Capítulo 5: Voltar y Árides

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Voltar no había esperado que Jagger saliera de la habitación para levantarse. Se bajó del estrado enojado y se dirigió a la puerta que estaba justo detrás. Al cruzarla, se abrió ante él un gigantesco y largo pasillo de piedra que daba inicio a un gran laberinto de corredores y habitaciones. El lugar tenía varios orificios en el techo que permitían que la luz del Angmar de Irganoth se filtrara dentro del recinto, haciendo que estuviera lo suficientemente iluminado para desplazarse sin problema. Voltar caminó sin pausa por los corredores de piedra mientras pensaba a toda máquina y procuraba calmarse.

—No pierdas la compostura, amor mío —dijo una voz detrás de él.

Árides lo había seguido sin hacer ruido y ahora caminaba casi a su lado. Su esbelta figura se movía con la autoridad de una reina y sus ojos, a pesar de que le profesaban cierta compasión, denotaban una severidad prominente.

—No la he perdido todavía —respondió Voltar orgulloso—. «El tratado pende de un hilo», dice el idiota... Pocos Caídos han sido tan estúpidos y altaneros como él.

—Y ninguno tan poderoso, no lo olvides —respondió Árides esta vez hablando con más seriedad.

—¿De qué le servirá ese poder en un par de meses? —espetó Voltar—. Además, si hay algo que hemos aprendido a lo largo de los siglos es que la fuerza bruta sirve de poco. Jagger es poderoso, pero no sabio.

—Tú tampoco si lo subestimas —contestó Árides—. Nunca habíamos estado tan cerca de lograrlo, y no quiero que tu orgullo lo desbarate todo —la última oración tuvo un tono mucho más despiadado y Voltar supo que Árides estaba empezando a molestarse. Eso, lejos de calmarlo, lo estresó más.

Voltar se detuvo de golpe y miró a Árides con fiereza en los ojos. La reina no relajó su mirada ni se intimidó, pero esperó a que hablara.

—No me trates como si no lo supiera, y mucho menos pretendas que soy un estúpido que arruinará las cosas en cualquier instante. Tú sabes quién soy y sabes por qué hago esto.

Antes de que Árides consiguiera responder, Morgana apareció de la nada con una sonrisa. Su vestido negro flotaba fantasmalmente a su alrededor y se veía a leguas que estaba contenta por algo. A su lado, el necrótalo Ruruoni la seguía con una sonrisa y la boca babeando.

—No discutan, mis señores —dijo Morgana con una voz juguetona y maquiavélica—. Las emociones son poderosas, pero les impiden ver más allá. Tan rápido saliste de la habitación, Voltar, que no te diste cuenta de la sonrisa de Jagger.

—¿Y qué con eso? —preguntó enojado. Morgana se rio con cinismo.

—Un hombre sin emociones no sonríe —respondió ella. Voltar y Árides se sorprendieron. Sabían lo que eso significaba.

—¿Las está recuperando? —preguntó Árides.

—Puede ser. De acuerdo con la criatura —dijo señalando con un gesto a Ruruoni—, ha mostrado cierto interés por una mujer humana.

—¿Eso de qué sirve? —preguntó Voltar con impaciencia—. El interés de alguien sin emociones no significa nada. Sabes que no podemos manipularlo para que haga algo ilógico. De hecho, incluso si pudiera sentir, Jagger no caería en ese juego.

—Quizás —dijo Morgana—, pero el fuego puede surgir de las llamas más pequeñas. Jagger jamás había pensado en alguien aparte de él desde el... incidente.

—De todas formas, ya es tarde. No necesitamos que recupere sus emociones, lo mataremos incluso si no lo hace —dijo Voltar dándose la vuelta y siguiendo su caminata. Sin embargo, una garra oscura salió del suelo y sujetó su pierna, impidiéndole avanzar. Morgana sonreía y quedaba claro que quería decir algo más. Ruruoni dejó de sonreír y empezó a respirar nerviosamente, aunque su lengua se mantenía fuera de su boca llena de baba.

JaggerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora