Capítulo 25: El Paso Neim

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Jagger estaba un poco extrañado. Habían caminado todo un día y aún no se topaban con nada, en lo absoluto. De hecho, eso era lo más extraño: ni un rastro de vida se había asomado desde que dejaron Ballendal.

El grupo había caminado en silencio durante la mayor parte del trayecto, pero cuando el segundo pueblo de farcros y vampiros apareció al frente, alguien tuvo que hablar.

—Algo no está bien. —dijo Ribal mirando a su alrededor y luego agregó algo molesto—. Se supone que tendríamos algo de acción antes de llegar a aquí.

—Ribal tiene razón —aseguró Garret—, es extraño que aún no hayan aparecido.

—¿Quiénes? —preguntó Juliet, asustada.

—Rekios —contestó Lily con fastidio—, pero tranquila, te salvaremos siempre y cuando no estor...

—Lily...—dijo Aquiles en tono de regaño. Lily decidió detenerse y se conformó con ver la expresión incómoda de Juliet.

—Más importante —dijo Albert—, quizás estamos muy lejos, pero ¿no les parece que Corcan está vacía? —agregó señalando al pueblo.

—Parece un toque de queda —dijo el Caído.

Jagger dejó de observar alrededor y miró el suelo en busca de rastros, pero Garret los consiguió primero.

El cazador se agachó y tocó con su mano unas ramas del suelo.

—Fueron aplastadas —dijo—, hubo presión de trescientos kilos o más. La tierra alrededor sigue caliente, un rekio debió estar parado aquí hace poco, esperando algo...

—¿Qué cosa? —preguntó Juliet. Jagger se dio cuenta que el miedo de la chica iba en aumento con cada segundo.

—Nosotros —contestó Garret antes de levantarse de golpe y dispararle en la cabeza a un monstruo gigantesco que estuvo a punto de destrozar la cabeza de Aquiles.

Pero no era solo uno. Con su piel gris y áspera, sus dientes chuecos, sus tres metros de altura, su voz grave y temible, y sus mazos de hierro, decenas de rekios estaban saliendo a sus espaldas desde túneles en las paredes que antes no estaban.

—¡¿Qué demonios?! —bramó Aquiles.

—¡Corran hacia el pueblo, Garret y yo los aguantaremos! —gritó Jagger, pero Ribal negó con la cabeza.

—¡No creo que sea una buena idea! —exclamó el muchacho.

Jagger se volteó y comprendió la advertencia.

Del otro lado del camino, un escuadrón de fardianos se dirigía hacia ellos. El Caído no daba crédito a sus ojos.

—¡¿Una emboscada de rekios y fardianos?! —exclamó Lily.

—No puedo creerlo —dijo Jagger, aunque nadie lo escuchó. El grito de guerra que venía de ambos lados solo logró ensordecerlo, aunque sí pudo escuchar un susurro, una voz malvada y peligrosa dentro de su cabeza que le habló en cuanto su mente se dio cuenta que Juliet estaba en peligro: «Destruye». Pero Jagger no necesitaba que se lo dijeran.

Los soldados de Lily aparecieron de la nada y se situaron entre los rekios y los Máximos, listos para pelear.

Se escuchó el potente grito de un rekio que se abalanzaba sobre el Caído.

La criatura logró conectar un poderoso golpe sobre la cabeza del muchacho que mantuvo sus manos en los bolsillos. Jagger sacó ambas manos y colocó su palma derecha sobre el arma. Frente a los ojos aterrados del rekio, el mazo se destrozó en mil pedazos. Antes de que los restos llegaran al suelo, el Caído saltó y, con una patada monstruosa, mandó a volar a aquel horrible ser hasta que se estrelló con fuerza contra el costado del camino.

JaggerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora