Capítulo IV: Nunca lo mereceré.

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Estoy enfadado

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Estoy enfadado. Ni siquiera puedo quitar mi vista del suelo entre más voy caminando hacia la casa de mi tía Rosalía. No me cabe en la cabeza que Sebastián Ríos estará en la misma clase que yo por todo un semestre, o tal vez todo el jodido año. Suficiente tengo con verle en las mismas clases por siete horas seguidas. ¡Es frustrante, y me molesta!

Tenía un solo lugar que Sebastián no había pisado, ni quería que lo hiciera, donde podía ser yo mismo sin ni siquiera querer, anhelar ser el mejor de la clase, sólo era yo mismo, y me gustaba. Hasta que Sebastián llegó a mi clase para echarlo por la borda. Sé que será más fácil para el plan que estoy trazando con Esmi, pero, no lo quería metido en el único espacio donde no me sentía amenazado.

Ni siquiera le dirigí la palabra en toda la clase, a pesar de que será mi equipo para hacer un trabajo, que se entrega la próxima semana. Literalmente me la pasé tratando de escuchar lo que la profesora explicaba, hasta que escuché mi nombre ser pronunciado con el suyo. Me frustra demasiado pensar de que ahora tengo que enseñarle a dibujar o lo básico para que pueda unirse a la clase.

No le hablé ni siquiera cuando me pidió un jodido lápiz.

—Bruno, ¿tienes algún lápiz que me prestes? Creo que olvidé mi estuche en el salón de Mate —pidió Sebastián detrás de mí, con un tono amigable y distraído, revolviendo en su mochila buscando algo útil qué utilizar, pero ni siquiera me volteé.

Carraspeé.

—No, creo que también dejé mi estuche —murmuré quedito, volteando hacia la ventana, haciendo como si la Virgen me hablara. Claro que estaba mintiendo porque mi estuche estaba en mi pupitre y era visible para todo el mundo que lo tenía ahí.

Al final, un chico de su lado le prestó el lápiz y yo no.

Hubo una segunda vez que volvió a tratar de hablarme, fue cuando quiso preguntarme cómo hacer el proyecto; sólo pude responderle cortamente. Nos juntamos a un lado del otro, como la profesora nos obligó para que pudiera enseñarle lo básico, y monótonamente le mostré algunos consejos para delinear o hacer un simple muñequito.

—Entonces, ¿qué quisieras dibujar, Bruno? —Otra vez ese tonito amigable me cansó. Suspiré cuando lo escuché hablar, y ni siquiera le miré a los ojos.

—No lo sé —respondí cortante. Él hizo un ruidito de entendimiento, aunque sé que la tensión en el aire era palpable y podía cortarse fácilmente.

—Yo creo que haría un dibujo de alguna caricatura, ¿qué piensas? —Hipócrita. Lo odié en ese momento, porque no valía la pena intentar hablarme, aún seguía encabronado cuando me dejó empaparme en la lluvia, llamándome decepcionante y patético.

—Qué bueno —volví a responder tajante. Creo que entendió en ese momento que no quería hablar, así que dejó la conversación ahí, aunque oí algo más por debajo de su aliento.

Destruyendo a Bruno (Desamores #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora