VIII

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Esculturas por doquier.

Un recuerdo de lo que podría ser un cementerio en mi mundo, un camposanto repleto de siluetas angelicales, aquí parece el mero capricho de un excéntrico que quiere adornar su jardín.

- It's quiet uptown... 

Es un pequeño hechizo por si a mi acompañante le da por gritar o algo por el estilo, no en vano, una mancha de sangre se extiende por su costado.

Pero parece de lo más feliz caminando entre las figuras, bromeando con ellas.

- Vaya, querido amigo, ¿quién te ha hecho eso en la cara? ¡Eh, May! - Me llama mientras imita la postura de una de las esculturas. - ¿Qué te parece? ¿Nos damos un aire o no?

- Julian... mira, no es por nada, pero me da la sensación de que estás perdiendo un poquito de sangre, quizá deberías sentarte y descansar un poco.

- Sólo si tu me acompañas, pequeña bruja. 

- ¿Además de herido estás borracho?

Sólo se ríe, mientras e pierde entre las cortinas de hiedra.

Yo lo sigo resignada.

Y un poco divertida, para qué vamos a mentir.

Se ha detenido en un claro de luna, delante de un parterre donde florecen una especie de lirios azules y brillantes. 

Cuando doy un paso adelante para tocarlas me coge del brazo. Es él quien toma una de las flores para examinarla primero.

- Extremadamente bellas, a la par que peligrosas. Ten cuidado, querida, un roce puede ser mortal. 

Me la tiende con delicadeza, una sonrisa por bandera. 

Estoy bien, la creciente emoción que siento en el lado izquierdo del pecho sólo viene condicionada por el hecho de sostener algo peligroso entre los dedos. 

- La persona a la que pertenece este jardín tiene unos gustos peculiares y mucho dinero, no son muchas las personas que pueden permitirse este tipo de extravagancias a este lado de la ciudad. 

El humor cambia en menos de un segundo, pero yo quiero al Julian de antes: el divertido, sarcástico y despreocupado.

Estiro la mano con la que sostengo la flor. En el momento en el que los pétalos rozan su sien, se detiene y me mira. 

Con mi otra mano le retiro el pelo de la cara, lo coloco cuidadosamente detrás de la oreja, para, a continuación, dejar la flor en el mismo sitio. 

Mi palma se demora un segundo de más en su mejilla, y él, simplemente cierra los ojos y se deja mecer por las líneas de mi mano, que arde en su contacto.

- Igual de hermoso que esta flor.

- Y también igual de peligroso.

- ¿Estás seguro? 

Doy un paso hacia delante y lo hago retroceder.

Un pie detrás de otro.

- Vaya, ¿quieres bailar? 

Y otro detrás del anterior.

- ¿Cuál es tu especialidad? ¿El vals? Tampoco le diría que no a un buen tango.

Y otro más hasta que damos con un muro de hojas. 

Mi doctor ha vuelto a cambiar, de la preocupación y la melancolía al descaro y ahora... ahora sus mejillas se han teñido de rojo y se muerde el labio inferior, expectante.

Una presa entre mis brazos. 

Lo miro fijamente mientras mis manos descienden por su pecho.

- Parece que ya no estás sangrando.

- Creía que el doctor aquí era yo. 

Ahora soy yo la que le devuelve una sonrisa torcida mientras empiezo a explorar la zona, cuando llego a la zona donde más debería dolerle suelta un suspiro.

Un suspiro que no suena precisamente a dolor. 

Para nada.

Me concentro en la zona, trazando círculos con los pulgares en torno a la ropa todavía húmeda, su cuello se tensa a la par que echa la cabeza hacia atrás.

Vaya, vaya.

Quiero morder esa superficie de mármol, lamer cada uno de esos tendones que se dibujan en el claroscuro de la noche, sentir esa boca, ahora contraída en pleno gemido.

(Menos mal que he invocado un hechizo de silencio).

Hay un momento en toda película o serie en que la tensión termina por romperse. Apenas una milésima de segundo en la que habla el cuerpo y no el cerebro, un aliento ajeno, una mirada y, sin darte cuenta, florece un beso, tras otro, y luego otro más largo, y las manos se liberan de los lazos de la cordura y la piel sólo quiere tomar la palabra. 

Creo que nos ocurre algo parecido en el momento el que dejo de tocarlo y son nuestras pupilas las que se acarician.

No sé si soy yo, que me pongo de puntillas, si son sus brazos los que me levantan o si he convocado algún tipo de hechizo que hace que la tierra se levante. 

No sé si es él que se agacha y me abraza, que me enreda entre hojas y flores y tiene la fuerza suficiente para hacerme volar.

Sólo siento una colisión.

De dos bocas y dos cuerpos. 

Y ahora soy yo la que está contra el muro, con las puntas de los pies rozando el suelo, y una lengua que sabe a menta acariciando la mía.

Wow.

¿Me está devorando o soy yo la que realmente tiene tanta hambre? 

Sus manos me revuelven el pelo y buscan un resquicio de piel, un pliegue en la ropa, un hueco entre las clavículas en el que trazar constelaciones de saliva. 

Creo que nunca me habían besado así.

Con tanta entrega y premura, como si el mundo fuera a desaparecer de un momento a otro y este fuera un jardín a punto de prenderse.

Estoy absolutamente segura de que nosotros arderíamos con él.

Cuando nos separamos su mirada está nublada y su sonrisa parece la de un niño.

- Ven conmigo.

- ¿A dónde?

- ¿Confías en mí?

- ¿Me vas a enseñar un fantástico mundo?

No lo pilla, claro. 

Recordemos que yo no soy de por aquí, más bien de otra galaxia muy, muy lejana.

Cómo echo de menos hacer este tipo de bromas y que alguien las entienda. 

- Sólo a un lugar seguro.

Entrelaza sus dedos con los míos y nos perdemos por la oscuridad de las calles. 

Miro atrás un momento y veo de nuevo esa bonita flor. 

Tan hermosa como peligrosa.

Como él.

O eso dice. 

El único testigo de este improvisado regalo que Vesuvia me ha dado.

Y que, a este paso, puede que no tarde demasiado en quitármelo.

Enough [Julian Devorak, The Arcana]Where stories live. Discover now