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Decisiones, decisiones.

¿Ciervo o conejo?

Lo cierto es que ambos son igualmente ridículos. El ciervo lleva unos cuernos que se le pueden enredar entre las ramas, lo que me llevaría a pillarlo antes. Pero el conejo está sudando, y eso que apenas llevamos un minuto de carrera.

Mira oye, que sea lo que tenga que ser. 

Sigo al conejo, atravesamos el jardín, la fuente en la que me encontré con Asra la otra noche (por cierto, la próxima vez que lo vea tengo que preguntarle algunas cosas acerca de lo que he visto en la biblioteca) y damos al bosque.

Vaya, no era consciente de que esto estaba aquí.

Creo que lo he perdido.

Genial.

Estoy pensando en una canción para invocar un hechizo de búsqueda, pero algo llama mi atención: Nada más y nada menos que una puerta oculta entre la espesura tras unas ramas de glicinas.

¿Alguna vez he dicho que son mi flor favorita? Parece que ellas mismas lo sepan, guiándome fuera de este laberinto de árboles y hierba e... insectos. Y para colmo el cielo ha empezado a oscurecerse. 

Aparto las flores lila e intento abrir la puerta, que cede sin demora tras darle un suave empujón. Al otro lado veo una calle desconocida, pero a la par familiar. Nunca he estado en esta zona de la ciudad, pero sé que me encuentro en Vesuvia, lo que me da la seguridad suficiente para dar el paso definitivo que me hace escapar del palacio.

Adiós, princesa, lo siento mucho pero necesito un poco de espacio. 

Soy una especie de princesa exótica fugitiva perdida entre las calles de la ciudad, rodeada de la podredumbre más evidente, de personas que miran las cuentas de mi atuendo con recelo y envidia.

Creo que lo mejor será invocar una brújula y salir de aquí antes de que a alguien le parezca una genial idea sacar una navaja.

Pero unas risas me hacen perder la concentración.

Salen de un local que tiene las ventanas tan sucias que apenas se percibe la luz interior. Pero la gente parece muy feliz ahí dentro, se escuchan canciones, risas y conversaciones a un volumen poco adecuado para la hora que es.

De repente, la puerta se abre. Una silueta alargada se recorta contra la luz.

Unos rizos de cobre.

Y yo, impactada, perdida, DESVALIDA.

Doy un paso atrás y tropiezo con una piedra.

El grito que escapa de mis labios resulta muy poco elegante, pero intento caer con la mayor dignidad posible en pleno charco.

¿Qué podría ir peor?

Ah, sí, que el hombre de la puerta me ha visto y se ha acercado a mi posición.

Me tiende la mano para ayudarme a levantarme.

- ¡Tú!

- Sí, yo.

- La tarotista de la tienda ¿qué estás haciendo aquí?

- Oh, nada en particular, examinaba la composición de este buen asfalto que da sustento a nuestros pasos.

- ¿No es un poco temprano para ir dando traspiés por la calle, princesa?

Me mira de arriba abajo mientras me ayuda a levantarme.

Pero no calculamos bien ni la fuerza ni el empuje, y de repente estoy mirando fijamente su pecho a la par que mi bolsa se abre y todo su contenido se desparrama por el suelo.

Enough [Julian Devorak, The Arcana]Where stories live. Discover now