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Jagger contempló desde el árbol cómo Juliet sonreía mientras dormía profundamente.

Su mirada era severa desde que había salido de la librería y así se mantuvo hasta el momento en que la volvió a ver. Algo extraño sucedía con esa chica, pero no podía identificar qué era.

Cerró los ojos para pensar con más detenimiento, pero la sensación de compañía lo atrapó sin aviso.

—¿Ya es hora? —preguntó Jagger sin voltear.

Una figura salió de las sombras que producían los edificios cercanos y mostró una expresión facial que aún denotaba su sorpresa al ser descubierta.

—Así es, Caído —contestó—. El Consejo quiere hablar contigo.

Jagger volteó y fulminó con la mirada al visitante.

Era un eifro, una criatura de las profundidades de la tierra. Solo dos tipos de eifros venían a la Superficie: los que trabajaban para el Consejo y los criminales que secuestraban humanos para venderlos como esclavos en el Submundo.

El que se encontraba frente a Jagger tenía la piel pálida y lisa, unos cabellos negros, un rostro joven y un cuerpo delgado y de complexión débil. Al igual que el resto de los eifros, era muy parecido a un ser humano, a excepción de sus ojos rojos que brillaban en la oscuridad.

—Entonces, mejor no los hagamos esperar —contestó Jagger recuperando su mirada severa.

La luna menguante se alzaba apaciblemente sobre las nubes pálidas del cielo y se asemejaba a una hoz cortando la amplitud celestial

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La luna menguante se alzaba apaciblemente sobre las nubes pálidas del cielo y se asemejaba a una hoz cortando la amplitud celestial. Las afueras de la ciudad de Newston se encontraban sumergidas en un silencio intermitente a causa del alboroto provocado por la actividad nocturna de las calles. Los árboles del bosque, situados apenas a unos doscientos metros de la ciudad, producían ruidos tenebrosos al permitir la danza de sus hojas con el movimiento casual del viento.

Jagger seguía al eifro caminando con sus manos en los bolsillos. Pudo observar que la criatura se encontraba un poco intimidada con su presencia, lo cual le agradó, aunque no mostró ningún tipo de emoción en su rostro.

Caminaron durante unos diez minutos hasta que el eifro se detuvo entre dos inmensos y gastados árboles, se agachó y empezó a tantear el terreno hasta que sus manos encontraron un asa de acero oculta entre el pasto y la tierra del suelo. La jaló y una trampilla se levantó dejando al descubierto unas escaleras de piedra que se extendían hacia un largo corredor apenas iluminado por el fuego de las antorchas alineadas en las paredes. El eifro lo invitó a pasar con un gesto de su mano y Jagger empezó a caminar.

A medida que avanzaban, la oscuridad del corredor disminuía hasta que la luz de las antorchas era prácticamente innecesaria. Después de un par de horas de caminata, Jagger vio que el camino terminaba en una gran pared blanca que tenía un círculo enochiano dibujado sobre ella.

—Por favor, Elamar —pidió el eifro a la vez que hacia una leve reverencia y señalaba el círculo enochiano.

Jagger extendió su mano y tocó el círculo. Una luz lo envolvió momentáneamente y le obligó a cerrar los ojos. En el momento en que consiguió aclarar su mirada, pudo observar el gran salón que detestaba.

JaggerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora