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Me quité el camisón, el vestido camisón, y me metí en la tina de agua caliente. Joder como quemaba pero como no había grifo para regularla era meterme y quemarme u esperarme mucho rato para que se enfriase. Me quemé.

Cuando salí, mi piel blanca era roja, y más roja se quedó cuando mi piel fue secada por esas toallas ásperas, es que la gente aquí no conoce el puñetero suavizante? Se ve que no.

Terminé de envolver mi cuerpo en la toalla blanca que me dejó y comencé a secarme el pelo. La puerta se abrió dándome un susto tremendo y era la misma mujer de antes.

-Le he traído un vestido seño, Sofia.

-Gracias, pero – me quedé en silencio – podrías ayudarme a colocármelo?

-Claro que si – parecía contenta por ayudarme.

Primero me puso el corsé y luego una camisa blanca que me llegaba hasta los muslos, para después colocarme una falda azul y blanca por encima.

-Aquí no tenéis ropa interior? – me miró como si estuviera loca – bragas, calzones – parecía que le estaba hablando a un niño.

-Ahh, eso se utiliza solo cuando la mujer está en sus días Sofia. Irás bien así, te lo aseguro – me guiñó el ojo divertida – ahora acompáñame, el laird la espera para cenar.

Volvimos por el mismo camino, pero esta vez nos detuvimos en una puerta en el mismo pasillo. Ella la abrió y me empujó un poco para hacerme pasar. Cerró la puerta.

-Te sienta muy bien – señaló hacia mi ropa.

-Gracias. Cenaremos aquí?

-No, pero me gustaría saber más de ti antes.

-Espera, porque todos creéis que soy Isabel? Quién era?

-Mi mujer. Antes de casarnos vivió un tiempo aquí en esta casa pero desapareció dos días después de la boda.

-Lo siento.

-No te preocupes, han pasado tres años de eso.

-Porque tienes las cortinas echadas? – hice otra pregunta más y él parecía divertido.

-No me gusta que entre la luz.

-Te molesta por alguna enfermedad?

-Me molesta, solo eso.

-Pues pienso que este lugar debería tener más luz y no solo la de las velas, aparte de ser limpiado, desinfectado y bien colocado. Todo parece estar hecho un desastre – miré hacia una esquina de aquella habitación y vi que tenía un piano.

-Sabes tocar? – vio hacia donde miraba y yo asentí – algún día lo tocarás – tosió – pero ahora bajamos.

En la mesa estábamos los dos solos, nadie más nos acompañaba. Para cenar habían preparado cordero y pollo y de postre una tarta de queso.

-En qué voy a trabajar? – dejó el cubierto.

-No vas a trabajar, eres mi invitada.

-Una invitada no se va a quedar aquí toda la vida, déjame ayudar en algo, por favor – puse el tono que tanto utilizaba para chantajear a mis padres y funcionó.

-Vale, haz lo que creas necesario a partir de mañana.

La cena transcurrió en perfecto silencio. Llegado el momento comencé a recoger los platos de la mesa pero una mano me sujetó firmemente el brazo.

-Dije que a partir de mañana – sonreí y asentí.

Me acompañó de vuelta a la habitación donde dormiría y nos despedimos con un sencillo buenas noches. Me quité la falda y me metí en la cama. Caí dormida profundamente.

Lo que jamás te he dichoWhere stories live. Discover now