Capítulo 3: Un nuevo amigo

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La luna poco a poco fue bajando, dándole paso a un sol brillante y acogedor. A medida que subía, las sombras largas que se proyectaban en los edificios se acortaban y desaparecían.

Jagger esperó a que los primeros rayos del sol pasaran por la ventana para observar por última vez a la chica que empezaba a levantarse. Le sorprendió que despertara un segundo antes de que sonara su alarma, pero no se quedó a contemplar nada más.

 Le sorprendió que despertara un segundo antes de que sonara su alarma, pero no se quedó a  contemplar nada más

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Juliet Banner despertó con la sensación de que no había dormido nada. Un segundo después de que se incorporó en la cama, el despertador empezó a sonar como si no le hubiera gustado el hecho de que se levantara sin su intervención. Presionó el botón superior y el artefacto detuvo su molesto estruendo.

Juliet se estiró para disminuir el agarrotamiento de su cuerpo y levantarse de la cama. Se bañó, se vistió y preparó unos huevos revueltos que devoró sin preámbulos antes de salir a la calle que aún dormía a esas horas.

La señorita Banner dirigía una hermosa librería que le había heredado su difunta abuela y había leído casi todos los libros que tuvieron la suerte de pasar frente a sus inocentes ojos de color miel.

A pesar de que no era una persona con baja autoestima, Juliet no era consciente del atractivo de sus labios, de su sensual talle, de su sonrisa abrumadora o de su hermoso cabello color castaño claro.

Ella no ignoraba estos rasgos porque fuera muy humilde o porque necesitara urgentemente comprar un espejo; los ignoraba porque nunca se le ocurría fijarse en esos detalles.

Juliet era soñadora y distraída, su mente siempre estaba perdida en las historias y aventuras que había leído desde pequeña hasta el punto que le costaba relacionarse con los demás.

Mientras caminaba hacia la cuadra contigua al peligroso callejón de Mason&Mason, esforzándose para no voltear, analizó nuevamente si debía avisar a la policía de los sucesos de la noche anterior.

Lo más probable es que alguien se quejara por el agujero en la pared y formara un lío, aunque, por otro lado, quizás el problema terminaría recayendo sobre ella a causa de que su explicación sería muy parecida a lo que alguien con problemas mentales diría.

Suspiró y cruzó a la derecha, en la avenida Parker, para encontrarse de frente con el edificio en el que trabajaba.

La librería parecía una versión en miniatura de un museo neoclásico adaptado al estilo de los grandes templos de los dioses griegos. Sobre los cuatro pilares de la entrada se encontraba un arco en el que se podía leer en unas letras grandes y talladas en piedra la célebre frase de Auguste Comte, «saber es poder». Treinta escalones de concreto y dos metros de acera separaban la entrada de la calle donde los carros apenas empezaban a transitar.

Juliet estaba tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta del autobús que se acercaba con velocidad al sitio donde ella estaría en el momento perfecto para que el conductor no tuviera tiempo de frenar o cambiar su dirección.

JaggerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora