I

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Me hubiera gustado decir que todo se había terminado aquella vez con una cena en el Ritz. Pero, eso sería una mentira, el mundo está lleno de caminos misteriosos que conducen a los humanos a distintas acciones y problemas, todo con tal de que la existencia no resulte tan aburrida. Algunos dicen que a Dios le gusta jugar a los dados, y he de aceptar esa afirmación, aunque prefiero juegos un poco más elaborados.

- ¿Qué haces aquí, tan temprano?- Aziraphale había dejado unas cajas nuevas de libros en su viejo escritorio, a un lado del teléfono que le había servido hacia apenas un tiempo para localizar al anticristo, cuando oyó la puerta abrirse. Era muy temprano para que Crowley estuviera ahí, de pie con una canasta y ropa más ligera que de costumbre (no llevaba la hermosa chamarra negra que Aziraphale había protegido tan arduamente del agua bendita que seguramente la habría convertido en cenizas por el simple hecho de pertenecer a un demonio y ser una prenda tan preciada para él).
- Dijiste que un día iríamos a un picnic. Así que... Vamos.
- Pero, acabo de recibir estos libros y tengo que agregarlos al inventario...
Crowley se dio la vuelta, sabiendo que  Aziraphale lo seguiría, subió al auto negro que había estacionado (ilegalmente) frente a la pequeña librería y como había predecido, el ángel que habitaba el mundo como un humano más, subió al asiento del copiloto.
- ¿Y a dónde se supone que vamos?
- St. James, por supuesto.
- Podríamos caminar hasta ahí.
Crowley no dijo nada, y aceleró el auto en cambio, al cabo de unos minutos ambos estaban bajando del coche frente al parque, Crowley sosteniendo a cada minuto su canasta con comida a la que había dedicado tanto tiempo en su preparación esa mañana. En ella había sandwiches de distintos jamones, yogurt, frutas y pequeñas moras, jugo y algunas galletas y panecillos. El picnic se vería complementado (segun había planeado) cuando el hombre de los helados pasara.
Lo que resultaba realmente extraño para Arizaphale era el día y la hora para un picnic. Era un día tan normal, y aunque sabía que a Crowley le gustaba sorprenderlo, aún así era tan atípico de él. Solo era 29 de Junio. Un día tan ordinario que pasaba de largo entre los demás días, uno de esos días que no se conmemora nada y solo sirven para marcar el tiempo, para saber que veinticuatro horas pasaron.
- Mil ochocientos ochenta- exclamó de pronto Crowley, quien había encontrado ya un lugar en el pasto, frente a su banca preferida, y se sentaba en la verde alfombra, verificando que no hubiera ningún bicho. Había mirado de reojo a su amigo y se había dado cuenta de lo que esté estaba intentando deducir.

Arizaphale frunció el ceño intentando recordar el 29 de Junio de 1880.

El 29 de Junio de 1880, Francia estaba de nuevo en un conflicto bélico, esta vez con Tahití, la soberanía había sido concedida ese día, aunque no era asunto que interesase a Arizaphale, él solo se encontraba ahí en una de sus múltiples visitas a Francia debido a un antojo repentino. Su hambre estaba poniendo una vez más en peligro a su cuerpo. Una crepa valía la pena, cualquier cosa  por una crepa, eso y más, o al menos era lo que Arizaphale pensaba, o ni siquiera pensaba en ello, se dejaba envolver por la promesa de una masa delgada y cálida con condimentos y mieles dulces, y pequeños granos y semillas y no ponía mucha atención al entorno cuando la crepa estaba frente a sus ojos y ponía mucha menos atención cuando estaba al fin (después de los minutos en que era preparada que a él le parecían horas) en su boca y la masticaba de manera delicada y dramáticamente lenta, buscando no manchar su atuendo lleno de color blanco, siempre olvidaba usar algo acordé al bando que iba ganando.  Afortunadamente, Crowley siempre sabía dónde estaba el ángel, y al ver que estaba en peligro una vez más, había acudido a su rescate, aunque la crepa recién preparada había volado sobre la cabeza de Crowley y terminado en el sucio suelo parisiense, cuando el demonio había lanzado un cañonazo que pasó rozando el brazo del ente etéreo. Aziraphale había mirado con tristeza su crepa recién cocinada, pero no pudo recriminar nada, porque Crowley había salvado su vida una vez más (¡aunque a que costo!). Y Crowley ante la negativa de su amigo, había prometido que repondría su crepa. Y ahora, con casi doscientos años de diferencia, era el día elegido, solo que Crowley había querido pasar un día de campo en un día veraniego, y quería el parque para ellos solos, (no quería lidiar con niños, desde el último año, lidiar con niños se había vuelto de las cosas que más odiaba hacer debido a las dificultades por las que había pasado los últimos once años al haber malcriado a un niño equivocado) por lo que un lunes por la mañana era la mejor opción para poder disfrutar de un día tranquilo.

Aziraphale sonrió avergonzado al recordar la anécdota y se sentó frente a Crowley.
- Las crepas vendrán después de los sandwiches.
El ángel le mostró una sonrisa a su amigo, quien ahora le ofrecía un sandwich.
Pasaron varios momentos en silencio mientras comían, uno a cada orilla de la clásica manta de cuadros rojo y blanco que a Arizaphale le parecía tan linda y acorde a la ocasión.  
- ¿Crees que de verdad nos hayan olvidado? - Preguntó de pronto tras  haber tragado el mordisco que había dado a su sandwich.
Crowley no lo miró al rostro, si no que siguió mirando sobre el hombro de su amigo, hacia su banca preferida y como dos hombres, uno alto y uno de estatura menor y de cabello claro la habían ocupado.
- Todo salió de acuerdo al plan, no sospecharon, ¿por que habrían de hacerlo un año después?
- Para que bajaramos la guardia.
- ¿Crees que eres tan importante para ellos? Deben estar muy ocupados buscando otra manera de iniciar su guerra. Además, ¿no todo lo que pasó era parte del plan inefable de Dios?

Arizaphale bajo la mirada a su sandwich, dándole otro mordisco y reflexionando las palabras de Crowley, tenía razón, no tenía sentido que alguien llegara a acusarlos de nuevo.
Y sin embargo, notó que Crowley percibía algo en el ambiente, justo como la última vez.

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